En la musicología se discute desde hace tiempo sobre los modos de escucha, que se refieren a la actitud que se tiene y debe tenerse frente a la escucha musical. Por ejemplo, en un concierto de música clásica se espera que el público esté en silencio, no aplauda entre movimientos y tenga una disposición de profunda atención. En un bar de reggaetón, se espera que uno baile. Esto no quiere decir que no se pueda escuchar cierto género musical desde más de un modo de escucha. Puedo perfectamente ir al bar de reggaetón a escuchar en silencio y no bailar. Los modos de escucha no jerarquizan, simplemente prescriben las maneras aptas de escuchar un género musical en particular. Por lo mismo, hay modos de escucha no aptos. Nadie iría a un concierto de la Séptima sinfonía de Beethoven y se pondría a bailar.
Con la grabación y la posibilidad de transmitir en vivo un concierto a través de la televisión, el streaming o la radio, los modos de escucha se transformaron. Los dos factores que permitieron esto fueron la deslugarización de la música, es decir, el poder escuchar un concierto en vivo desde la comodidad de mi cama o en el transporte público, y la personalización de la escucha, es decir, escuchar lo que quiero escuchar y en qué orden (léase: playlist). Los modos de escucha, en este sentido, se desacralizan. La música deslugarizada no impele al escucha al ritual que implica un concierto en vivo, la música de fiestas o la música en una misa. Frente a la música en los propios audífonos, uno puede hacer lo que quiera: barrer, caminar o sentarse a escuchar en un parque. Queda pues al arbitrio de la persona qué hacer con esa música: escoger el modo de escucha que mejor le convenga.
Los críticos describen el nuevo disco de Rosalía, Lux, con adjetivos elocuentes y favorables, pero lo que más llama la atención es una idea que se repite una y otra vez: este es un disco difícil de escuchar que requiere esfuerzo y debe ser escuchado con atención y de principio a fin. Este no es un disco bailable, como sí lo era Motomami.
Llamemos al modo de escucha que sugieren los críticos “modo de escucha contemplativo”. Así como, en un museo, uno se para frente a un cuadro en silencio y lo observa con atención, viendo los detalles, los colores y las pinceladas, así también podemos escuchar música: reconocer secciones, melodías que regresan y que se repiten, cambios de color en la voz y en su tesitura, distorsiones en los instrumentos de cuerda, etcétera.
Dicho esto, el modo de escucha contemplativo al que aludo es el que la propia Rosalía prescribe para escuchar su nuevo material. De ahí, por ejemplo, la importancia de la orquesta en su disco. La orquesta trae a la conciencia la música clásica y traer a colación la música clásica es traer a cuento el imaginario colectivo que se tiene de esa música, esto es: un modo de escucha que supone profundidad y complejidad, un estatus de arte elevado ymuchas veces sagrado, un alto grado de virtuosismo, etc. Esto resulta todavía más evidente si pensamos en la primera canción de Lux que se hizo pública, “Berghain”, que comienza con una alusión a la música barroca y con Rosalía impostando un falsete en estilo operístico. Tampoco es gratuito que la primera canción del disco, “Sexo, violencia y llantas”, empiece con una introducción de piano en un estilo romántico. Por si fuera poco, en sus entrevistas, Rosalía ha reiterado que el disco está pensado en cuatro movimientos, con lo cual se nos está exhortando a escuchar el disco linealmente, sin saltos, siguiendo el orden establecido por la cantante, como se haría con una pieza de música clásica.
El lanzamiento del disco fue precedido por una listening party en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Usualmente estos eventos son una mezcla de escucha y preguntas de los fans y la prensa al artista. Rosalía se presentó en un escenario cubierto con unas enormes sábanas blancas, casi como un altar, y detrás de ella se proyectaron las letras de las canciones. Rosalía no abrió la boca, no hubo la interacción esperada con el público y este escuchó en silencio su nuevo disco. Para reforzar ese clima de recogimiento, se prohibió el uso de celulares y cámaras.
Los videos publicados en su página de YouTube son exclusivamente las letras de las canciones en idioma original. Trece idiomas distintos y ninguno traducido. Este detalle es significativo, porque obliga a sus fans a buscar las letras en Google Translate y hacer el esfuerzo de saber qué dicen. Pongan atención, les dice Rosalía.
Por último, el disco, en las propias palabras de la artista, habla sobre su relación con Dios y marca el tono y la distancia con Motomami ya desde la primera frase: “Quién pudiera vivir entre los dos, primero amaré el mundo y luego amaré a Dios”.
Creo que aquí, con la palabra “mundo”, se hace una referencia a Motomami, que es un disco de tintes eróticos y terrenales.
El concepto del disco queda claro: Rosalía se presenta como una monja moderna que contempla a Dios. Rosalía se deja contemplar y tal vez venerar en el recinto “sagrado” del museo y no interactúa con el público. Rosalía, la que calla.
El modo de escucha que impone este disco es una escucha atenta y silenciosa, quizás como la de la relación que se tiene con la divinidad.
En un mundo donde la música comercial se reduce cada vez a la canción y abandona la idea del disco como un todo, y donde la música es cada vez más música de fondo y una excusa para subir fotos o videos a Instagram, la propuesta de Rosalía es cuando menos incómoda. En numerosas reseñas se menciona que este disco pide “más” de sus fans, y al menos todos aquellos que esperaban a la Rosalía urbana y terrenal se llevarán una gran sorpresa.
Queda por ver cómo se sigue construyendo el disco: si hay otros videos que no consistan solo en la letra de las canciones; cómo va a interpretar Rosalía este material en sus conciertos; por ejemplo, si lo alternará con sus otros hits de Motomami, El malquerer o Los Ángeles o impedirá que se mezcle con ellos.
¿Es un disco de ópera o de música clásica? No. ¿Es un disco difícil de escuchar? No. ¿Es un disco experimental que rompe barreras? No. Pero sí es un disco que deberíamos escuchar, al menos una vez de principio a fin, en silencio y sin distracciones. No tanto porque haya algo intrínsecamente “profundo” en él, detalles musicales reveladores o una complejidad que necesita desmenuzarse. Sí, porque deberíamos darle una oportunidad a ese estado contemplativo o, si se quiere, concentrado, en que la música, cualquier música, debería escucharse al menos una vez. ~