La lengua que nos separa

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En algún país latinoamericano, de cuyo nombre no quiere acordarse, parece que Javier Marías le contestó o imaginó que le contestaba a un sudamericano, que le enrostraba la leyenda negra de la conquista de América, con el siguiente ingenio: “Mire, enfádese con usted mismo y no conmigo. Porque fueron sus antepasados quienes vinieron a saquear y a matar, además de a alguna cosa positiva, y no precisamente los míos, que no se movieron de España”. Como sufro de lo que los franceses llaman el esprit de l’escalier, me demoro en que me “caiga la chaucha”, que así llamamos en Chile a la lentitud en reaccionar. Pero finalmente recuerdo a qué me sonaban estas palabras.
     Cuando Borges visitó por primera vez España, allá por 1918, o sea, hará casi cien años, puede que en Madrid o en Sevilla o en Mallorca, o en todos esos sitios, se encontró con españoles que en cada tertulia, además de hablar más alto que él —”lo que es distinto de tener razón”, objetaba el joven Borges, aunque nadie alcanzaba a oírlo— le endilgaban lo contrario de lo que ahora dice Marías. Le refregaban la superioridad de: “Nuestros abuelos que conquistaron América…” Hasta que a Borges “le cayó la chaucha” y pacientemente y, en voz baja, respondió a sus hispanos contendientes: “Mire, perdóneme, pero fueron nuestros abuelos los que conquistaron América. Los suyos son los que no tuvieron la valentía para ir y se quedaron en casa.”
     Como siempre, Borges lo dijo antes. Aunque sorprende lo que va de ayer a hoy. Hasta ayer no más, algunos escritores de inteligencia apreciable se disputaban la estirpe de los conquistadores. Hoy, la corrección política impone otras varas intelectuales, y hace que nadie quiera para sí la herencia latinoamericana. La irresponsabilidad sudaca originando para variar la culpa de sus males en otros —en esos abuelos repudiados. Y algunos españoles, como Marías, confiándonos el legado de cuatrocientos años de leyenda negra española a nosotros. (¡Ah, Europa, Europa, cuántos olvidos se cometen en tu nombre!)
     Pero dejando esas melancolías aparte, la rabia de Marías tenía un origen más literario que él sugiere en el mismo artículo donde deslindó a esos abuelos. Babelia, en su último número del año 2004, publicó una lista de los “mejores libros aparecidos en español” durante el año, votados por los principales suplementos literarios latinoamericanos. Para inflamación de Marías, en ninguno de los tres apartados (novela, poesía y ensayo) figuraba ni un solo autor español. Ni tan siquiera él, colige uno, que el año pasado publicó su celebrado Baile y sueño. “Con una cicatería rayana en la paletería, los responsables de esas publicaciones sólo habían visto obras de mérito en sus países americanos y de sus autores americanos”, tronó Marías desde la plaza de la Villa.
     ¿Qué será “paletería”? Quizás por acá va la cosa. Las pequeñas grandes diferencias de dialecto. Este inmenso idioma común que nos separa, como el océano. (Ni siquiera esto lo hemos inventado. Lo hizo Oscar Wilde, como casi siempre: “We have really everything in common with America nowadays, except, of course, language”). Después, una amiga madrileña generosa me explica mejor lo que me informa el diccionario: “paleto” significa campesino tosco e ignorante. Eso es lo que son los latinoamericanos que le reprochan la Conquista a Marías; y también los críticos que mancillan su honor literario ignorándolo en los parnasos argentinos o chilenos: paletos.
     No le falta razón al Rey de Redonda. (Aunque sospecho que más la tuvo Borges). Por lo cual, merecidos tendremos los castigos metropolitanos que puedan sobrevenirnos. Si nuestros arbitrarios árbitros literarios practican con los escritores españoles semejante cicatería, ¿con qué derecho podríamos esperar que la crítica nos dé en España un trato más justo, o más desprovisto de menosprecio?
     Y en efecto, quizás aliviará a Marías enterarse de que desde hace ya bastante tiempo los latinoamericanos venimos recibiendo nuestro merecido, con dosis abundantes de castiza “paletería”. Baste para demostrarlo esta mínima estadística de reciprocidad en el provincianismo literario. De los ya cincuenta años del Premio de la Crítica —el que otorgan los críticos españoles— para narrativa, éste sólo ha sido conferido en cinco ocasiones a un latinoamericano (dos de ellas a Mario Vargas Llosa, una a José Donoso, una a Onetti, otra a un cuarto que olvido cicateramente). ¡Cuatro autores en medio siglo! Aunque durante él pasaron algunas cositas menores en la literatura de lengua española, como cierto boom de la novela latinoamericana que renovó el idioma en el que nos malentendemos. Y los narradores latinoamericanos de calidad, en cualquier tiempo, bien podrían representar un poquito más que ni el décimo de sus colegas españoles. (No me resisto a una paráfrasis machadiana: “España, ayer en envuelta en sus harapos, hoy dominadora, desprecia cuanto ignora.”)
     De modo que, acaso para sorpresa de Marías, después de todo no somos tan diferentes, en esto. Él no apareció en los azarosos medalleros de la crítica latinoamericana el año pasado. Pero, para la crítica española organizada, sólo han aparecido cuatro autores hispanoamericanos en los pasados cincuenta años. Parece que en cuanto a “paletería” convergemos, los que descendemos de los conquistadores y los que vienen de los que se quedaron en casa. Competimos, incluso, en ensanchar este idioma común que nos separa; empeñados, eso sí y desde siempre, en el sañudo propósito de ignorarnos. –

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Es escritor. Si te vieras con mis ojos (Alfaguara, 2016), la novela con la que obtuvo el premio Mario Vargas Llosa, es su libro más reciente.


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