Octavio Paz hizo varias escalas al dejar la India y regresar a México, después de renunciar como Embajador por la matanza de Tlatelolco. Una de las más prolongadas fue en el Churchill College de la Universidad de Cambridge, donde ambos ocupamos en 1970 cargos de overseas fellow, posición que aproximadamente equivale a la de profesor visitante. Paz se valió tanto del paisaje el que se ve desde las ventanas posteriores de las casas donde residíamos para escribir El mono gramático, que mis recuerdos de este periodo invariablemente están asociados con este libro.
La proximidad que tuve con Octavio se debió en gran parte a la organización peculiar de las antiguas universidades inglesas. En Cambridge, los colleges son unidades independientes donde viven juntos estudiantes y fellows. Los fellows se relacionan y traban amistad al tomar sus alimentos en los comedores de cada escuela. Los encuentros más cercanos ocurren después de la cena cuando, al pasar al Senior Common Room, el oporto y el madeira estimulan conversaciones de asuntos tanto profundos como triviales.
Antes de llegar a Cambridge, había recibido la lista de los overseas fellows y supe que coincidiría con Paz. A pesar de que tenía mucho interés en conocerlo, y aunque nuestras casas en el fondo de los terrenos del College eran casi contiguas, no osé buscarlo porque temía que no quisiera relacionarse conmigo. Él era un personaje de gran prestigio, mientras que yo sólo era un investigador joven que estaba en Cambridge para estudiar un tema cuyos detalles específicos le interesan a pocos: los mecanismos fisiológicos de la regulación de la sal en el organismo. Además, sabía que, tarde o temprano, nos íbamos a cruzar en alguna de las cenas del College.
Efectivamente, algún tiempo después de mi llegada, lo vi en el Senior Common Room. A pesar de que Paz iba de toga, el uniforme obligatorio de las cenas, lo reconocí por mi recuerdo de su apariencia en fotografías de las portadas de algunos libros suyos. Cuando me acerqué y lo saludé en mi español de México, Octavio supo quién le hablaba: era el otro mexicano entre los overseas fellows. De inmediato empezó a hablar animadamente conmigo, sin hacer caso de los ingleses que nos rodeaban. Su voz era cordial y amable y su conversación, rica y vivaz: tenía poco de improvisado; rápidamente la encauzaba por temas que parecía haber pensado por mucho tiempo, y dejaba sentir un propósito irresistible de convencer.
Al finalizar me dijo: “Qué bueno que estás aquí. El prestigio es muy importante. Los intelectuales mexicanos tienen que hacerse oír en México. Sólo serán escuchados si tienen prestigio.” Entonces creí que sus palabras eran el consejo de un hombre maduro a un hombre joven. Con el tiempo me di cuenta de que era una parte importante de su programa: buscar el prestigio para tener autoridad moral.
Después de este encuentro nos vimos con cierta frecuencia. La primera vez que nos visitó, acompañado de su esposa Marie José, Octavio, al conocer a mi esposa Sarah, de pelo todavía rubio, empezó a hablar de López Velarde. Aún de pie, citó los versos sobre “la blonda Sara” de La sangre devota. Cuando el recuerdo de López Velarde lo llevó al modernismo hispanoamericano, me preguntó: “López Velarde admiraba la poesía de Lugones. ¿La has leído?” Respondí que no la conocía, su actitud cordial se enfrió ligeramente y dijo con gran seriedad: “Hay que leerla, es fundamental dentro de la poesía moderna hispanoamericana.” Le prometí solemnemente hacerlo.
Por fortuna, aquella noche Lugones no fue todo. Octavio continuó con el modernismo hispanoamericano y pasó a hablar de José Juan Tablada, a quien yo sí conocía. Paz admiraba la poesía de
Tablada, pero en aquel momento estaba más interesado por otra tarea fundamental: romper el aislamiento intelectual de México. Terminó la velada insistiendo en que esta tarea debía ser constante y que habría que volver a México a continuarla.
Aunque Octavio me habló mucho en Cambridge de un libro que aún no había escrito, nunca mencionó otro que escribió mientras estábamos en Churchill: El mono gramático. Lo descubrí en 1975, aproximadamente cinco años después de dejar Inglaterra. Paz presenta El mono gramático como una meditación sobre la fijeza del lenguaje y los objetos, pero no menciona que también contiene muchas reminiscencias. Los recuerdos recogidos en el libro son fascinantes, pero están parcialmente ocultos; Paz cambia las relaciones espaciales y temporales de lugares y acontecimientos, y reensambla los fragmentos transfigurando su sentido.
Mi paso por Churchill me permitió reconocer estos fragmentos y reacomodarlos en sus lugares originales. La primera indicación de que Paz estaba acumulando recuerdos en El mono gramático la tuve cuando leí las descripciones, de fidelidad casi fotográfica, de los sitios que rodeaban nuestras casas dentro del College.
Muchas de las memorias y reflexiones de El mono gramático empiezan con la contemplación de la colina cubierta por el bosque de las hayas, donde mis hijos jugaban casi diariamente al regresar de la guardería. Paz llama esta colina “pubis del terreno”, por ser una eminencia cubierta de follaje denso rodeada por prados de superficie muy lisa que le recuerda, al iluminarse y oscurecerse con la luz cambiante del anochecer, el pubis de Esplendor, la protagonista de los episodios eróticos de El mono gramático.
Además de la colina, Paz describe con gran cuidado los patios detrás de las casas, rodeados por bardas de ladrillo cubiertas de rosas trepadoras, y donde los vecinos dejan botes de basura oxidados y muebles usados. Junto a estas imágenes aparecen los recuerdos de una visita a Galta, un pueblecillo invadido por el desierto en el norte de la India, donde, desde los templos abandonados, los monos contemplan impávidos a la multitud de visitantes y las vacas sagradas. Paz entrelaza repetidamente las imágenes de Galta y de Churchill, y crea un tejido complejo donde sobrepone asociaciones y reflexiones.
Los cambios continuos causados por la luz y el viento, jugando con las copas de los árboles en Churchill, no sólo excitan la imaginación erótica de Paz, también le provocan una meditación sobre la fijeza de las cosas y del lenguaje: los objetos no son permanentes, se transforman sin cesar. El follaje denso y las manchas en la pared de la casa del vecino le recuerdan una pared en Galta. Asocia los monos de Galta con Hanuman, el mono gramático de la mitología hindú, que contempla su jardín y su harén, y los describe en sus escritos.
El mono gramático también tiene dos docenas de ilustraciones que enfatizan y amplifican el texto.1 Una pintura de John Constable corresponde a la descripción del aspecto cambiante de los árboles. El follaje bajo, que crece entre las baldosas de los patios de Churchill, se asocia con una pintura de Richard Dadd en la Galería Tate, con lo que se alcanzan dos metas: congelar el paso del tiempo y pintar un personaje ausente.
La descripción minuciosa y apasionada de las escenas eróticas de los capítulos 7 y 11 está asociada con varias ilustraciones: una pintura de Bacon, un desnudo de Harmon y Knowlton, una Nayika y la fotografía que muestra a Marie José estrechada por los brazos de piedra que son parte de uno de los observatorios de Jaipur. Esta asociación de texto e ilustraciones amorosas recuerda esa forma de collage que las adolescentes estadounidenses llaman un scrap book. La franqueza con que están descritas las escenas íntimas es uno de los aspectos más extraordinarios del libro: las memorias escritas en Hispanoamérica dejan, casi invariablemente, los momentos más ardientes en el tintero.
El procedimiento que Paz siguió para conectar objetos y reflexiones es análogo al que William Carlos Williams usó en su poema Paterson. Williams fue un médico de Rutherford, Nueva Jersey, y también uno de los poetas estadounidenses más distinguidos del siglo veinte. Paterson es muy probablemente su obra maestra. Es un collage donde están acumulados textos de naturaleza muy diversa, publicados entre 1946 y 1958 en cinco pequeños volúmenes. Contiene, entre otras cosas, poemas, cartas y descripciones de acontecimientos históricos, médicos y criminales. El propio Williams nos dice que su intención fue acumular dentro de esos libros “todo lo que cualquier hombre puede lograr en una vida”.
Asocio El mono gramático con Paterson por varios motivos. Primero, la similitud de procedimiento.2 Luego, Paz estuvo muy cerca de Williams en Churchill; una noche, saliendo del Senior Common Room, me preguntó: “¿Conoces la obra de Williams? Era médico como tú. Acabo de traducir algunos de sus poemas.” También en El mono gramático, Paz nos dice que su texto es “un saco de palabras-cosas”, mientras que en otro sitio habla de Williams como creador de “poemas-cosas”. Estas designaciones se hacen eco de la terminología y las ideas de los poetas “objetivistas”, que formaban parte del ambiente que rodeaba a Williams.3
Estas coincidencias sugieren que la similitud estructural entre El mono y Paterson no es fortuita. El mono no intenta, como Paterson, abarcar “todo lo que cualquier hombre puede lograr en una vida”, sino que más bien acumula objetos y recuerdos relacionados con el paso de Paz por la India y por Inglaterra. Williams usó la ciudad de Paterson como el lugar común donde coinciden todos los objetos y eventos descritos. Paz, en cambio, hilvana sus materiales usando la figura de Hanuman. Paz se iguala en sus escritos con Hanuman: contempla y describe sus propios encuentros amorosos y los espacios donde ocurrieron.
En la solapa de la última edición de El mono gramático, Paz escribe que el libro “no es un relato ni un cuento, sin embargo nos cuenta algo”. En Los hijos del limo, también nos dice que “la operación poética consiste en una inversión y conversión del fluir temporal”. Cuando usé mis recuerdos del Churchill College para llevar a cabo la operación opuesta, encontré que El mono gramático cuenta lo que cuenta así como el paisaje, que el poeta mira desde la ventana de su estudio, excita sus propensiones más íntimas: la pasión erótica y la pasión por el análisis metafísico del lenguaje y los objetos.
Cuando traté a Paz conocí aspectos muy diferentes de los que revela El mono gramático. Así, cuando primero lo conocí creí que teníamos una debilidad común: la que San Agustín llamó curiositas, es decir la pasión por el aprendizaje que nos lleva directamente a la salvación individual. Por supuesto que pienso en la versión moderna de esta debilidad, es decir el deseo del aprendizaje que no lleva a ningún provecho concreto. Más tarde, cuando noté la fascinación de Paz por muchas de las aventuras de la poesía y pensamiento contemporáneo, concluí que el término que mejor lo definía era el de “inquietador constante”, frase acuñada originalmente por Jorge Cuesta para describir una conducta parecida de José Juan Tablada. Después, al recordar los comentarios sobre la búsqueda de prestigio y la autoridad, y al mirar la trayectoria de Paz al volver a México, noté que sus preocupaciones eran más amplias.
Además de sus ambiciones intelectuales, Paz deseaba, como Bretón, encabezar un movimiento. Por supuesto no buscaba el renacimiento del surrealismo. Basado en una visión bien definida del lugar de México en la historia, quería usar las páginas de Plural y Vuelta para derribar las murallas intelectuales que aprisionaban a nuestro país.
Al acabar de escribir estos recuerdos me di cuenta de que han pasado más de treinta años y todavía no he cumplido la promesa de leer a Lugones. Apuradamente traté de corregir la falta y busqué a Lugones en mis dos antologías de poesía hispanoamericana; ambas incluyen poemas de Paz, de López Velarde y de Tablada, junto con muchos otros, pero no tienen un solo verso de Lugones. En el mismo librero, junto a las antologías, me tropecé con las Poesías completas de López Velarde. Para corregir, aunque sólo fuera parcialmente, mi falta fui a releer A Sara, y me encontré, en el prólogo de La sangre devota, con una advertencia de López Velarde: “Retocar el pasado es una superchería.” ~
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