El libro negro, de Orhan Pamuk

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LABERINTO DE ESPEJOS Orhan Pamuk, El libro negro, traducción de Rafael Carpintero, Alfaguara, Madrid, 2001, 578 pp. Junto a otros escritores como Nedim Gürsel, en su día exiliado a Francia y autor de varias novelas, a la vez que de unos bellos relatos sobre la nostalgia de su tierra natal (Le dernier tramway, Seuil, 1991), Orhan Pamuk (Estambul, 1952) es el escritor más conocido de su generación y también el más premiado y reconocido internacionalmente, cosa a la que sin duda contribuyeron entusiastas críticas como la que en su día le dedicó John Updike en las páginas de The New Yorker. Autor de ocho novelas, entre las que se cuentan El astrólogo y el sultán, El castillo blanco o Mi nombre es rojo, su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas. En lo que respecta a sus traducciones al español, se da el caso de que dos de sus novelas más conocidas han aparecido este mismo año: La casa del silencio, en la editorial Metáfora, y ahora su denso puzzle o fantasía metaliteraria titulado El libro negro, de 1990. Por esta novela, que ensalzaba la idea del juego y las múltiples combinaciones de la realidad y la escritura, a su autor se le calificaría del "Umberto Eco turco". Pero también podrían estar perfectamente contenidos los laberintos y espejos de los muchos universos paralelos creados por autores como Borges o, si no, las fantasías encadenadas, que se arrastran unas a otras y que crean sin cesar nuevos enigmas y destinos cruzados, que pueden hallarse en los libros del italiano Italo Calvino. Unos mundos hipotéticos, subterráneos, irreales, que nunca salen a la luz, pero que habitan en la oscuridad, expectantes, y que son el reverso oculto que complementa el mundo de la luz, al que están emparentados, unidos por lazos de sangre, hasta la desaparición de uno y de otro, de la ciudad y su reflejo, del cielo y las negras profundidades desconocidas: "Estambul a lo largo de su historia siempre había sido una ciudad subterránea […] Sumida en la oscuridad, era como la cara oculta de una estrella lejana […] Como la superficie de un planeta que todavía no ha acabado de formarse, los ondulados fragmentos de la ciudad, cubiertos de cemento, piedras, tejas, madera y plexiglás y cúpulas, parecía que fueran a entreabrirse lentamente y que desde las tinieblas se filtraría la luz de un misterioso subsuelo".
     Una mujer joven, Rüya, de la que su marido y a la vez primo, un joven abogado llamado Galip, está locamente enamorado, desaparece un día de su casa de Estambul, dejándole una escueta nota, sin más explicaciones y sin haber sucedido nada previamente. Rüya es una apasionada de las novelas policiacas, afición que Galip nunca ha podido entender. Pero a su vez, Rüya es la hermanastra del más famoso columnista local, del periódico Milliyet, Celâl, amante de ocultarse tras seudónimos y de embrollar su pista para evitar ser localizado por admiradores y por su misma familia, especialmente ahora que padece con angustia una enfermedad, la peor enfermedad para un escritor: la pérdida de la memoria. A la vez que la bella Rüya, el famoso Celâl también se halla en paradero desconocido. Durante una semana Galip los buscará por todo Estambul, pero sobre todo se verá arrojado violentamente en brazos de algo que nunca había percibido, algo que nunca había podido ni siquiera imaginar en su plácida vida de buen hijo y buen marido: el Misterio. Con él, con Galip, el lector entrará en un mundo oscuro y desconocido, lleno de inquietud, de enigmas e interrogantes. Con él, entramos de lleno en un universo cabalístico, lleno de trampas, de claves, de objetos que se repiten y cuyo significado se intenta desesperadamente desentrañar, un mundo de misticismo y de magia, en el que todo está relacionado y ya "leído" ("repasaba imágenes que vería poco después con la costumbre e impaciencia de un lector que hojea un libro ya leído muchas veces"), un mundo en el que al mismo tiempo nadie ni nada es seguro y que tan sólo se puede percibir a medias, a base de señales lanzadas por una realidad que alguien, una mano —¿el escritor?— está mezclando a su antojo, está "escribiendo" día tras día. Alguien que sobre un mismo espacio o tablero —la ciudad de Estambul— mueve las fichas por círculos, por ondas sucesivas, con retrocesos, merodeando, con reiteraciones y repeticiones de escenas y objetos, de frases o historias contadas por escritores reales o inventados.
     Novela inusitadamente ambiciosa, rica y compleja para nuestros días, desde el comienzo de El libro negro, es decir, desde la narración de un misterio plano, nítido, incuestionable —la desaparición de una joven mujer casada—, el lector o, lo que es lo mismo, el investigador, el narrador que inicia la búsqueda —Galip— se sumergirá de lleno en el mundo de lo desconocido: de la inquietud que siente ante el caos inherente a la propia ciudad ("en el bosque de edificios de la fangosa ciudad"), que ahora adquiere el tono de un caos determinado y concreto. Y se enfrentará sobre todo a la búsqueda de una imposible identidad que borra a todos y hace que todos deseen ser "otro". Porque además de una historia de amor, un amor profundo y eterno, nacido en la misma infancia, El libro negro es la historia de un deslumbramiento, de una fascinación, de esa admiración sin límites por alguien —el famoso columnista y a la vez primo mayor Celâl— que representa la creación del mito, un mito que tan sólo aparece en la novela a través de sus columnas, alternadas con la narración del presente de Galip, y que, como todos los mitos, crecerá, se reinterpretará y será absorbido por cada uno a su manera, reivindicándolo como propio. Todos —una antigua amante abandonada, su propia familia que se cree menospreciada, un activista político que cree ver mensajes cifrados—, todos, sin excepción, creen ser los destinatarios, los interlocutores únicos de los mensajes y de las columnas y a la vez todos creen vivir en ellas la identidad que les falta: es decir, la identidad fantasma del propio y huidizo Celâl, que provoca sus sueños, sus deseos, sus pensamientos, sus aspiraciones. En definitiva: que da forma a su vida. Cuando definitivamente se compruebe que Celâl ya nunca aparecerá después de esta última huida, será su discreto primo Galip el que lo sustituya por escrito, el que ocupe su despacho, el que lo suplante y cree una nueva impostura. Instalado por fin en ese doble que idolatraba y al que ha "matado", Galip hallará por fin su voz ("y así se abrió camino a la vida literaria que llevaría tantos años en la columna de Celâl"). –

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