La voluntad y el azar Sergi Pàmies, El último libro de Sergi Pàmies, Anagrama, Barcelona, 141 páginas. La publicación en 1986 del libro de relatos de Sergi Pàmies T'hauria de caure la cara de vergonya (Debería caérsete la cara de vergüenza en la versión castellana) produjo un efecto parecido al que, en 1978, produjera el también libro de cuentos de Quim Monzó Uf, var dir ell, incorporados en la antología Melocotón en manzana publicada por Anagrama en 1981. Ambos escritores, que han publicado toda su obra en Quaderns Crema y sus versiones al castellano en Anagrama, representan el nuevo espíritu del final del franquismo y de la transición democrática. Una escritura desenfadada, antirretórica, que surge del realismo urbano para desembocar en el humor, el caos y el absurdo. Ambos son excelentes cultivadores del relato y en ambos las exigencias del relato han encontrado expresión en el terreno de la novela. Inconfundiblemente barceloneses, su escritura es ajena a todo localismo del mismo modo que su peculiar realismo es ajeno a la crónica.
En ambos narradores sería difícil hablar de evolución. Desde su primer libro de relatos la escritura de Pàmies está marcada por una realidad anodina, ajena al documental pero atenta al detalle, que el azar conduce a lo irracional. Hay una lucha constante entre la razón y la lógica y la emoción y la lógica interior que poseen las cosas, entre el orden y la inquietante alteración del orden. Lo verosímil se ve transformado por la imaginación, la imaginación es siempre fiel a lo verosímil. De ahí que nos encontremos con una prosa ajena a todo aspaviento, de frases muy breves, con un lenguaje familiar, limpia tanto de la tradición retórica como del coloquialismo. Uno de sus grandes méritos es, como en Monzó, el de reflejar la dinámica de la nueva sociedad española, pero rechazando la empobrecedora frivolidad.
Ignoro por qué los editores han ido escamoteando algunos datos significativos en la biografía de ambos escritores. Nacido en Barcelona en 1953, Monzó, del que Anagrama acaba de publicar sus Ochenta y seis cuentos en traducción de Javier Cercas, empezó escribiendo pornografía para revistas baratas (en 1979 obtuvo el premio La Sonrisa Vertical con Diez manzanitas tiene el manzano), dibujó historietas y hasta pintó paredes antes de ser reportero en las guerras de Irlanda, Vietnam y Camboya. Sergi Pàmies nació en París en 1960 y reside en Barcelona desde 1971, fracasó en su noble intento de aprobar el bachillerato superior y ha trabajado durante años como administrativo, es decir, como oficinista. Al igual que Monzó, colabora activamente en los medios de comunicación, a los que tanto debe.
Algunos de estos datos aparecen reflejados en El último libro de Sergi Pàmies, título cuyo pleno significado encontramos en el último relato del libro, "Cobertura", que viene a ser una especie de epílogo en el que de forma taimada, en lugar de responder a la pregunta de si es cierto que la novela ha muerto, como lo afirma en las páginas culturales "la novelista que más admiro" (y que nosotros identificamos con las declaraciones que ha hecho Eduardo Mendoza), prefiere preguntarse si no será que está escribiendo en una lengua que muere, para concluir que, "pese a los nubarrones que, entre dos rascacielos, se aproximan", vale la pena vivir, cantar, "y escribir aunque sea una novela que se muere, aunque sea en una lengua moribunda". Esta lengua moribunda es posible que sea el catalán. No hay razón para pensar que no podría serlo también el castellano de España.
Empiezo por el último relato porque "el principio es bastante triste", nos dice el narrador. El libro termina con una voluntad de seguir escribiendo. Es decir, el último libro de Pàmies no está todavía terminado. Como no terminan muchas de las historias, que nos dejan en un extraño suspense final, como si la incertidumbre no tuviese fin y sólo quedasen los proyectos, como si sólo quedase el futuro que da título a otro de los cuentos: "Tengo la esperanza de que no todo sea definitivo", "porque en el fondo lo único que me interesa saber es cómo será el futuro que, por las grietas del tiempo, podré ver entonces".
Pàmies integra el desorden en lo cotidiano para establecer una relación estrecha entre dos polos aparentemente opuestos. Lo que hace, en todo caso, es señalar la distancia entre la lógica y la ruptura de la lógica, entre la razón y el instinto, entre la voluntad y la pasión. Y una fuerza no niega a la otra sino que la complementa. Los relatos están marcados por interrogantes y por búsquedas y la extensión de cada cuento (del minirrelato "El futuro" a la magnífica novela breve "El Océano Pacífico") depende de los obstáculos que encontremos en el camino, camino que generalmente recorremos en un taxi o en un coche y cuyo trayecto final no necesariamente vamos a conocer, a no ser que sea un accidente que también nos deja sin respuesta. En el primer cuento del libro, la aceptación de la verdad oculta es rápida. En "El Océano Pacifico" se van acumulando los obstáculos y los incidentes.
Casi siempre, como ocurre en Cortázar, una revelación, un detalle que de pronto se carga de significación es el generador del texto o, mejor dicho, el generador de una actividad mental que lleva a la escritura. Por eso, sin que sea una narración reflexiva, intelectual o abstracta el lector no puede evitar la reflexión, lo que explica la estrecha relación entre la lectura y la escritura en "Las dos caras de la misma moneda". Y aunque no sea una literatura culturalista, hay una implícita estética en cada uno de los textos. Con frecuencia el narrador es un escritor, un lector o un apasionado de la música, pero lo que se plantea no es tanto una forma de relacionar la escritura con la vida. Otras veces, por el contrario, es un oficinista o un hombre de negocios con una enorme fe en la disciplina del trabajo, que de pronto se ve arrastrado por fuerzas misteriosas. Lo interesante no es tanto la lucha entre la voluntad y el azar como la revelación de que ambas forman parte de la naturaleza o de la condición humana.
Se revela asimismo la relación entre los objetos, los animales y las personas. Las cosas se humanizan, la vida humana se materializa u "objetiviza", adquiere la calidad de un objeto. Lo cual explica que la pasión se exprese asimismo como una distancia sexual, que las relaciones entre padres e hijos están marcadas por "accidentes", que a pesar del dolor, de la melancolía, de la tristeza, de la soledad de seres que viven en paisajes de asfalto iluminados, comos en las novelas de Riera de Leyva, por los incendios, el humor está siempre presente. Explica, asimismo, la desaparición de las jerarquías. El hecho de que los detalles aparentemente secundarios reivindiquen su presencia, convierte lo insólito en algo normal y a personajes anodinos, muchos de ellos sin nombre (el hombre, la joven, la clarinetista, la niña, Ese, Eseotro), en seres excepcionales que merecen un lugar en este último libro siempre inacabado que es la vida y la narrativa que la escribe. La de Pàmies, por lo menos.-