Podría escribirse un libro de dimensiones regulares con las cosas que se han ido evaporando de nuestras vidas en el siglo que acaba de pasar. La tendencia en algunas zonas de Latinoamérica al crecimiento empobrecido se acompaña con una visible reducción cultural. La conciencia de la lengua, el nivel educativo que se traduce en el escrutinio de lo que enriquece o deteriora al habla de un grupo humano, se limita así a sectores mínimos. Lo contrario aparece como el estigma inevitable que marca a opacos sectores crecientes. ¿Quién no recuerda al Mr. Higgins del Pygmalion de Shaw que aplicaba pautas de pronunciación para identificar a una florista de puebloentre damas de clase alta?
No me gusta, pero cabe reflexionar sobre el estado fecal en el que se sumergen ciertas palabras, ciertos semantemas arrasados por la prisa que no piensa. La globalización (que para empezar macera o glosa tantas incompatibilidades: globo-loba-baliza-bala-liza según el estilo de Michel Leiris en Glossaire j' y serre mes glosses) me lleva a pensar que lo que diagnostico como pueblerino en un lado, se practica también en otro, lugar de los advenimientos, por obra de la tan traída y dejada amistad de los pueblos. Pero hablo de lo que registro por mí misma: cuando regreso a Montehabano, fuera de comprobar que sigue mereciendo ese poco inventivo morfema, soporto el verbo impactar aplicado en todos los campos. Los recolectores de catástrofes o sea los periodistas de los informativos, que engordan o encarnan con la crónica roja, no dejan de señalar el "impacto" que tal o cual barbaridad había tenido en un barrio o en cualquier ámbito. Las cronistas de modas o los comentaristas políticos se arrebatan la palabreja con frecuencia repulsiva y una intemperante reverberación de los mil demonios. El relator de un partido de futbol anuncia con exaltada neutralidad que x "¡impactó la pelota y… goool!" Un texto poético en encomio de un pintor puede reiterar unas ocho veces (como estribillo) "la pintura de Fulano me impacta" o algo así. ¿Quién vela sobre el tirano mientras duerme? Ay, la estupidez tirana no duerme nunca y cuando se ejercita en cosas nimias más nimias que unas y menos nimias que otras a algunos debe parecerles exageración e inutilidad plantarles cara. Un formidable escritor, el ya muerto Giorgio Manganelli, dijo: "El momento de la pérdida de la cultura es profundamente traumático, un poco como la muerte ritual del padre, pero como todas las muertes rituales, sobre todo si se ejecutan en un marco doméstico, no carece de una especie de fuerza cómica e histérica". Habrá que verle el lado cómico.
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Absurdo como una cruz pintada de rojo (pero la tengo vista en una foto de Wim Wenders, tomada en un cementerio de El Paso).
Inseguro como el lema del escudo de los Gonzaga: Forse che si; forse che no. El primero había luchado contra los turcos derrotándolos, pero al parecer no quedó muy convencido. D'Annunzio eligió ese lema como título de una de sus novelas.
Inocente como Corot celebrando en una carta un cuadrito suyo que ha vuelto a ver: "No había nada en él, pero era encantador y como pintado por un pájaro". Entiendo de golpe la fascinación de Morandi por Corot, curiosamente uno de sus pintores favoritos, que se transparenta cuando, con no menor inocencia, se escandalizaba del precio alcanzado por algún cuadro suyo, ya fuera de sus manos, y se preguntaba en cuánto, entonces, iban a vender un Corot.
Prodigioso como la sencillez y eficacia del tema con el que el ángel, en la Weihnachthistorie de Schütz, insta por dosveces a José: primero para que se despabile y huya con Jesús niño a Egipto, de modo de salvarlo de la persecución de Herodes y, por segunda vez, para que, ya pasado el peligro, regrese a Judea. Las mismas palabras, la misma urgencia en la misma frase musical. Pero primero logra traducir angustia. Después laalegría casi pícara que significa: ¡Lohemos burlado!
Sagaz como Quevedo en esta cuarteta:
Cocodrilos descubiertos
son poetas vengativos;
que a los que se comen vivos
los lloran después de muertos. –