Recuerdo muy bien la primera vez que vi la fotografía del baúl de Fernando Pessoa. La encontré en un libro de María José de Lancastre sobre el escritor. El pie de foto decía: "A arca dos inéditos". En otro lugar de ese libro se decía que Pessoa había dejado en su baúl 27,543 textos no publicados. Hasta 1968 no se hizo el inventario oficial del literario legado de Pessoa, lo que significa que los textos durmieron un sueño de 33 años en el baúl. "El sueño de las ganas de dormir,/ el sueño de ser sueño", decía Pessoa. Recuerdo muy bien esa primera vez en que vi el baúl, recuerdo que me quedé pensando que tiene el viento variedad en las formas de sentir. Pero para nada se me ocurrió pensar que, un día, un gran amigo mío compraría ese baúl y se lo llevaría a su casa, haría un nuevo inventario y comenzaría a publicar los inéditos, empezaría a rescatar del sueño de ser sueño a los 72 heterónimos que habitaban el baúl.
El amigo que compró el baúl se llama Manuel Herminio Monteiro, y el otro día pasó por Barcelona. Le reservé una habitación en un hotel de la calle de Aragón, donde suelen hospedarse Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs cuando están en la ciudad. Salí a pasear con Herminio, hablamos del baúl y del sueño de los 72 heterónimos y me regaló un libro recién salido en Portugal: A educaçao do estóico, del Barón de Teive.
El Barón es el primer heterónimo nuevo que ha surgido del baúl del sueño no eterno, recientemente perturbado por uno de mis amigos menos perturbados, Herminio. La educación del estoico lleva un subtítulo muy orientador de lo que nos vamos a encontrar en este libro (sólo publicado hasta ahora en portugués, verdadero acontecimiento para todos los pessoanos del mundo): De la imposibilidad de hacer arte superior.
Se trata del único manuscrito del Barón, que fue un escritor muy parco, debido precisamente a su sentimiento de que era imposible el arte superior. En el prólogo de su libro, escribe el Barón de Teive: "Siento próximo, porque yo mismo lo quiero próximo, el final de mi vida […] Matarme, voy a matarme. Pero quiero dejar al menos una memoria intelectual de mi vida, un cuadro interior de lo que fui […] Será éste mi único manuscrito […] Siento que la lucidez de mi alma me da fuerza para las palabras, no para realizar la obra que nunca podría realizar, pero sí al menos para decir con sencillez por qué motivos no la realicé".
El libro de este nuevo fantasma de Pessoa que ahora cobra vida es tan breve como conmovedor. En él nos explica el Barón su visión del mundo y cuáles habrían sido los libros que habría escrito de no haber preferido no escribirlos. El motivo por el que no se molestó en darles vida se encuentra perfectamente explicado ya en el subtítulo y en frases como ésta: "La dignidad de la inteligencia reside en reconocer que está limitada y que el universo se encuentra fuera de ella".
Así pues, debido a que no se puede hacer un arte superior, el Barón prefiere pasarse, con toda la dignidad del mundo, al país de los hechiceros infelices que renuncian a la engañosa magia de cuatro palabras bien colocadas en cuatro libros brillantes pero en el fondo impotentes en su intento de alcanzar un arte superior que logre fundirse con el universo entero. Si a esta aspiración universal inalcanzable añadimos aquello que decía Oscar Wilde de que el público tiene una curiosidad insaciable por conocerlo todo, excepto lo que merece la pena, llegaremos a la conclusión de que el Barón hizo muy bien en ser tan lúcido, escribir sobre su imposibilidad de escribir, y matarse. ¿Qué más podía hacer alguien como él que pensaba, por ejemplo, que ni los sabios griegos eran dignos de admiración, pues desde siempre le habían causado una impresión rancia, "gente simplona sin más"?
¿Qué más podía hacer ese Barón tan terriblemente lúcido? Mandar a paseo a su vida y también, por inalcanzable, a la posibilidad de hacer un arte superior. Mandar a paseo su vida, del mismo modo que lo hacía Álvaro de Campos cuando decía que no había metafísica en el mundo como los chocolates, y luego tomaba el papel de plata de la cubierta y lo echaba por tierra, como había echado antes por tierra a la vida misma.
El Barón sabía que, como decía Pessoa, necesitar, lo que se dice necesitar, sólo necesitaba "verdad y aspirina". Y, claro está, el Barón escribió su libro, y después se mató, nos dejó su libro educado y estoico, y se mató. Dejó un homenaje involuntario al arte menor, ese arte que descubre nada menos que en el gran Leopardi, y lo descubre en una frase de éste que le suena a metafísica muy poco convincente: "Soy tímido con las mujeres, luego no existo".
También el Barón era muy tímido con las mujeres, pero la frase de Leopardi le deja pasmado, aunque le ayuda a consolarse, pues que el gran Leopardi también hubiera vislumbrado la imposibilidad de un arte superior, le hace pensar que si el escritor italiano decía semejantes memeces, no podía ser más evidente que en la literatura y en la vida no había nada más que hacer, sólo reconocer la aristocracia del alma. Y marcharse. Somos tímidos con las mujeres (piensa el Barón), Dios no existe, Cristo no tenía ni biblioteca, pero al menos alguien inventó la dignidad. –