Contrario a lo que se afirma casi siempre, entre John Fante y Charles Bukowski hay más diferencias que semejanzas. Todo lector de estos dos autores conoce lo del supuesto rescate de la vida y obra del primero a partir de las recomendaciones del segundo. Soportando el deseo de extenderme sobre esa mentira, habría que leer las declaraciones de Dan Fante, hijo del escritor italo-americano, sobre cómo su padre siempre mantuvo económicamente a toda la familia a pesar de la amargura, el alcoholismo y la diabetes que consumió al escritor al final de su vida.
Además de lo anterior, hay otra característica que los separa: el éxito. El primero lo buscó durante toda su vida sin conseguirlo y al segundo le llegó a los 50 años, tarde pero de forma efectiva. El sueño americano tocó la puerta del que parecía la antítesis de todo lo bueno que hay en la ideología del self-made man mientras al hombre de familia que sacrificó su vocación por sostener a su familia lo dejó olvidado en una cama de hospital mientras le cortaban las piernas poco a poco.
Pero, antes de la triste muerte, de quedarse ciego y dependiente de su esposa, de vivir escribiendo guiones de cine que casi nunca se filmaban, de los cuatro hijos a los que estaba obligado a mantener, de los fracasos literarios cayendo sobre él, antes de todo eso existió la literatura y el sueño de convertirse en uno de los más grandes escritores estadounidenses.
Enero de 1937. Fante había pasado por unas cuantas experiencias amorosas, todas noviazgos insostenibles hasta que conoció a Joyce Smart, editora graduada de Stanford, quien quedó prendada de los cuentos que el autor había publicado en la revista American Mercury. La pareja comenzó rápidamente una relación seria y, aunque la madre de Fante estaba en contra de la relación, el escritor decidió que no necesitaba la bendición familiar y seis meses después del noviazgo secreto, la pareja se casó en Reno, Nevada.
Desde 1932 hasta el año de su matrimonio, Fante había vivido como lo hace Arturo Bandini en Pregúntale al polvo: en pequeños y sucios cuartos baratos, mal alimentado y solo escribiendo. El matrimonio lo obligó a vivir en un departamento decente y además a trabajar con intensidad en su obra. Así, en tres años terminó y publicó tres libros: Espera a la primavera, Bandini; Pregúntale al polvo y Dago Red.
Pero este impulso creativo se vio mermado por dos razones, la primera: Joyce estaba embarazada y Fante tuvo que hacer a un lado su obra y comenzó a escribir guiones cinematográficos para ganar dinero suficiente. La segunda tuvo que ver con los continuos fracasos que experimentaron sus obras, sobre todo la que es considerada su mejor novela publicada en 1939: Pregúntale al polvo.
Cuando esta novela apareció en el mercado, la editorial que la publicó, Stackpole Sons, se vio inmersa en una demanda por editar sin autorización el libro Mi Lucha. El argumento que ellos blandían era que Hitler no se merecía ningún pago de regalías. La demanda obligó a la editorial a gastar el dinero destinado a la publicidad y el libro de Fante pasó desapercibido. Además, ese mismo año llegaron al mundo tres libros fundamentales en la historia literaria estadounidense: Las uvas de la ira de John Steinbeck, El sueño eterno de Raymond Chandler y El día de la langosta de Nathanel West. La competencia era feroz y Fante sacó las cartas perdedoras.
A pesar de lo anterior, han pasado 75 años y la obra se sostiene. Pregúntale al polvo contiene las obsesiones que Fante desarrolló en toda su obra: la escritura como medio para lograr el éxito, la religión católica como detonante de la culpa, la herencia familiar italiana, la medianía diaria y el amor como fracaso o castigo.
Alessandro Baricco afirma que la novela tiene tres historias: la primera es sobre el personaje veinteañero que desea ser escritor. Esa historia termina bien, Arturo Bandini, personaje principal de la novela y alter ego de Fante se siente un verdadero escritor al final de la obra. Aunque, durante toda la lectura, el autor observa que el camino para convertirse en escritor está pavimentado con desaliento, fracaso y desaprobación general. La recompensa es una ilusión, pero una que es suficiente para mantener a Bandini y también a Fante en el camino literario. La segunda es sobre cómo el personaje intenta vivir de forma congruente con su catolicismo, algo que nunca se concreta en la novela, pero creo que es un tema mejor explorado en otras obras del autor, por ejemplo en el libro de cuentos El vino de la juventud. Y la tercera es la historia de amor que es ridícula y llena de drama, además acaba mal. Arturo, un italoamericano un poco racista, se enamora de Camila, una mexicana no demasiado guapa, mesera de un bar miserable. El personaje desea a la mujer pero al mismo tiempo la rechaza, siente católica culpabilidad y regresa a ella para volverla a rechazar una y otra vez.
Más allá de esas tres historias, la característica principal de la novela es la contradicción. Todos los personajes se desenvuelven dubitativa pero vívidamente, incluso aquellos que sólo sirven para ambientar la historia diaria de Bandini. Pero son los dos personajes principales en quienes podemos observar la disonancia entre lo que piensan, lo que dicen y lo que hacen. Tal vez en los personajes de Fante podemos ver su propio carácter, más allá de que en algún momento reconoció que él era Bandini, sobre todo el Arturo de la novela que aquí tratamos, lo que hay es un escritor que es como sus personajes, una contradicción viviente que se emborrachaba a diario para luchar contra lo que deseaba ser, las responsabilidades paternales y en lo que se había convertido: un vendido, una prostituta, “un exitoso escritor de Hollywood sin siquiera escribir una línea”
(Torreón 1978) es escritor, profesor y periodista. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas (Instituto Coahuilense de Cultura, 2005) y Polvo Rojo (Ficticia 2009)