Para medir la locura literaria

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Franco Félix
Maten a Darwin
Ciudad de México
Caballo de Troya
2018, 560 p.

 

La mayoría de las veces que me acerco a algún autor o libro nuevo, tengo bastante confianza en mi intuición y en los años de lecturas. Muy pocas veces siento algún tipo de duda ante lo que estoy leyendo. Cuando digo lo anterior, sabiendo que sueno arrogante, me refiero a que, ante las primeras líneas ya comienzo a hacerme una idea de hacia dónde se dirigirá la obra. Tengo una sospecha de qué sucederá a continuación y puedo anticipar si el libro me atrapará por completo o lo dejaré a la mitad para nunca más regresar a él.

A veces entiendo que estoy ante un buen libro, pero que en ese momento no puedo leerlo por alguna razón determinada. He dejado varios a la mitad y vuelvo a ellos años después, casi sin esfuerzo. Recuerdo dónde los había abandonado y continúo.

Pero, a veces, no tantas como quisiera, aparecen libros que me desconciertan. Me agarran en bajada, en curva, volteando para el otro lado. Entonces, hago una pequeña retirada de un par de días. Después regreso y vuelvo a empezar.  ¿Ante qué me encuentro? ¿Me está engañando? ¿Es de verdad bueno o una mentira muy bien montada? ¿Vale la pena el esfuerzo?

Esto me ha sucedido con la extensa novela de Franco Félix, Maten a Darwin. Fue una lectura lenta, no tanto por el libro en sí, sino porque Franco me ha descentrado, me ha sacado de aquello que conozco y me hizo dejar el libro y regresar a él una y otra vez. ¿Qué tipo de brujería estaba experimentando?

Debo explicarlo desde otra perspectiva. Cuando comencé esta reseña estaba decidido a contar, hasta cierto punto, cuál es el argumento de la novela. Ahora que estoy aquí, veo que es casi un asunto imposible. Tenemos una multitud de personajes, que también desatan una serie de arcos narrativos. También hay historias que se entrelazan entre ellas, además de varios personajes secundarios que terminan convirtiéndose en principales por momentos. Junto a lo anterior también existe un montón de referencias a la ciencia, la filosofía y la cultura pop. En otras palabras, la novela de Franco Félix es un trabajo ambicioso por conciliar pensamiento complejo con entretenimiento. Podría decirse que estamos ante una forma poco explorada en la literatura nacional: la narrativa filosófica pop.

A pesar de todo, intentaré una explicación de lo que sucede. El libro cuenta los años previos de una tercera guerra mundial llamada la Gran Guerra Semiótica. Explica cómo todo comienza en el siglo XIX, cuando Darwin, de forma secreta, investiga la posibilidad de conseguir la inmortalidad. Esto va a conectar con la llegada de un tipo de dios, omnipotente, aunque no omnipresente, que pasea por el mundo buscando a quienes integrarán su extraño ejército. De forma paralela, asistimos a la terrible guerra secreta entre los herederos de Darwin y los de Patrick Matthew, enemigo de Charles Darwin. Este odio lleva a los descendientes de ambos personajes a exterminarse utilizando distintos dispositivos creados para acabar con cualquier persona que consiga la inmortalidad. Esto es, a grandes rasgos, Maten a Darwin. O algo así.

Pienso que no todos los escritores siguen este camino, el de combinar elementos pop con filosofía y semiología, por varias razones. La primera, sin duda, es que no es algo que pertenezca a nuestra tradición literaria. La segunda tiene que ver con las altas probabilidades de fracasar, porque escribir una novela así –sin una historia central, sin personajes principales completamente identificables, sin un argumento que abrace sin dudas a todos los participantes, sin una estructura tradicional– es tan arriesgado que es probable que un autor se desplome.

Sin embargo, Franco no se derrumba. Tiene una extraña habilidad: no importa cuántas veces los personajes aparezcan y desaparezcan, cuántas historias nazcan y mueran en el mismo libro, jamás el lector se pierde o deja de entender dónde está parado. Su entretejida complejidad es un intento solitario por empujar a la literatura nacional por el camino trazado por David Foster Wallace o Thomas Pynchon.

Pero veo poco probable que alguien más quiera caminar por ese complicado pasaje. Requiere cierto pensamiento algo enloquecido, poblado de filosofía, arte y masoquismo. También se necesitan años de trabajo antes de publicar un libro, algo que en este país se antoja casi imposible porque los escritores también requieren ganar dinero y mantener a sus familias. No creo que existan muchos editores que se animen a pagarle a un autor por varios años con la promesa de una novela total, compleja y enloquecida. En ese sentido, la publicación de Maten a Darwin es casi un milagro editorial.

A pesar de la sorpresa que Félix me causó con este trabajo, tengo algunas opiniones que desentonan con lo que he dicho hasta ahora. La primera tiene que ver con algunas expresiones típicas del lenguaje estadounidense que utiliza el autor. Me saltaron de inmediato, como si las influencias literarias estadounidenses de Franco fueran tan poderosas que no solo afectan su idea de cómo se debe narrar, sino incluso su lenguaje. Me refiero a expresiones como “patear el trasero de la muerte antes que nadie”, o “pega otra chupada con todas sus fuerzas” o “darse una ducha”, salidas de una traducción española. No es algo grave, incluso puede ser que el autor justo quisiera dar ese efecto, pero me parece que el español, tal como lo escribimos en este país y en otros de Hispanoamérica tiene múltiples expresiones más que interesantes y creativas.

Otro asunto que me preocupa de la novela es este virtuoso despliegue del lenguaje que aplica Franco Félix. Sin ninguna duda conoce su oficio, pero a veces sentía que las palabras me asfixiaban, se me venían encima. De nuevo, creo que esto tiene que ver más conmigo que con él. Soy de esos que prefieren lo corto, lo sencillo y no tanto el regodeo con el lenguaje.

De todas formas, la lectura siguió avanzando, quería saber cómo resolvería todas las historias que abrió o si de plano tendría que recular y terminar abruptamente. Por fortuna, nada de eso sucedió. El final corresponde al resto de la obra: enloquecimiento bien medido, astucia desquiciada.

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(Torreón 1978) es escritor, profesor y periodista. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas (Instituto Coahuilense de Cultura, 2005) y Polvo Rojo (Ficticia 2009)


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