La nueva oficina bancaria

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Vida sin algoritmos. El ludismo actual vindica que no nos conozcan las máquinas. Carlos Barrabés sostiene que con el 5g “el ambiente te entiende”, vives en una ampliación de ti, capas y capas de ego conectado a todo. Todo te reconoce y te ofrece más de ti. Puede ser fatigoso, pero va a ser, tal como vemos viendo: siempre vivimos en un anticipo. En Off the road. Miedo, asco y esperanza en América (Ariel, 2016), Andy Robinson cuenta muy bien cómo se hace y se deshace este mundo, las fricciones de lo antiguo, la resistencia a ceder.

El espeluznante libro Superinteligencia (Teell, 2016), de Nick Bostrom, avisa de que hemos de prepararnos para cuando llegue ese monstruo que estamos creando por aquí y por allá y que puede acabar con la especie humana: un día nos gana al ajedrez, otro al go; hoy la máquina de Facebook te ofrece tus más recónditos sueños, esta tarde te entenderá el ambiente. Quizá el mismo Nick Bostrom es un emisario de esa superinteligencia, que se proyecta desde el futuro para prevenirnos contra ella misma, un Terminator profeta. Carlos Barrabés insiste que en estos tres años van a pasar muchas cosas que lo cambiarán todo. Suma de Big Data, ia, nube, blockchain (cadena de bloques), nano, bio. Elon Musk (Tesla, SpaceX, Solar Impulse, tren supersónico Hyperloop) ya debe de ser un avance táctil de esa Superinteligencia. Google parece una cosa antigua a ratos.

Nick Bostrom ha hecho un estudio exhaustivo y riguroso de la ia y de otras posibilidades de superinteligencia. Por ejemplo, la emulación del cerebro humano: se escanea, se fabrica uno igual, se enriquece. Ya tenemos un nuevo monstruo. Deje usted su cerebro original en la mesilla, en una urna amniótica, y pruebe su nuevo órgano expandido. Poemas del futuro obsoleto. Bill Gates recomienda encarecidamente la lectura del libro de Bostrom, que pone los pelos como fibras, los pelos echan luz, o dejan pasar la luz, datos. El nuevo cable submarino ya será transparente para que los peces lean las inminentes cotizaciones de sus lomos, a cuánto van derivando sus raspas. Ni un solo pelo sin control, sin su etiqueta, como avanzaba el Evangelio. Ni un pajarillo cae sin permiso.

Ni un pensamiento sin Facebook: creía que no se me ocurría nada y era que fallaba la conexión. Qué susto. Sin filtradores de secretos no hay vida. Cada temporada ha de haber un Edward Snowden que nos traiga noticias, intenciones, algo. Las mismas agencias secretas deben apresurarse a divulgar sus propios secretos ya inútiles: programas y proyectos desechados: toda la ia que no ha prosperado ¿a dónde va? El caso es tener algo nuevo sobre mí mismo: el ambiente te entiende. Parece un lema gay, pero es una frase de Carlos Barrabés, accesible en varios de los youtubes que recogen sus conferencias, y se refiere a las capas de info, inteligencias ubicuas que nos re-conocen por la calle, nos saludan y nos ofrecen todo. todo. Ofertas de todo.

Twitter lo que necesita es misterio: que al pinchar en un tuit te lleve al abismo de tu alma y puedas salir por el otro lado, ya lavado y traslúcido, sin culpas ni miedos, en un destilado de talento. Eso le irá bien en bolsa. Es un algoritmo: está al caer. Traduce mi ingenio aquel, que no tenga que hacerlo yo todo.

La moda de los bancos es cerrar oficinas y no se dan cuenta de que lo que queremos los antiguos humanoides es volver a las oficinas para ilustrar el fin de las colas: buenos sofás, cócteles, exposiciones virtuales, experiencias con lo único que vale. Oficinas modernas que se comporten como cuadros del Bosco, con objetos flotantes, seres táctiles extraídos o extirpados de la propia conciencia del cliente, que le reconozcan y le hablen desde dentro: que el ambiente te entienda de una vez. La oficina bancaria como experiencia total, como lugar donde solucionarlo todo, con personas y máquinas confundidas y con trozos de identidad copiapegable de cada cual. Las gafas de realidad virtual son un paso intermedio, un acercamiento a la cabeza que alojará el chip neuronal, apenas un adhesivo: los tatuajes tontos tienen los días contados, todo será qr, legible, conectado.

Los bancos tradicionales, antes de que los asalten las tecnológicas, pueden aprovechar sus redes de oficinas físicas como lugares de encuentro metafísico, pues el dinero es lo único real e irreal, divino y ensuciable: mueves el dinero en sus mil millones de modalidades, tocándolo con tus manos, lo manejas física y virtualmente, pero siempre en la realidad contable universal: bloques de Lego, transfieres, pagas, cobras, inviertes, convives en todos esos futuros que tu presencia altera (sí, puedes sentir que tú eres agente del principio de incertidumbre). El banco es el último reducto del futuro. Un minuto antes de mutar y disrumpirse o ser disruptada, la sucursal bancaria puede ofrecer el servicio más completo, el pack integrado: experiencia, turismo, ubicuidad, espanto… todo desde el único sitio que no es un no lugar, desde el último templo donde se cuece lo real-irreal: el dinero. Lo que se extingue –el papel– obtiene un último vigor de décadas.

Los bancos pueden prestar un servicio impagable (aunque será de pago) cambiando la tendencia a abandonar las oficinas (y la palabra) por la moda de abrir 24/7 y prestar el servicio global del auténtico dinero que es todo. Dinero social, dinero en sociedad, dinero en futuro. Salas amables hiperconectadas, con expertos personalizados (incluso personales) en las que se pueda negociar, gestionar e invertir la cultura innovadora de hoy. Al fin podremos ser reales. ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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