Trump y la ideología de lo políticamente incorrecto

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Hay tres cualidades de Milo Yiannopoulos, periodista británico, activista conservador y nueva estrella de la derecha trumpista, que lo describen rápidamente: declaró su cumpleaños el Día Mundial del Patriarcado, ha creado una beca llamada Yiannopoulos Privilege Grant, que solo se concede a hombres blancos, y organizó una gira llamada The Dangerous Faggot Tour por varias universidades estadounidenses (Yiannopoulos es abiertamente gay, algo que utiliza a menudo para neutralizar las acusaciones de homofobia). Es un perfecto troll que se hizo famoso defendiendo a los acosadores en el caso GamerGate, una polémica online surgida tras las denuncias de mujeres sobre el machismo en el mundo de los videojuegos. Muchas de ellas sufrieron amenazas de muerte y violación. La polémica convirtió a Yiannopoulos en el adalid del llamado “libertarismo cultural”, un movimiento que, según el periodista de Vox Zack Beauchamp, se puede definir como “un montón de gente que dice cosas intencionadamente ofensivas en internet”.

Yiannopoulos es un ferviente partidario de Trump y se ha convertido, junto con Breitbart, el medio ultraconservador donde escribe, en el soporte intelectual (si es que puede utilizarse tal etiqueta) de quizá la única ideología clara del candidato republicano: la incorrección política. Yiannopoulos, como Trump, piensa que un tabú existe solo porque nadie tiene el valor de desafiarlo. Ambos critican una cultura de la ofensa y lo políticamente correcto que consideran está dañando los valores estadounidenses. Su solución es precisamente decir cosas ofensivas. “Solo podremos terminar con la cultura de la queja, la ofensa y el victimismo de la izquierda ignorando los sentimientos de la gente”, ha escrito Yiannopoulos. Utilizan el argumento de la libertad de expresión como un arma más en una guerra cultural: “la ‘corrección política’ es ahora básicamente un sinónimo de ‘lo que hacen los de izquierdas’”, escribe el periodista del Washington Post Philip Bump. “Que, en cierto sentido, es lo que significaba en la Guerra Fría.”

La incorrección política de Trump es una buena manera de aglutinar un electorado blanco y masculino, defraudado por la globalización y racista, en torno a un concepto en el que existe un amplio consenso: un 71% de estadounidenses, según una encuesta de Rasmussen Reports, piensa que la corrección política es un problema. Según otra encuesta de la Fairleigh Dickinson University, hay consenso entre los dos partidos: un 62% de demócratas y un 81% de republicanos piensa lo mismo.

La ideología de la incorrección política es transversal, populista, maleable. A Trump le permite defenderse de quienes critican su incoherencia y sus salidas de tono. Sus votantes se fían de su apariencia de autenticidad, no tanto de sus ideas. Muchos son conscientes de que no va a construir un muro en la frontera con México. Les da igual. Un buen ejemplo de hegemonía política y cultural es una base de votantes que no cuestiona tus cambios de opinión y traiciones. Trump ha conseguido eso porque ha apelado a unos valores que están muy enraizados en la cultura estadounidense, a pesar de que los pervierte: la libertad de expresión, la autenticidad, la honestidad. Como escribe la periodista del Washington Post Colby Itkowitz, cuando Trump dice defender la libertad de expresión está al mismo tiempo “cuestionando el derecho de su interlocutor a quejarse de lo que está diciendo”. La queja es una prueba más de la cultura de la ofensa y la incorrección política.

Los excesos de la corrección política pueden resultar molestos e incluso impedir debates importantes. A veces ponen en peligro la libertad de expresión, y las buenas intenciones de sus defensores conducen en muchas ocasiones a justo lo contrario de lo que buscan. Pero los excesos de la incorrección política pueden ser peligrosos. En un mitin en St. Louis, Misuri, Donald Trump animó, entre vítores del público, a agredir a unos manifestantes, y prometió pagar a los agresores la multa. Utilizó su libertad de expresión para incitar a la violencia.

Es posible que Trump destruya el Partido Republicano y lo condene a la irrelevancia durante décadas. La demografía está totalmente en su contra, y lo va a estar más aún de aquí en adelante. Para derrotar a Hillary Clinton, Trump necesita el voto del 70% de todos los hombres blancos del país. Es casi imposible que lo consiga. Pero sus ideas no van a morir fácilmente, y ya han contaminado el partido. Trump es un líder populista y antiintelectual. Sus votantes desprecian el esnobismo de los liberales de Nueva York y Los Ángeles, el elitismo de los políticos producto de la Ivy League. El candidato republicano ha sabido explotar ese resentimiento. Trump no tiene referentes intelectuales, pero sí tiene intelectuales. No son The National Review o el Cato Institute sino gente como Milos Yiannopoulos. Su radio de acción se limita aún a las universidades y a foros de internet. Pero cuando Trump desaparezca, ellos recogerán su testigo. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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