“¿De dónde sacas tus bobinas de Tesla y tus botones con lucecitas”, pregunta Roxanne Ritchi, personaje de Megamente atrapado en la guarida del malvado y afectado científico loco extraterrestre de piel azul y enorme cerebro. No es una casualidad que en su laboratorio sirvan como telón de fondo bobinas gigantescas y como leitmotiv el ubicuo brillo azul eléctrico del plasma, que le concede a la película una estética retrofuturista emparentada con el steampunk pero más del lado punk. Tom McGrath, director de Megamente, se confiesa coleccionista de Popular Mechanics y tinkerer por vocación, y ha reconocido que moldeó a su villano encantador a imagen de Tesla, el genio serbio desdeñado, rebasado por la derecha por contrincantes con mejores relaciones públicas y mejor olfato para el mercado, y por su rivalidad con los inventores de la época. La película además tiene música de ac/dc. Saque usted sus conclusiones, pero cuide de in- cluir en ellas que Tesla, el ingeniero inventor serbio-estadounidense que sentó las bases de nuestra vida eléctrica e inalámbrica, sigue siendo dueño del futuro. O tal vez solo del futuro que imaginamos.
La exposición El futuro me pertenece: Nikola Tesla, que se exhibe actualmente en el Centro Nacional de las Artes, nació del interés de la editorial española Turner por el inventor serbio que la llevó a publicar una tríada de títulos biográficos y autobiográficos: el conocido libro de Margaret Cheney Nikola Tesla. El genio al que le robaron la luz, el texto autobiográfico Yo y la energía, con presentación de uno de los curadores de la exposición, Miguel Delgado, y Firmado: Nikola Tesla. Escritos y cartas, 1890-1943. Expuesta primero en Madrid en 2014 con el apoyo de Fundación Telefónica, comenzó su recorrido mexicano en el Parque Fundidora Monterrey, y eso no es lo único en esta exposición que parece moverse en un sentido nuevo.
El rescate de Tesla se ha emprendido, históricamente, fuera de Estados Unidos, y hasta hace poco solo podía vérselo fluir en los ríos subterráneos del cómic, la literatura de ciencia ficción, los biopics y los documentales de iconoclastas o contestatarios que han encontrado en él una réplica al talante ventajoso, destructor, del capitalismo salvaje. Entre los que acicatearon su regreso –el mitológico, hay que decirlo– se encuentran artistas que ven en sus conflictos comerciales con Edison y con Marconi, sus espectaculares fracasos empresariales, su debatida homosexualidad o asexualidad y su afición postrera por las palomas las marcas del héroe trágico, el perfecto científico loco y generoso, igualitario y ecologista, precursor de la modernidad, que debe vivir encerrado en una jaula llena de hienas capitalistas. Lo confirma una especie de historia cultural pop de Tesla que incluye entrevistas a Marina Abramović, Terry Gilliam, Laurie Anderson, Christopher Priest (autor de The prestige, que dio origen a la película del mismo nombre en la que David Bowie, ese otro ícono de lo vanguardista, interpreta a Tesla) y a la novelista Samantha Hunt, que afirma, acerca del olvido al que lo sometió la que fuera su patria adoptiva: “Tesla no quería ser famoso ni hacer dinero, pero es tratando de ser famoso y rico como consigues que te recuerden en Estados Unidos.” “Sí, Tesla no pegó”, afirma una pareja de jóvenes que sigue el flujo multitudinario de espectadores conmovidos.
Para tratarse del inventor de nuestra época, el ingeniero visionario que viene a reclamar su puesto en el siglo XXI, la exposición dice más bien poco sobre los detalles de sus setecientas patentes o los principios que las hacen funcionar. No se trata de divulgar la ciencia o la tecnología; no hay diagramas de átomos o de circuitos, y las menciones que se hacen a los campos, las bobinas, la inducción, los osciladores, las ondas de radio, son rápidas y someras. Más que revelar quién era Tesla como personaje histórico –y en general no se exalta la obra de los ingenieros tan asiduamente como la de los científicos, en particular los teóricos– hay que ahondar en él como personaje de ficción: célibe, consagrado a su arte, Tesla fue el idealista que presumió haber inventado un rayo de la muerte con el que armaría al mundo para acabar de golpe con el armamentismo, que inició la construcción de una torre que transmitiría mensajes de voz, imágenes e incluso energía eléctrica a todo el mundo usando al mundo mismo como conductor, el que hacía afirmaciones grandilocuentes y finalmente esotéricas sobre inventos para los que jamás hubo planos ni principios físicos convincentes.
Las tres salas de la exposición contienen una instalación, una exhibición de realidad virtual y algunos ingeniosos recursos audiovisuales, pero fundamentalmente son los textos, las imágenes y las proyecciones de películas, documentales y entrevistas los que sumergen al visitante en la época y en las representaciones de Tesla como estandarte de un momento histórico en el que todo podía hacerse con electricidad –curar al mundo, conseguir la paz, terminar con todas las guerras– del mismo modo que hoy todo puede hacerse con ingeniería biomédica. El mito, pues, aflora una vez más de su río subterráneo. Tal vez ya es hora de ir conociendo al hombre. ~
Es diseñadora industrial por formación y divulgadora de la ciencia por vocación. Edita, traduce y escribe.