1.- El músculo social de la indignación ante la corrupción está vivo y tiene fuerza. Los grandes perdedores de esta jornada no son solo los gobernantes que abusaron sistemáticamente de sus cargos, o el PRI, partido que los postuló, toleró y defendió. También perdieron quienes creían que la sociedad permanecería apática, o incluso cómplice, y los refrendaría en el poder. Es muy sano que el voto siga siendo usado, con todos sus defectos y limitaciones, como herramienta de premio y castigo a los gobiernos, especialmente cuando estos le faltan al respeto a la ciudadanía ignorando o minimizando su enojo por la corrupción y el abuso.
2.- Los partidos políticos se han diluido y vivimos por completo la hiper-personalización de la política. El lugar común se ha vuelto más común que lugar. No hay una distinción clara entre lo que proponen los candidatos de distintos partidos políticos. Su mensaje y propuesta se ha uniformado a grado tal que el elector debe indagar la diferencia usando como vara la personalidad de los candidatos, o más bien la percepción que se crea a través de los medios y los spots, con todas las implicaciones –y decepciones– que ello acarrea.
3.- La ausencia de propuestas innovadoras en el discurso. Es cierto que las propuestas no suelen ser la parte más memorable o persuasiva de los mensajes de campaña, pero el discurso necesita una mínima oferta atractiva de política pública. Y en estas campañas ninguna propuesta destacó lo suficiente como para distinguir a algún candidato a gobernador o alcalde a nivel nacional. Por ejemplo, en materia de corrupción, más allá de descafeinadas versiones locales de la “ley 3 de 3”, la promesa estrella de campaña fue meter a la cárcel al gobernador anterior, algo necesario y merecido en varios casos, pero que no resuelve los problemas de raíz. Esto augura que muchos de los gobernadores erigidos en fiscales de hoy, se convertirán en los villanos acusados del mañana.
4.- La propaganda negativa ya no es lo que era. Las campañas negativas bien hechas tienen su gracia: se requiere investigar a los candidatos, buscar declaraciones irresponsables, indagar en aspectos negativos de su personalidad, desenterrar decisiones cuestionables de su vida política, exhibir sus falsas promesas. Además, una buena campaña negativa requiere algo de verdad. Por eso, lo que vimos en estas campañas estatales no se le puede llamar propaganda negativa: fueron calumnias, difamaciones, acusaciones irresponsables sin prueba alguna o con pruebas falsas, en algunos casos promovidas con absoluto cinismo desde las cúpulas de los partidos, lanzadas en internet o por molestas llamadas a las casas de los ciudadanos, y reproducidas y amplificadas por los medios tradicionales sin ningún intento de investigación seria.
5.- El monto y el poder del dinero fuera de la ley afecta la calidad de la comunicación política.De acuerdo con un estudio de Integralia Consultores, hay un aumento en la demanda de efectivo de más de 33 mil millones de pesos en periodo de campañas electorales.Claro, el “frijol con gorgojo” no se paga solo. Pero en ese mar de dinero no todo se va a despensas. También existe el incentivo a contratar consultores “amigos” que hacen trabajo de comunicación electoral de ínfima calidad, pero que facturan como si fueran Dick Morris o James Carville, porque de lo que se trata es de “repartir utilidades” entre el equipo de campaña. En esos flujos de efectivo algo también debe “salpicar” a los “medios aliados” de los candidatos, a los “expertos en redes” que manejan a los “bots”o que, a nombre de “Anonymous”, difunden propaganda negra, y a los “hackers” que pinchan teléfonos o roban información de la campaña del rival para “filtrarla en redes”. En un contexto así, en el que todo y todos parecen estar a la venta, ¿quién se preocupa por la calidad de la comunicación? ¿Quién se preocupa por hacer buenos discursos, buenos spots, buenos mensajes, cuando lo que interesa es subir un video acusando a alguien de violador, pederasta o narco? ¿Quién piensa que es necesario desvelarse pensando ideas creativas cuando todo lo que se necesita es mandar un maletín rebosante de efectivo a un medio de comunicación para asegurar buena cobertura? Ahí está parte de la explicación de la bajísima calidad de la comunicación política que estamos viendo en las campañas en México.
6.- Declararse ganador sin cifras oficiales ya no le sirve a nadie. En estas elecciones, las encuestas pre-electorales y de salida (otra vez) erraron fuertemente en sus predicciones. Dejo la discusión técnica para los que saben de este asunto. La lección en términos de comunicación política es que en elecciones competidas, la estrategia de salir a declararse ganador antes que todos, sin datos reales, ya no le está sirviendo a nadie. No le sirve al candidato, porque lejos de generar un “halo de victoria” que le de vida, la cantaleta de “yo traigo otros números” solo prolonga su agonía y le suma humillación a la derrota. No le sirve al partido, porque la probabilidad de hacer un ridículo monumental como el que hizo el PRI con su conferencia y comunicado celebrando triunfos inexistentes es muy elevada. No le sirve a los medios de comunicación, porque arriesgan su credibilidad al sacar “tendencias” tempranas que siempre caen en los “márgenes de error”. Y menos le sirve al ciudadano que, la noche de la elección, ve una estampida de políticos y analistas hablando de escenarios de humo que se desvanecen al día siguiente, abonando al tan arraigado “sospechosismo” de que medios y encuestadores tienen colores partidistas.
Oscar Wilde escribió que un cínico conoce el precio de todo y el valor de nada. No nos podemos conformar con ser una democracia cínica, en la que todo tenga precio y nada tenga valor. Ojalá el ejemplo de los millones de ciudadanos que –venciendo la apatía y la desesperanza– salieron a votar el 5 de junio nos sirva a todos como aliciente para ser el cambio que queremos ver.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.