[Aquí se habla de audios. Y la patente que da nombre a esta participación es la recibida por Marconi –el señor Marconi– por su “invento relacionado con la transmisión de señales mediante oscilaciones eléctricas de alta frecuencia”.]
¿Será que el secreto ardor de la crítica es hallar una instancia de perfección? ¿Será que el compendio de reseñas es la radiografía de un gusto y, al mismo tiempo, la crónica de aquella búsqueda? Lo que quiero decir es, ¿sirve de algo hablar de perfección? Aunque el vocablo está a la mano, me parece que la respuesta es negativa. Da lo mismo saber, creo, si el objeto criticado es perfecto. Entre otras cosas porque la perfección no tiene accidentes: es un muro; como categoría resulta insustancial porque es la pared contra la que se estrella toda discusión. Pero además, –en mi caso y no sé hasta qué punto en los demás– hablar de algo perfecto es en realidad la versión estenográfica de un entusiasmo más complejo y poco articulado. Mis limitaciones verbales y conceptuales me reducen a, ah pero qué perfecto es este episodio. Y eso, al final no sirve de nada. Aunque sea por unos párrafos, intentaré articular el entusiasmo.
El nombre del programa es modesto: Criminal. En inglés –sí, ni modo, los episodios del programa son todos en inglés. Y se trata de exactamente eso: de crímenes y sus circunstancias. Pero es lo que creen, no activen la alarma del cliché. Aunque parezca que está por todos lados, la fiebre del true crime, del crimen real y verdadero, me parece, sigue el mismo trayecto infeccioso que ciertos virus. Una vez que la paciente ha sido inoculada, la fiebre permanece latente y cada tanto, cuando las circunstancias son propicias –cf. finales de 2015 y principios de 2016, marzo de 2015, o quizá el momento epidémico reciente más importante, noviembre y diciembre de 2014,– estalla. Tengo para mí, sin embargo que Criminal escapa de este jaloneo. A pesar de la correspondencia literal de su nombre con los temas que trata, el programa es algo más.
Lauren Spohrer, Phoebe Judge y Eric Mennel tienen el crédito como co-creadores de este programa que debutó en enero de 2014. Los suyos, desde un inicio, no son episodios extendidos. No se requiere un viaje Morelia-Matehuala para escuchar de principio a fin una de las historias. Más bien, en una ida al mercado caben dos episodios sin mucha prisa. Y esta brevedad relativa se agradece: no estamos convocados a cazar a un asesino incógnito, ni a tolerar el detalle morboso de un escándalo sangriento en doce entregas demoradas. Criminal es más modesto y, por lo mismo, más hipnótico. Cada uno de los cincuenta y un episodios tienen vida propia independiente
((Excepto, quizá, el caso del episodio cincuenta, que es recopilatorio.
))
–escuchen, por ejemplo, el episodio 4 y disfruten del perfil de una joven forense de ciudad pequeña y continuadora de una tradición familiar; lo suyo fue vocación y herencia materna; el retrato es una miniatura cálida de un personaje crucial pero poco atendido en el universo del crimen verdadero.
O escuchen, por ejemplo, el episodio 22, y deléitense con el drama y la intriga de un ladrón serial de libros antiguos en la costa oeste de Estados Unidos; hay libreros que organizan emboscadas, menciones a primeras ediciones y el retrato por ausencia de un hombre que hace del engaño culterano su vocación.
O escuchen, por ejemplo, el episodio 1, uno de los que se ajustan más a la narrativa true crime: un cadáver, un sospechoso, una condena, un abogado que disiente y una teoría descabellada que podría desmentir la historia aceptada.
Concedido que hablar de perfección es una ociosidad, una torpeza del vocabulario para dar cuenta del entusiasmo. Y tal vez –por lo menos en mi caso, no sé en el de ustedes– también da cuenta de una especie de amplitud. Los episodios de Criminal no son solo sobre criminalidad, obvio. Así sucede con todo: un capítulo de Bob Esponja o un encuentro de futbol no se tratan únicamente de sí mismos: esconden narrativas mayores; eso ustedes ya lo saben. Lo que digo es que Criminal hace de esas narrativas mayores atributos perceptibles, distinguibles: en sus episodios no se esconden sino que quedan a la vista, se ofrecen.
Pasa, así, por ejemplo con el episodio 49. No es solo el retrato de un hombre que convirtió su estancia en prisión en ejercicio editorial, sino también una delicada meditación sobre la amistad, sobre los vericuetos de la vocación.
O también, por ejemplo, con el episodio 34, que no es solo la compleja historia de Michael Ross, un criminal que pidió para sí la pena de muerte para terminar con la culpa que le ocasionaban sus atrocidades. Es también una breve ensayo sobre la obsesión, la entrega a la profesión y los límites de la empatía.
Recalemos, por último, en la voz de Phoebe Judge. Es fantástica: ni muy engolada, ni tan idiosincrática. Se puede olvidar, claro; se puede confundir entre las demás voces, y sin embargo, este timbre y este ritmo es, a falta de mejores palabras, perfectamente adecuado.
Samuel Butler, en una nota en su cuaderno de 1919, escribió. “Debería gustarme la música de Shumann más de lo que me gusta. Me atrevo a decir que podría esforzarme para hacer que me gustara más, pero no me gusta esforzarme para que me gusten las cosas. Me gustan las cosas que hacen que me gusten de inmediato y sin tener que esforzarme”. Hasta qué punto sirve hablar de perfección; mejor: entusiasmo sin esfuerzo.
Lauren Spohrer, Phoebe Judge y Eric Mennel, desde el 2014.
(ciudad de México, 1980) es ensayista y traductor.