“No hay esculturas que conmemoren a las brujas. Por eso esculpí a estas mujeres y las coloqué sobre piras. Deberían estar en cada pueblo, en cada ciudad europea donde se haya ejecutado a una mujer por brujería”, comenta la artista Kiki Smith. “Sin embargo” –admite entre risas– “hasta ahora nadie se ha puesto en contacto conmigo para ello”. Aunque Smith no haya conseguido montarlas en alguna plaza pública –como quisiera– una de sus brujas fue expuesta, como parte de la muestra Las papisas, en el Palacio papal de Avignon, edificio que fue sede del papado durante el siglo XIV.
“¿Por qué nos has abandonado?”, los brazos de las brujas de Kiki Smith se abren y se extienden a los lados en una severa reformulación de las últimas palabras de Cristo. Si bien es cierto que buena parte del feminismo contemporáneo se ha pronunciado en contra del catolicismo (pienso en la versión de La Última Cena de Mary Beth Edelson), también lo es que numerosos grupos de mujeres han trabajado para adecuar esta religión y sus instituciones a la agenda feminista –en México, por ejemplo, la organización Católicas por el Derecho a Decidir ha creado Catolicadas, una serie animada que cuestiona tanto la posición de la Iglesia sobre el aborto como la exclusión de las mujeres del sacerdocio y el obispado.
Kiki Smith también fue criada en el catolicismo. De ahí que la iconografía de la crucifixión esté presente no solo en el gesto de sus esculturas, sino en el número y en el material con que fueron hechas. Son tres –como en su momento fueron tres Jesús, Dimas y Gestas– y es posible que Smith haya elegido hacer las piras con bloques de madera no solo porque sea este el material que comúnmente se emplea para hacerlas. La honrosa madera de la cruz que en el cristianismo tiene un significado sagrado –pues refiere al sacrificio que Dios hizo por la humanidad– se vuelve el combustible de un castigo injusto para las mujeres. Una trinidad arde en el anonimato mientras que la otra –integrada por hombres– es reverenciada. Por medio de sus brujas, Smith subvierte todos los elementos de la crucifixión.
Tampoco es fortuito que Smith haya elegido esculpir a sus brujas en bronce, aunque la decisión bien podría sorprender a sus seguidores –acostumbrados a que la artista aproveche la cera o el papel para representar con fidelidad y crudeza el cuerpo brutalizado por la violencia de género. Nacida en la década de 1950, Smith pertenece a la Segunda Ola del feminismo estadounidense. Así, el bronce de estas esculturas tiene una clara intención política: conmemorar a las mujeres víctimas del catolicismo por medio de un memorial. Con su trío de brujas, Smith no pretende mofarse ni problematizar nuestras nociones sobre los héroes, los mártires y las víctimas. Y si algo tiene en contra de la historia (que interviene en el espacio público por medio de la escultura) es solo que las mujeres no son incluidas en ella. Una artista más joven habría empleado otro material, uno que le permitiera al público interactuar con la obra. A diferencia del arte callejero –que los transeúntes pueden alterar, desgastar, destruir o conservar, participando de manera democrática en su significado–, el bronce impone una actitud reverencial en el público –que solo es convocado para que vea y honre. El metal no es efímero –como lo son el papel y la cera, más típicos de Smith. Por el contrario: es el material que resiste a la intemperie, que sobrevive a las coyunturas y que permanece aunque cambie el siglo y la época. El objetivo de Smith es entonces incluir a las mujeres en la historia con mayúsculas.
Me pregunto si el feminismo de la Segunda Ola corre el riesgo de caer en las trampas de la historia de bronce.
(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.