El discurso de investidura del 45º presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump no fue un discurso. Un discurso busca persuadir a su audiencia. Busca convencer utilizando argumentos racionales y emocionales. Un discurso, a través de ideas bien hiladas, lleva a quien lo escucha a un llamado a la acción, una petición al público para que haga algo concreto. Lo que leyó Donald Trump en su investidura no fue el discurso de un gobernante democrático, fue el primer decreto de un Emperador.
El mensaje tiene una narrativa populista clara. Hay dos clases de seres humanos en el mundo: el pueblo de Estados Unidos y los “otros”. El pueblo de Estados Unidos es muy bueno y generoso. Tanto, que ha sido robado, vejado y abusado sistemáticamente por los “otros”. Esos “otros” son los políticos de Washington D.C., el establishment, los Clinton, los Obama, los Biden. Y también los Bush, los Ryan, los Kasich. Ellos han empujado al país a una espiral de decadencia, pobreza, violencia y desempleo. Por eso, llegó la hora de la revancha del pueblo. Y Trump lo dijo con claridad: los dos siglos y medio previos a su mandato no eran una democracia. Afortunadamente, Trump ha llegado y con eso basta para que el poder regrese a la gente. Él es el Emperador del Pueblo.
Los “otros” son también los países que tienen la osadía y el mal gusto de compartir este planeta con Estados Unidos. Esos países, de acuerdo al mensaje de Trump, son los que se llevan los empleos, los que traen el crimen y las drogas (dudo que se refiera a Canadá). Son los se llevan las fábricas, los que son protegidos (¡gratis!) por las fuerzas armadas estadounidenses. Son los que “se han hecho ricos a costillas de la riqueza de Estados Unidos”. En este mensaje no hay amigos ni aliados. Hay enemigos, competidores, rivales y vividores. Ah, y tal vez haya algunos admiradores. Porque Estados Unidos no va a imponer nada, pero más vale que sigamos su “brillante ejemplo”.
Si EUA está infestado de traidores y rodeado de tantos malvados ¿Quién lo va a defender? El hombre fuerte. El líder. El Emperador. Él. Queda claro que no necesita la ayuda de nadie. No hay llamado a la acción, porque él no necesita la comprensión, el empuje, el entusiasmo o el apoyo de nadie. Pero sí su obediencia y lealtad, porque, nos dice: “cuando hay patriotismo no hay prejuicio”, es decir, cuando se ama a la patria, dirigida por el Emperador, no existen razas, clases ni divisiones políticas o ideológicas. Todas esas cosas de las que hablan los medios vendidos a la élite traidora.
Estados Unidos será a partir de hoy un país a imagen y semejanza del Emperador Trump. Un país en el que el objetivo último es material. ¿Cómo sabremos si el Emperador Trump gobierna bien? ¿Veremos paz? ¿Cooperación contra los males del mundo? ¿El fin de las enfermedades? ¿La erradicación de la pobreza? No. El éxito de Trump se verá en los puentes, carreteras, aeropuertos y túneles que se construirán en su nombre. Se verá en las cifras de empleo. Porque habrá muchos empleos y riqueza. Para Trump un país rico es un país “ganador”. Y Estados Unidos “ganará como nunca antes. Esa es la promesa concreta: empleos y riqueza. De la riqueza viene el poder. Y del poder viene más riqueza. Eso es “ganar”. Eso es hacer a Estados Unidos “grandioso otra vez”.
Los ideales, los valores, las ideas, los principios, esas son solo palabras. Se acabó la hora de hablar. Llegó la hora de la acción. A los demás les toca seguirlo. Claro, solo si se tiene la dicha de ser parte de lo que él define como “the American people”. Llegó la hora de admirarlo y obedecerlo. Y también llegó la hora de temerle, sobre todo si se ha nacido en uno de esos países que le han hecho tanto daño al noble pueblo de Estados Unidos.
Este fue un discurso plano y sin recursos retóricos de importancia. Desprovisto de ideas novedosas, dignas de análisis profundo. Un texto mediocre, escrito con un lenguaje que apela al mínimo común denominador intelectual. Pero no debemos dejar de advertir que se siente, como todo lo que dice Trump, empapado de un tono sombrío, un subtexto que en cada palabra transmitía coraje, desprecio y amenaza.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.