Reducción de daño: el Jiu-jitsu en las políticas de salud pública

La idea de atender la farmacodepencia con un enfoque que abarque la prevención y el tratamiento, pero también la posibilidad de un uso racional, informado y moderado, no es nueva. Pero en México no forma parte de las estrategias de salud pública, ni parece ser comprendida cabalmente por las autoridades.
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Hoy terminan los cuatro intensos días de charlas de la vigésimo quinta Harm Reduction International Conference. Aunque México estuvo presente con las ponencias de Aram Barra y Lisa Sánchez (México Unido contra la Delincuencia), lo cierto es que llevamos años intentando ya no digamos consolidar políticas públicas en salud con un enfoque de reducción de daño y riesgo, sino entender lo que esto significa.

La reducción de daño y riesgo es una estrategia que busca, valga la redundancia, reducir los daños asociados a ciertas prácticas y comportamientos. Este tipo de políticas públicas datan de los años ochenta, cuando, en los peores momentos de la epidemia del VIH/SIDA, Inglaterra, Suiza y Austria descubrieron que la mitad de los usuarios de drogas inyectables portaban el virus. Ante eso decidieron, sabiamente, que la infección de VIH era una amenaza mucho mayor que el uso y abuso de las drogas y en lugar de insistir con la cesación de su consumo, les proporcionaban a todos aquellos que no iban a dejar de inyectarse las jeringas nuevas que necesitaran, con la condición de no compartirlas.

Pero no sería hasta 1987 –en febrero se cumplieron treinta años– que Russell Newcombe acuñara el término “Harm reduction” y lo enfocara en el tema de las drogas. Newcombe defendía que el consumo de estas no era una “desviación” que tenía que ser corregida, sino que había que abordar el problema con un enfoque integral que abarcara desde la prevención hasta el tratamiento, considerando la posibilidad de un uso continuo y controlado (racional, informado y moderado) de las drogas.  

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Desde 2008, la ONG Harm Reduction International publica un reporte llamado The Global State of Harm Reduction, en el que mapea la respuesta de los países a la respuesta al VIH, las hepatitis virales y la tuberculosis relacionadas con las drogas. En el reporte de 2014 México no sale tan mal calificado porque, aunque no hay estrategias de reducción de daño delineadas en el Plan sectorial de salud, sí hay una norma oficial y un Programa contra la Farmacodependencia bastante impreciso, pero en el que las palabras “reducción de daño y riesgo” se repiten el número de veces necesario como para hacerlo parecer un compromiso de política pública. Además se han aceptado recursos del Fondo Mundial de lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria destinados específicamente a reducir el daño de las enfermedades infecciosas relacionadas con las drogas.

Jorge Hernández Tinajero, miembro fundador y presidente entre 2009 y 2015 del Colectivo por una Política Integral hacia las Drogas A.C., es un férreo defensor de las políticas de reducción de daño y en diversos foros ha hablado acerca de la ambivalencia de las drogas: “Cura y veneno, como dice el antiguo concepto griego, las sustancias plantean retos complejos para la sociedad. No hay soluciones fáciles, no se trata de dividirnos entre el bien y el mal, sino de reconocerlas en su justa dimensión, y de actuar conforme el sentido común y los principios de libertad, información, reducción de riesgos y daños, responsabilidad y respeto a los derechos humanos”. Un primer reto para lograrlo es nombrar responsables sensibles y capaces de elaborar e implementar un programa realista y pragmático contra las adicciones, sin aquello que Juan Machín, Director General del Centro Cáritas de Formación para la Atención de las Farmacodependencias y Situaciones Críticas Asociadas A.C, llama la “omnipotencia imaginaria de los políticos de acabar con todas las dependencias y con todas las drogas”.

Reducir el daño y el riesgo significa también reconocer que hay gente que no está preparada para dejar consumir drogas, o simplemente ha decidido, en pleno uso de sus capacidades y responsabilidades, no abstenerse de esas sustancias que nuestra Constitución advierte que “envenenan al individuo o degeneran la especie humana” (Art.73. XVI. 4ª). La obligación de la política pública no es estigmatizar al consumidor y marginarlo, sino proporcionarle los elementos necesarios para que pueda elegir opciones menos dañinas para su salud. Un poco como el Jiu-Jitsu, la reducción de daño es el arte de la flexibilidad, en el que un individuo puede defenderse con éxito de su dependencia a cierta droga si manipula correctamente lo que sabe de ella.

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Por último, y solo para ilustrar el estado de la pobre comprensión por parte de las autoridades de lo que significan este tipo de estrategias en salud, dos breves historias:

Alcoholímetro: La detección de alcohol en el aliento de los automovilistas es una medida para reducir los muchos riesgos que implica manejar borracho. Una noche, Mario (llamémosle así) había bebido algunas cervezas pero consideraba que podía conducir sin problemas. Cerca de su coche se había instalado un punto de revisión del alcoholímetro. Prefirió no arriesgarse y caminó hasta donde estaban los policías para pedirles que le hicieran la prueba. Los policías se negaron rotundamente. La prueba solo se realiza a los que van manejando. ¿Por qué? Porque se entiende que el objetivo de la política pública es mandar gente al torito y no efectivamente reducir el riesgo.

Línea Conadic: Cuando los raves todavía existían, el primo de un amigo (llamémosle así) estaba en la última etapa de un tratamiento con antibióticos que un médico le había prescrito, pero esa noche quería ir al rave y experimentar con alguna droga psicodélica. Llamó a la línea de orientación telefónica de la Comisión Nacional contra las Adicciones para preguntar si había o no posibles contraindicaciones, si una droga sintética podía reaccionar adversamente con las medicinas que tomaba y, más ingenuamente, para saber qué droga sintética era la más segura. Lo que obtuvo de la llamada fueron consejos breves para no drogarse y un par de líneas motivacionales, pero nadie resolvió su duda. ¿Por qué? Porque el acercamiento al uso de las drogas es una política de blancos y negros: se previene su consumo o se rehabilita a quien ya ha consumido. No hay nada en medio.

Pd. El primo de un amigo sí fue al rave, sí experimentó con la droga psicodélica y por suerte la pasó de maravilla. Ahora es un señor semisedentario y un incansable promotor de Drugslab.

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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