Los balleneros de Moby Dick tienen buenos consejos para llegar a Marte

Enviar una misión tripulada a Marte exigirá todo el ingenio y la sabiduría tecnológica a la mano. También nos vendría bien revisar la historia y en particular a la industria ballenera en los siglos XVIII y XIX.
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En los 45 años que van desde que los astronautas del Apollo 17 imprimieron la última huella en la arena de la Luna, Marte se convirtió en el siguiente objetivo de la exploración humana en el sistema solar. La NASA, Space X y otras empresas interestelares han declarado en repetidas ocasiones su intención de alcanzar aquel planeta en los próximos años o décadas. Una misión tripulada a Marte exigirá una gran cantidad de recursos tomados de distintas disciplinas, incluyendo física, ingeniería, psicología y geología. Es mucho menos obvio, pero también exigirá que revisemos todos los antecedente que nos faciliten la preparación para una de las empresas más difíciles de la historia.

Quizá no hay nada que anticipe mejor a esta ambiciosa e intimidante odisea que la industria ballenera de los siglos XVIII y XIX. La pesca en el Pacífico Sur llegó a su punto más alto entre 1820 y 1860. Impulsada por un deseo insaciable de aceite de ballena y otros productos derivados de estos animales –como paraguas, corsés y perfumes–, la industria estaba a la vanguardia de las economías estadounidense, británica y francesa hasta el descubrimiento del petróleo a mediados del siglo. La caza de ballenas desarrolló prácticas marítimas propias, su propia cultura e incluso un lenguaje y expresiones artísticas particulares.

Los paralelos entre la industria ballenera y el viaje tripulado al espacio exterior son sorprendentes. Los viajes a los mares del Sur duraban entre dos y cuatro años, casi exactamente el mismo periodo que se estima dure un viaje redondo a Marte. Los balleneros trabajaban en espacios confinados, sobre fábricas flotantes, y con frecuencia pasaban meses sin que pusieran un pie en tierra; una especie de anticipación de las apretadas cápsulas espaciales en consideración para las misiones a Marte.

Por último, los balleneros y su contraparte con destino al planeta rojo comparten sitio en el gran panteón de la exploración humana –individuos que aceptaron los enormes riesgos en nombre de lo que Ismael, el ballenero de ficción más famoso y personaje de la novela de Herman Melville, Moby Dick, llama “el honor y la gloria”. En ese sentido, las expediciones para cazar ballenas y la exploración a Marte son más parecidas entre sí que ningún otro emprendimiento claustrofóbico actual como tripular un submarino o trabajar en una plataforma petrolera remota.

Una de las lecciones más importantes derivadas de la industria ballenera en el Pacífico Sur es la necesidad de prepararse para una combinación paradójica de rutina tediosa y momentos de peligro excepcional. El arte de la talla de los huesos de ballena surgió como un modo de mantener a los tripulantes ocupados durante esas larguísimas horas de espera para avistar a una ballena. Y de pronto llegaba la acción; la profesión de matar a un cachalote era una de las más mortales del siglo XIX. Reparemos en este fragmento tomado de un artículo de Harpers Magazine publicado en 1854:

El arponero, en especial, puede quedar enredado en los bucles de las líneas una vez que una ballena es alcanzada y estas se disparan, y puede entonces ser arrastrado debajo de la superficie… Sin embargo, más terrible aún es la calamidad que en ocasiones desciende sobre la tripulación entera, cuando una ballena herida se lanza perpendicular. En esas ocasiones ha ocurrido que la línea se enreda varias veces en el bloque o en alguna otra saliente del bote y en entonces, ¡en un parpadeo, casi sin que se pueda emitir un rezo o una exclamación, el bote, la tripulación y todo lo demás es arrastrado hasta las profundidades del océano!

En uno de los ejemplos más extraordinarios de los peligros de la caza de ballenas, una cachalote atacó y hundió al ballenero Essex, comandado por el capitán George Pollard Jr., de Nantucket, y dejó a la tripulación a la deriva en tres pequeños botes en una de las zonas más remotas del océano. Gracias a su ingenio y su perseverancia, muchos de los tripulantes del Essex lograron salvarse. Así como los astronautas que tripulaban la misión Apollo 13 que casi termina en desastre, estos balleneros estaban ante una calamidad inesperada y supieron superarla. Las agencias espaciales harían bien en asegurarse que los elegidos para viajar a Marte hayan sido entrenados exhaustivamente en solucionar problemas sin asistencia de equipos en la Tierra.

Los tripulantes del Essex que sobrevivieron en parte gracias a su alto nivel de profesionalismo y camaradería. Incluso en las circunstancias más apremiantes, ellos (en su mayoría) mantuvieron el orden. Como lo describió Owen Chase, el primer oficial del Essex, en 1821: “Acordamos mantenernos juntos, en nuestros botes, tan cerca como fuera posible para permitir asistirnos en caso de accidente y para rebajar la melancolía de nuestras ponderaciones gracias a la presencia de los demás”.

Si llegase a ocurrir una tragedia similar a bordo de una nave camino a Marte, los miembros de la tripulación deberían seguir el ejemplo de Chase. Los astronautas con frecuencia reciben elogios por su individualismo, por su amor por la aventura. En las misiones a Marte estas cualidades deberán atemperarse a favor de la compasión y la paciencia.

Los balleneros con frecuencia venían de culturas distintas, y terminaban juntos en un viaje durante años con comida, sanidad y entretenimiento limitados. Aún así, creaban vínculos sólidos con sus colegas de trabajo. Los oficiales de los balleneros cultivaban con mucho cuidado un sentido de propósitos y recompensas compartidas. Como escribió Hester Blum, uno de los principales expertos en la cultura de los balleneros, en su libro The View from the Masthead (2008): “Se cree que la existencia de un sistema, un conjunto transparente de reglas de conducta, impedía que los marineros se sintieran abrumados por el entorno y su indiferencia fatal ante la presencia de los seres humanos”.

La NASA y otras empresas de exploración deben desarrollar sistemas similares para los vehículos enviados a Marte. Quizá lo más importante es que esos sistemas le provean a los astronautas espacios de tiempo dedicado para ellos. Los balleneros lo lograban en parte rotando los turnos en la punta del mástil o en el puesto del vigía. Mientras cumplían con están función, los tripulantes se daban un descanso de estar junto a sus camaradas, al tiempo que realizaban labores útiles para el viaje. Quienes planeen las misiones a Marte harían bien en hallar prácticas análogas para sus astronautas, para mantener ocupados a estos individuos muy orientados hacia la actividad aunque no siempre en convivencia social durante los inmensos periodos de tiempo muerto.

Una táctica empleada por los balleneros era la contemplación inteligente del mundo natural. Se familiarizaban con el clima, la condición del agua y el comportamiento de las ballenas. Estos marineros también consultaban libros y escribían sus propias narrativas. Según Blum: “Los marineros en su tiempo de descanso se ocupaban remendando ropa, reparando sus herramientas dañadas por el uso o por el clima, escribiendo cartas, leyendo o contando historias”.

Es seguro afirmar que prácticamente toda la literatura mundial estará disponible en forma digital para los futuros viajeros a Marte. Pero los administradores de la misión deberán obtener otras inspiraciones de los balleneros y incentivar que los astronautas escriban acerca de sus experiencias mientras en la misión. Que lleven una crónica en tiempo real además nos dará un registro individual de una de las empresas más increíbles de la humanidad. También llenará los huecos de baja intensidad durante los largos viajes de ida y vuelta de Marte, e incrementará la sensación de logro.

Para los balleneros, los viajes océanicos no solo eran un medio para ganarse la vida sino también formaba parte integral de su identidad. Como dice Ismael en Moby-Dick: “Todavía hay que nombrar a nuestro gran maestro; pues, como los reyes de los antiguos tiempos, no encontramos las aguas de cabecera de nuestra fraternidad en nada inferior que en los propios grandes dioses”. Amplios segmentos del público también estaban fascinados por el proceso que les traía aceite de ballena y su magnífica luz a sus casas. Uno puede imaginar que el interés en el primer viaje tripulado a Marte superará el interés que generaban los viajes balleneros, quizá a un nivel nunca visto por la humanidad.

Esta vez la motivación, esperemos estará fundamentada más en la gloria de la humanidad y menos en las potenciales ganancias; no obstante, el espíritu subyacente será el mismo. A través de la determinación, el arrojo y un concentrado enfoque en un objetivo común, los primeros seres humanos pondrán pie en el planeta rojo y se unirán a la exclusiva fraternidad de Ismael. 

Publicado previamente en Aeon

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es profesor de letras inglesas en Young Harris College.


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