Los grandes medios inevitablemente enfrentan un punto en el que deben decidir si los valores periodísticos que defienden siguen vigentes. Un momento en que las coordenadas de los empresarios y del equipo editorial coinciden en que la calidad y la rentabilidad pueden ir de la mano, porque el periodismo contribuye a que la opinión pública se constituya en un contrapoder que exige cada vez más de sus gobernantes.
The Post, la cinta de Steven Spielberg, se ubica en un momento de la historia estadounidense en el que The New York Times sacaba a la luz los primeros documentos clasificados que exhibían que desde la administración de Truman a la de Johnson, la sociedad había sido engañada sobre la guerra en Vietnam. Al mismo tiempo The Washington Post lidiaba con una crisis financiera que le obligaba a salir a la Bolsa de Valores y vender acciones de la compañía para capitalizarse.
Detrás de cada dilema que plantea la trama, la libertad de expresión aparece como un valor que debe defenderse, pero que a veces exige no ceder a la tentación del silencio autoimpuesto. “La única manera de defender la libertad de prensa es publicando”, dice uno de los protagonistas. Pero esa máxima les exige mirarse al espejo, evaluar su cercanía como periodistas con quienes ejercen el poder, lo que plantea un conflicto profesional ante la imposibilidad de mantener una relación, con frecuencia de amistad, y enfrentarlos como fuentes o actores cuestionados por la opinión pública.
Por otro lado la autocensura es un impulso permanente, alimentado por el temor a perder inversionistas y recursos si se decide defender una postura editorial que lleve a una confrontación con el poder. En el caso de esta historia, se libra además una batalla mayor: la publicación de material susceptible de causar un daño irreparable a los intereses del país, la imposición de límites por la vía judicial, cuando el gobierno invoca el privilegio de reservar información que considera de seguridad nacional y la colisión de éste con el derecho del público a saber.
Si bien llegan a escucharse diálogos que rechazan que el bienestar de los empleados del diario se encuentre por encima del bienestar de una sociedad que necesita conocer la verdad, los héroes de The Post son figuras imperfectas, alejadas del estoicismo. Katharine Graham (Meryl Streep) propietaria del diario, es una mujer a la que le cuesta imponerse ante el resto de la Junta Directiva que la ve como una privilegiada que se ha quedado con el control de la empresa por el suicidio de su esposo, que a su vez había heredado el asiento del padre de ella.
Katharine, quien compara su situación frente a la Junta Directiva, integrada sólo por hombres, con la de un perro que camina sobre sus patas traseras (“no lo hace bien, pero sorprende que lo haga”) es avasallada por la audacia de su editor general Ben Bradlee (Tom Hanks), quien con mucho menos por perder de los lances periodísticos, arriesga al punto de poner en peligro la viabilidad del periódico, llevando a su equipo a conseguir y publicar 4 mil de las 7 mil páginas de un informe secreto del Pentágono que contradecía el optimismo oficial acerca del conflicto en Vietnam y aseguraba que aquella era una guerra imposible de ganar.
No obstante que un año después, Bradlee lideró la investigación que desembocó en el escándalo de Watergate y la posterior renuncia del presidente Nixon, el episodio de los papeles del Pentágono fue una apuesta que pudo terminar con los directivos del diario en prisión por revelar material secreto y de importancia estratégica. Por el contrario, la mayoría de los ministros de la Corte Suprema falló a favor de las libertades esenciales, pues concluyeron que los fundadores de la nación dieron a la prensa libre la protección debida para cumplir con su papel esencial en una democracia; es decir, la prensa debía servir a los gobernados, no a los gobernantes.
Es así como The Post se gana un lugar especial en el contexto actual, pues igual que en 1971, ante el veto y el intento de excluir a determinados medios de algunas coberturas, tratando de forzarlos al silencio, hoy –al menos así lo expresa Leonard Downie Jr. en Reforma– necesitamos que los periodistas profesionales investiguen y verifiquen los hechos, aporten contexto y experiencia, y cuenten historias fiables y significativas que marquen la diferencia en la sociedad.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).