En inglés, la palabra solitude tiene una connotación positiva. Emerson considera a la soledad una “protección contra la mediocridad”, ya que resguarda el desarrollo del pensamiento libre. Virginia Woolf celebra la soledad en Las olas: “¡Loado sea el cielo por la soledad que me ha librado de la presión de las miradas, de la solicitación de los cuerpos, de la necesidad de las palabras y de las mentiras!”, y en Una habitación propia, retrata la importancia de tener tiempo y privacidad (cosas históricamente limitadas para la mujer) para la reflexión y la escritura. Pero, también en Las olas, describe el lado oscuro, resbaloso de la soledad: “Yo languidezco en la soledad. La soledad es mi ruina.” Cuando hay distancia entre la interacción social que uno requiere y la que uno sostiene en realidad, pasamos de la solitude productiva a la loneliness ruminante. Se puede estar lonely (sentirse solo) incluso sin estar alone (estar solo). Se puede estar lonely a hora pico en la estación de metro de Covent Garden o en la Glorieta de los Insurgentes. A Eleanor Rigby, por ejemplo, tener vecinos no la salvó de la soledad.
El 17 de enero el Reino Unido anunció la creación de un Ministerio de la Soledad. A primera vista, la noticia podría confundirse con un sketch de Monty Python o servir de munición cómica a quienes advirtieron que los ingleses se quedarían solos en su isla tras el Brexit. También recuerda al poeta romántico William Wordsworth vagando taciturno hasta encontrar consuelo no en la compañía de otros humanos sino en un campo de flores. O a tantas novelas góticas donde heroínas independientes y misántropos de buen corazón se enamoran en el campo inglés, alejados del resto del mundo.
Pero el Ministerio de la Soledad, más que estudiar el estereotipo del alma inglesa solitaria, tiene la misión de encarar un problema de salud pública. En el Reino Unido, “all the lonely people” son cada vez más numerosos. Al anunciar a Tracey Crouch como la nueva ministro de la soledad, la primer ministro Theresa May declaró que 9 millones de ingleses, alrededor del 20% de la población adulta del país, se sienten solos gran parte del tiempo. La cifra proviene de un reporte publicado en diciembre por la Jo Cox Commission, que ha seguido realizando el trabajo en torno a la soledad iniciado por Cox, política laborista que fue asesinada en 2016 por un extremista de derecha.
Uno de los primeros retos del nuevo ministerio es desarrollar herramientas para medir la soledad. Es una tarea tan esotérica y elusiva como cuantificar la felicidad, pero hay modelos disponibles. La AARP, ONG estadounidense enfocada en personas mayores, tiene, por ejemplo, un cuestionario con diez preguntas que, si no ofrece un diagnóstico preciso, intenta trazar un panorama. ‘¿Qué tan seguido sientes que no tienes alguien con quien hablar?’ pregunta. ‘Qué tan seguido te encuentras esperando que alguien te llame o escriba?’ Junto al cuestionario se ve la fotografía de una mujer sentada frente a un pastelito individual con una sola vela. Es su cumpleaños y está sola. Otro día más esperando que alguien la llame.
La imagen parecería caricaturesca, pero según el gobierno inglés, 200,000 personas de la tercera edad en Inglaterra no han hablado con un familiar o amigo en más de un mes. Y el problema no se limita a personas de la tercera edad. Jo Cox, quien vivió tiempos de soledad aguda en su juventud, advertía: “Seas joven o viejo, la soledad no discrimina.” Muchos estudiantes universitarios reportan sentirse solos. Padres primerizos, personas con discapacidades y refugiados también figuran entre los grupos con mayores índices de soledad.
La soledad no es un problema exclusivo de regiones con altos índices de neblina. Aunque el Reino Unido es el primero en crear un ministerio que atienda el asunto, en la soleada California se han estudiado sus efectos al menos desde los años 70. El doctor Vivek Murthy, quien fuera Surgeon general de los Estados Unidos, considera que el actual problema de soledad en su país es una epidemia. En un artículo titulado “Work and the Loneliness Epidemic” publicado en el Harvard Business Review, Murthy cita un estudio que dice que 40% de los estadounidenses reportan experimentar soledad. En Canadá, el director del Gerontology Research Centre en la Simon Fraser University indica que 20% de los adultos sufren de soledad, y en una encuesta del 2016, dos tercios de los estudiantes universitarios participantes contestaron sentirse “very lonely” durante el 2015. En España, donde el 25% de los hogares son unipersonales, representantes de varias ONGs pidieron que se considerara crear un ministerio de la soledad español, citando los efectos nocivos de la soledad en las poblaciones que atienden.
La soledad crónica tiene un peso tangible sobre el cuerpo de quien la sufre. Un estudio citado tanto por Vivek como por Mark Robinson, de la ONG Age UK, concluye que vivir en un estado de soledad conlleva riesgos similares a fumar quince cigarros al día. El estrés crónico inducido por estar solo aumenta el riesgo de sufrir problemas cardiovasculares, diabetes, artritis y depresión, entre otras enfermedades. También hay estudios que muestran afectaciones al sueño y al sistema inmune. Algunos especialistas proponen que se incorpore un análisis del nivel de soledad a toda evaluación médica inicial, para considerarla junto a otros factores de riesgo como el tabaquismo y malos hábitos alimenticios.
La pregunta que queda es si se trata de un problema que debe preocuparnos en México, o si es propio de los países que llevan la etiqueta de “desarrollados”. En los países europeos y norteamericanos mencionados es más común que en México que ciudadanos se muden en busca de oportunidades académicas o laborales, alejándose de la familia y otras redes sociales. También hay más casos de hogares unipersonales en España y en el Reino Unido que en México, tanto entre jóvenes como entre gente mayor. Pero en México se ha visto un alza en la movilidad laboral, y el número de hogares unipersonales en el país también va en aumento. Otros factores que según Murthy contribuyen a la soledad son el viraje global hacia la economía gig y el hecho de que gran parte del trabajo se hace frente a computadoras, sustituyendo el contacto interpersonal directo. Así pues, en México nos conviene estar atentos a patrones sociales que podrían anticipar un crecimiento del problema de la soledad. Aun si la posibilidad de una epidemia fuera remota, el costo individual de la soledad, como el de cualquier trastorno emocional, es suficiente para preguntarnos quién la sufre (y por qué) en nuestro país.
En su texto, Murthy menciona la importancia de fomentar mejores relaciones en el trabajo, donde la gente pasa gran parte de su tiempo (lo cual indica que tampoco en E.U. es un problema que ataña sobre todo a gente jubilada). Pero en una entrevista para el Washington Post, Jena McGregor le sugiere a Murthy que el problema podría ser que la gente pasa demasiado tiempo en el trabajo. Para combatir la soledad, propone, tendría más sentido que pasemos menos tiempo en la oficina, para poder fortalecer los vínculos sociales que más nos importan (y que tienden a estar lejos del cubículo).
También se han criticado las estrategias del gobierno británico, que crea este ministerio para analizar y proponer soluciones a la soledad mientras realiza recortes a la salud pública, el transporte y la cultura. Feargus O’Sullivan, escritor urbanista, sugiere que un Ministerio de la Soledad puede servir para resaltar relaciones de causa y efecto entre departamentos. Puede mostrar cómo los recortes en el transporte público, por ejemplo, aíslan a los habitantes de zonas rurales, o cómo la solución sencilla de agregar bancas en espacios públicos invita a personas mayores y con movilidad limitada a salir de sus hogares. Julianne Holt-Lunstad, profesora de psicología y neurociencia en Brigham Young University, busca hallar soluciones de raíz en E.U. Holt-Lunstad abogó, por ejemplo, a favor de una legislación para hacer los aparatos auditivos más económicamente accesibles, resolviendo así una causa técnica y directa del aislamiento social.
Theresa May, al anunciar el nuevo ministerio inglés, declaró que “para demasiadas personas, la soledad es la triste realidad de la vida moderna”. La pregunta, entonces, es qué se puede hacer para que la “vida moderna” sea menos antitética a la salud y el bienestar. Es cierto que vivimos en tiempos de contradicciones: de sobrepoblación y aislamiento, de conectividad continúa pero interacciones menos significativas. Pero antes de asumir que la solución son los robots acompañantes, quizá conviene estudiar cómo facilitamos o bloqueamos la interacción social en nuestras comunidades.
Probablemente no es necesario ver estudios científicos para saber que sentirnos acompañados es parte esencial de la experiencia humana, pero es interesante ver como el estudio científico del bienestar emocional nos lleva de la preocupación humanista a la acción.
Virginia Woolf, vocera de las virtudes de la soledad, fue también exploradora de la importancia de la amistad y comunión humana. En La señora Dalloway, un personaje profético y solitario recita: “La comunicación es salud; la comunicación es felicidad.” Hasta el poeta romántico John Keats, dispuesto a morir solo y feliz en el bosque escuchando el canto del ruiseñor, concluye en su soneto VII (escrito a la soledad) que mejor que estar solo en la naturaleza es escaparse a ella en buena compañía humana.
(Monterrey, 1986) Es maestra y escritora bilingüe. Tiene una licenciatura en Humanidades de la universidad de Yale y una maestría en escritura creativa de The New School.