Los Nueve Novísimos fue un grupo de escritores que floreció en la década de los 60 para agitar e imprimir aires frescos a la literatura nacional. En El joven sin alma. Novela romántica, Vicente Molina Foix narra, mezclando ficción y realidad, sus años de formación intelectual y su relación con los más jóvenes de esa generación: Ana María Moix y su hermano Terenci, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Leopoldo María Panero.
¿Por qué un título tan irónico?
Es un juego de palabras. Me gusta mucho que se diga que se llama así, aunque no he conseguido que en todas partes llamen a la obra de manera completa. El joven sin alma es porque parece excluido del romanticismo y Novela romántica porque se refiere al grupo de románticos que fuimos. Así, defino con cierta ironía el trasfondo del libro.
¿Un escritor puede no tener alma?
Es una coquetería. Esperaba que la gente me dijera que sí que tengo. Tenía menos que mis compañeros, que eran todo alma y estaban todo el día promesas de amor eterno, eran celosos, cometían locuras… Yo era más frío, más cerebral. Es una ambigüedad más que aparece en el libro. A mí me gusta mucho este juego con el lector.
Usa dos narradores, dos Molina Foix: uno escritor y otro protagonista. ¿Por qué este distanciamiento?
El libro lo planteé al principio con una sola voz, pero cuando lo retomé no me invitaba a continuarlo. Empecé otro arranque en el que incluí las dos voces: un señor que se llama Vicente Molina y que tiene voz en el libro y sobre el que se cuenta su vida; y otro Vicente Molina muy pegado a él, que incluso podría ser él mismo, sin ser su alter ego, que sigue su trayectoria y quiere verificar que lo que se está contando se sostiene. Pero, ¿se sostiene como qué? Ese es uno de los muchos juegos que hago en la obra, pues la sostiene como novela. Puesto que el libro tiene elementos biográficos muy potentes, pero sin llegar a ser unas memorias,necesitaba un narrador y un personaje que fueran el mismo. Un desdoblamiento que a lo largo de la novela se va acentuando y que va creando contraposiciones entre las dos voces.
Lo empecé a escribir como una novela donde iba a haber ciertos elementos de mi biografía. Esto en principio no es nada raro, ya que es una de las principales fuentes de cualquier literatura. Aparte, está el género de las memorias. Mi libro no tiene nada que ver con esto porque no aspira a contar la verdad. Es por ello que yo prefiero llamarla novela documental, donde también entrarían mis otras dos obras El invitado amargo, que realicé junto a Luis Cremades, y El abrecartas.
Falsea la historia, como le aconseja Cela: “tienes que inventártelo todo”.
El lector lee libros, la verdad la da la página. No tiene por qué saber la verdad que hay detrás de las novelas. Aquí la historia del grupo de los seis es verdad, un grupo que creamos en el pasado. Es algo que no escondo. Yo me divierto mucho escribiendo, inventándome historias.
¿Cómo recuerda aquellos años?
Con gran efervescencia. Eran años oscuros en España; nosotros estábamos enfrentados a la policía franquista. Era una España que ha cambiado, pero en la que la rémora de 40 años de posguerra seguía. Nosotros nos sentíamos muy motivados y queríamos derrocar el régimen y acabar con Franco, aunque también ser felices, tener sexualidades no tipificadas, leer a autores que no estaban bien considerados antes… eran una serie de cambios muy profundos. Tuve la suerte de encontrar a unos compañeros de viaje con las mismas inquietudes y con los que me llevé muy bien, incluso con alguno de ellos tuve algún escarceo, y eso fue un aglutinante. En mi cabeza intento no mitificarlo, aunque lo recuerdo muy efervescente; pero como toda efervescencia, las burbujas se van. Ahora este libro tiene un poso melancólico, ya que habla de cosas y personas desaparecidas, pero siempre trato de que haya mucho humor en él.
El cine tiene un papel muy importante en la novela.
Éramos seis jóvenes mitómanos que amábamos tanto la literatura como el cine. Hoy en día todo el mundo va al cine, pero en ese tiempo ser tan cinéfilo no era tan corriente. Nosotros queríamos ser escritores, pero el cine nos enriquecía tanto como la literatura. Además, como queríamos ser unos modernos, no defendíamos las películas de tesis, de mensajes. Éramos gente de izquierdas, todos comprometidos. Nos gustaba el cine musical americano, el japonés, Godard… Cuando tienes una fuente de inspiración como el cine, tu literatura va a ser distinta. Además, hay que recordar que en esos años la mayoría de las películas se visualizaban en los cines, los cuales tenían cierta mística laica moderna: eran enormes, en ellos podían ocurrirte situaciones inesperadas… Estábamos convencidos de que los cineastas eran tan artistas como los escritores. Por ello el séptimo arte le daba a nuestra literatura un toque especial. Así lo recuerdo, y con muchas peleas con algunos de nuestros grandes maestros como Juan Benet, a los cuales el cine les parecía un plomo o una payasada. Toda la generación del 27 tuvo mucho aprecio por el cine, hecho que cambió en la siguiente generación pero que nosotros más tarde recuperamos.
Se podría decir que el tema de la novela es la evolución intelectual.
Es una novela de formación de un carácter. Habla del momento en el que Vicente Molina y los otros 5 componentes del grupo nos estábamos formando, antes de ser reconocidos como los Novísimos. Es un período de las lecturas que te descubren mundo, de experiencias no convencionales, de viajes… en definitiva, los componentes de la formación de un carácter. Vicente tiene la suerte de conocer a gente de más o menos su edad que no solo tienen su apetito por cambiar el mundo y escribir los mejores libros, sino que además son personas a las que admiran. Para mí este punto era muy importante porque me parecía que con ellos me lo pasaba muy bien, podía llorar… pero con ellos también aprendía cada día tanto de miras como de conocimientos. Me considero siempre un gran aprendiz, incluso ya entrado en la vejez.
Este grupo fue un punto de inflexión en la historia de la literatura española actual.
Hay gente que no lo cree, aunque el consenso está ahí. Esta generación, en principio de poetas, creo que cuenta con 3 o 4 de calidad, lo que supone un número importante ya que éramos 9. Cuando tú estás dentro de un movimiento no sabes lo que va a pasar. Incluso no sabes que estás dentro del movimiento. A mí me eligieron, pero hubo algunos que fueron rechazados. En el momento el libro de Josep Maria Castellet (Nueve novísimos poetas españoles) recibió un montón de improperios, aunque en el extranjero fuera muy reconocido. Poco a poco en España la visión fue cambiando. Dentro de los Novísimos se encontraba Pere Gimferrer, que es nuestro mascarón de proa: uno de los mejores poetas de nuestra época. Él tiró del grupo, pero también fue coeditor junto con Castellet. Fue un grupo que aireó mucho la literatura española, que la cambió y la sacudió. Hay obras que quedarán como fundamentales, como alguna de Leopoldo María Panero, alguna novela… no es poco mérito haber sacudido y haber molestado en el momento. Hay cuatro o cinco obras fundamentales. Creo que es un balance muy bueno.
¿Aspiraban a esto?
Excepto algún movimiento de vanguardia que se creó con la intención, es raro aspirar a ello. Castellet tuvo el olfato de ver que en el espíritu del tiempo había un ambiente diferente. Él estaba en Barcelona, donde conocía a Gimferrer, a los hermanos Moix, a Vázquez Montalbán, hizo un casting por toda España… Nosotros éramos bastante diferentes. Pero el sentirse Novísimo y entender lo que había supuesto con respecto a la literatura llegó más tarde, ya que no hubo intención de provocarlo. Yo además lo experimenté más lejos porque estuve viviendo en Inglaterra casi nueve años. Los Novísimos no era algo premeditado, ni reglamentado.
En el final del libro, hay unos textos de Ana María Moix muy relacionados con todo esto.
Ella era la más insatisfecha. Tenía problemas sentimentales que no acababan de solucionarse. Siempre estaba buscando algo que no conseguía y eso le daba una gran personalidad. Era una persona muy alegre, muy feliz. Esto se puede ver más en su poesía que en sus novelas. Este libro se detiene en un momento en el que todo era efervescencia, búsqueda, ilusión… He reflejado un impulso, una mentalidad de grupo, una búsqueda en lo político, en lo humano y en lo sexual y una época. También he querido contar la formación del personaje principal.
¿Cree que a día de hoy hay un caldo de cultivo para renovar la literatura?
En la literatura siempre hay nuevos nombres. También creo, aunque de esto no estoy al 100% seguro porque la realidad te lo puede desmentir, que los Novísimos fue el últimos “ismo” que ha tenido la literatura española. Se trataba de un grupo compacto ya que su literatura estaba alejada de lo que hacían sus contemporáneos. Se podía diferenciar. Los Novísimos crearon una estética, tenían unos maestros. Ahora no creo que haya surgido en la literatura española ningún grupo que haya formado su propia voz. Hay escritores interesantísimos como puede ser Marta Sanz, por decir un nombre. Se publican obras muy buenas, pero no hay un intento por asentar las bases de una nueva voz que dé la elocución de un tiempo concreto. Los cambios y los aciertos que uno puede leer a día de hoy fluctúan. Dentro de los “ismos” hay un cauce y ahora hay diferentes canales que se van uniendo para producir la riqueza de la literatura. Se ha perdido la ilusión por crear dentro de un cauce, cosa que nosotros considerábamos mucho más nutritiva. No es ni bueno ni malo, simplemente un cambio. Los Novísimos ha quedado como algo histórico.
La época de las vanguardias era un poco dogmática, autoritaria. Eso a día de hoy, para bien o para mal, ya no se da. Breton era un dictador y Castellet otro. Cuando se han creado movimientos, siempre se ha ejercido el poder. Ahora los creadores van más por libre y no creen en las normas. Por edad, he vivido un momento en el que aparte de los Novísimos, estábamos atentos a movimientos de vanguardia que lucían en Francia o Alemania. Ahora los escritores, punto que creo muy sano, van más por libre.
Carlos Madrid es periodista.