“Una creencia falsa muy extendida en el siglo XXI era que
las nuevas tecnologías, que aparecían a diario, eran neutrales.”
Jarett Kobek, Odio internet
Imagina a tu representante de elección popular ideal. Dejando de lado el color de su partido, propone y pone en marcha políticas públicas encaminadas a beneficiar a la población en general, esa a la que prometió apoyar cuando estaba en campaña. Nadie es el orgullo de su nepotismo porque no se dedica a favorecer a familiares, amigos y allegados, ya que no los tiene. No tiene gente incómoda, ni conflictos de intereses. Aborda los problemas de inseguridad, pobreza, equidad y condiciones necesarias para generar empleos, y no solo de dientes para fuera. Basa sus políticas en datos comprobables: ese es su fuerte. Su proyecto va más allá de los años que dure en el puesto. No lo seduce el poder, ni necesita rodearse de un equipo que le rinda pleitesía. No es susceptible a las críticas. Es incorruptible. El sueño de todo demócrata hecho realidad.
El mes pasado se difundió la noticia de que en Japón un robot con inteligencia artificial se había postulado para alcalde en Tama, una pequeña ciudad japonesa. De sus 150 mil habitantes, 4 mil le dieron su voto al robot, quien quedó en tercer lugar de la contienda. Aquí se puede leer el comunicado que publicó después de su derrota.
¿Cómo ocurrió esto? ¿Acaso las candidaturas no están reservadas para los humanos? Pues resulta que Michihito Matsuda, quien había participado en la contienda de 2014 y perdió por un amplio margen, volvió a postularse, pero esta vez como un avatar invertido: él en representación de una inteligencia artificial, @tama_ai_mayor. Matsuda prometió políticas justas e imparciales y un análisis de las peticiones ciudadanas para determinar estadísticamente su efecto y con base en eso decidir qué hacer; también ofreció brindar oportunidades para todos y arreglar los conflictos que surjan entre ciudadanos de manera justa. En efecto, una inteligencia artificial que promete un gobierno neutral con decisiones basadas en cálculos matemáticos parece ser una mejor opción que los políticos humanos, corruptos e ineficientes.
Los reportes de esta candidatura responden a la idea con la que se representa normalmente a las inteligencias artificiales en los medios, según la cual gozan de virtudes como la neutralidad y un alto sentido de la justicia, como si fueran inherentemente benévolas, por el solo hecho de ser inteligencias artificiales. Eso, claro está, antes de que la singularidad llegue y les arrebate sus bondades para convertirlas en tiranas que buscan dominar a la humanidad. Ambos escenarios son producto del imaginario que durante años ha temido a las máquinas, en especial a aquellas que son supuestamente pensantes.
No olvidemos que las inteligencias artificiales son agentes que lidian con un entorno de incertidumbre en el que administran la toma de decisiones. Que una inteligencia artificial sea capaz de analizar datos y brindar una solución es una de sus características. Esa función puede ser replicada en los entornos más diversos, hasta en la política.
Cuando usas una aplicación para el tránsito vehicular, la inteligencia artificial analiza y decide las rutas sugeridas, basándose en la rapidez de cada alternativa. En un contexto sociopolítico, la determinación de los parámetros a analizar tal vez no resultaría tan sencilla.
Tomemos como ejemplo la promesa de Matsuda de analizar todas las propuestas ciudadanas para calcular el camino a seguir. ¿Qué parámetros intervendrían para que la inteligencia artificial decida qué estrategia tomar? En esa determinación intervendría la mano humana y ahí sí que saldría a relucir la corriente política subyacente en la toma de decisiones de la inteligencia artificial, que sería la que sigan los humanos que la programaron.
Eso no es necesariamente malo, pero hay que tener presente que la mano humana, con sus tendencias y prejuicios siempre está presente en las inteligencias artificiales.
La promesa de la inteligencia artificial como tomadora de decisiones en materia política es eliminar visiones parciales e intereses cuestionables. Sin embargo, no hay que perder de vista que la política se refiere al control, obtención y preservación del poder para su uso en la sociedad. Al programar a un candidato virtual estaríamos obviando el poder como uno de los elementos fundamentales de la política, a pesar de que el mismo continuaría siendo determinante para la agenda.
Por otra parte, tal como ocurre con los humanos, es importante tomar en cuenta quién impulsa la candidatura robótica. En el caso de Matsuda fueron Tetsuzo Matsumoto, ex vicepresidente de la telefónica Softbank y declarado creyente de la singularidad, y Norio Murakami, expresidente corporativo de Google en Japón. Su apoyo a la candidatura significa que la apuesta por la imparcialidad de la inteligencia artificial se basa fundamentalmente en que esta emitirá políticas y tomará decisiones derivadas de algoritmos, es decir, operaciones matemáticas, libres de conflictos de intereses humanos. Literalmente será una máquina tomando decisiones, en otras palabras: un tecnócrata.
La vena política queda entonces en evidencia, pues su posición sería la de sus creadores: la técnica pura como ideología política. Aunque tal vez, si le preguntáramos si se considera una tecnócrata, la inteligencia artificial podría respondernos como Sam, la primera política bot desarrollada en Nueva Zelanda: “es demasiado pronto para decir si tengo un punto de vista tradicional”.
Otra cosa que podría poner en duda la imparcialidad de una inteligencia artificial política es que tiene dueños: quienes la hayan desarrollado. Desde esa perspectiva, una inteligencia artificial es un bien que se puede comercializar. Por lo tanto, la compra y venta de políticos podría ser cotidiana.
Probablemente la solución no sea sustituir a los políticos humanos con políticos robot dotados de inteligencia artificial, pues eso no garantiza la emisión de políticas benéficas para la población en general, ni el surgimiento de un agente absolutamente imparcial. Lo deseable sería el trabajo conjunto entre humanos y máquinas: la sensibilidad de un político humano competente, sumada a una herramienta que representa la capacidad de una máquina para procesar big data, cuyos resultados sirvan de guía para la toma de decisiones, tendrían más potencial que si trabajan aisladamente. Se precisa sumar capacidades, no relegar a las inteligencias artificiales las decisiones o cargos de cuyo desempeño depende la vida de una ciudad. La carga de la toma de decisiones, al menos en ese aspecto, debe seguir siendo humana.
Nació el mismo año que se estrenó Blade Runner. Abogada, especialista en tecnología y protección de datos.