El “Chico del sofá” de TikTok y las investigaciones masivas en internet

En TikTok, cualquier video de apariencia inocente puede volverse un meme. Mientras millones de personas lo comparten y examinan, la humanidad de quienes lo protagonizan queda eclipsada. Este es el testimonio de uno de ellos.
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El 17 de septiembre de 2021, Lauren, mi novia, con quien tengo una relación a distancia, me visitó por sorpresa; un amigo grabó mi reacción al verla entrar. Tres días más tarde, publicó el clip de 19 segundos al ritmo de una canción de Ellie Goulding para unos 200 seguidores de TikTok. Los primeros comentarios vinieron de amigos cercanos de Lauren, y fueron en su mayor parte positivos. Pero poco después, personas desconocidas empezaron a comentar negativamente acerca del tiempo que me tardé en reaccionar, o por haber estado sentado en un sillón junto a amigas que resultaban ser del sexo opuesto. “Amiga, no te es fiel”. “Red flag! No se levantó del sofá y saltó de emoción”. “Hermana, si mi novio estuviera en un sofá lleno de mujeres, me daría la vuelta y SALDRÍA POR LA PUERTA”.

Conforme se acumulaban los comentarios que me acusaban de ser infiel, el video se convirtió en tema de un intenso debate en línea, al estilo de aquel famoso vestido. Yo, un universitario común y corriente, me convertí en un meme de TikTok: El chico del sofá. Los usuarios de TikTok comenzaron a hacer videos de parodia, la marca American Eagle anunció un disfraz de Halloween de “Chico del sofá”, y medios como Rolling Stone, E! Online, The Daily Show y The View cubrieron la historia. En TikTok, el video de Lauren y el hashtag #CouchGuyhan recibido más de 64 millones y mil millones de visitas, respectivamente.

Aunque el meme del Chico del sofá era simpático en la superficie, se volvió una amenaza cuando los usuarios de TikTok invadieron mi vida, la de Lauren y las de nuestros amigos de forma obsesiva. Ninguno de nosotros deseaba alcanzar la fama en internet, y mucho menos la infamia. Los supuestos detectives llevaron a cabo “la investigación forense más intensa desde el asesinato de Kennedy”, como bromeó Trevor Noah. Como Chico del sofá fui objeto de análisis del lenguaje corporal paso a paso, de diagnósticos de psicopatía, de comparaciones con asesinos convictos, y de generalizaciones sobre mis “malas vibras”.

En ocasiones, esas indagatorias trascendieron el mundo digital: por ejemplo, la vez que un residente de mi edificio publicó un video en TikTok, que acumuló 2.3 millones de visitas, en el que deslizaba una nota por debajo de mi puerta para solicitar una entrevista. (No respondí.) Un espectador comentó: “Aunque este tipo apague su teléfono, no puede escapar de las notificaciones del Chico del sofá”, hecho que, supongo, también celebraron los 37,600 usuarios a los que les gustó el comentario. En otro video, en el que algunos compañeros prometían confrontar al Chico del sofá cuando alcanzaran 1 millón de likes (no lo hicieron), un comentario que sugería que “vieran en secreto quién entra y sale de su casa” recibió la aprobación de 17,800 likes. El New York Post informó, y tal vez alentó, más invasiones a mi privacidad. En un artículo sobre el “frenesí… de tratar de determinar la identidad” del “hombre misterioso” detrás del meme, el Post preguntaba: “¿Podría el verdadero ‘Chico del sofá’ dar la cara?”. Mientras tanto, losdetectives de internetacudían a los foros públicos virtuales para averiguar mi nombre, fecha de nacimiento y lugar de residencia. La amenaza de doxing me pasaba por la mente cada vez más.

La cobertura mediática sensacionalista que recibí exacerbó las invasiones a mi privacidad. Por ejemplo, un artículo en el que se citaba la opinión de un “experto en lenguaje corporal” concluyó que mis acusadores “podrían estar en lo correcto”, ya que el “ángulo de [mis] rodillas indica desinterés” y mis “manos insinúan que estoy a la defensiva”. Este análisis del lenguaje corporal, reservado normalmente a las Kardashian, la familia real británica, y otras estrellas, me convirtió a mí, un ciudadano con una vida privada, que hasta entonces había disfrutado de su mínima presencia en internet, en un receptor involuntario del tratamiento de las celebridades.

Afortunadamente, mi fama ha disminuido: el interés en la búsqueda de Google del término “Chico del sofá” alcanzó su punto máximo el 5 de octubre. He aprendido a tolerar las miradas de quienes me reconocen y las ocasionales peticiones de selfies de múltiples extraños. Mi identidad digital no ha tenido mucho impacto fuera de la red, dado que Lauren y los demás coprotagonistas del ahora famoso video conocen mi verdadero carácter. Por lo tanto, mi preocupación se basa únicamente en la posibilidad de que el invasivo escrutinio que experimenté en TikTok no sea un caso aislado, sino –como ha sugerido el escritor de tecnología Ryan Broderick– la última manifestación de una cultura de la investigación a gran escala.

Esta tendencia en TikTok se intensificó luego de que Gabby Petito desapareció. Mientras los “detectives”hacían gala de sus dotes de sabuesos, el algoritmo de la aplicación impulsó los contenidos de teorías sobre lo ocurrido a Petito. Madison Kircher, del podcast ICYMI de Slate, contó que la sección de recomendaciones personalizadas de la aplicación había decidido que ella necesitaba ver los videos de los usuarios de TikTok sobre Gabby Petito “una y otra vez”. Parece que se produjo un fenómeno algo similar con mi viralidad, como pude constatar mientras pasaba por innumerables tuits que se lamentaban que no había escapatoria del Chico del sofá en TikTok. Una usuaria desesperada informó que había visto “cinco tik toks seguidos [en la sección de recomendaciones personalizadas] sobre el Chico del sofá”. (Sin embargo, les aseguro que nadie despreció la omnipresencia del Chico del sofá más que yo).

El objetivo más reciente de ese espíritu investigativo en la aplicación fue Sabrina Prater, una contratista y mujer trans de 34 años, que se hizo viral en noviembre tras publicar un video en el que aparecía bailando en un sótano en medio de una remodelación. La viralidad del Tiktok comenzó con videos de parodia, pero rápidamente viró hacia una teoría de conspiración debido a las aparentes “malas vibras” del video. En ese momento tuve una terrible sensación de déjà vu. Cuando su video alcanzó los 22 millones de visitas y los detectives de internet se unieron para formar una comunidad r/WhosSabrinaPrater en Reddit, Prater tuvo que enfrentarse a acusaciones de asesinato infundadas, a comparaciones transfóbicas con el personaje de Buffalo Bill de El silencio de los inocentes, y a vigilantes demasiado entusiastas que amenazaron con ir a su vecindario para seguir investigando. Este incidente revela el potencial nocivo de las investigaciones en TikTok. Un experto resumió acertadamente el incidente de Prater a Rolling Stone: “Fue como ver chocar al true crime, la investigación en internet, las teorías de la conspiración y la transfobia “.

Debido a la aparente tendencia del algoritmo de TikTok de presentar espectáculos virales a una base de usuarios cada vez más hambrienta para analizar contenidos, inevitablemente surgirán más Chicos del sofá o Praters en el futuro. Cuando aparezcan en tu sección de “For you”, te imploro que recuerdes que son personas y no misterios que debes resolver.

Cuando los usuarios enfocaban su lupa colectiva en Lauren, en mis amigos y en mí (comparando su investigación con “ver una telenovela y descubrir quién es el villano”), sentía como si el valor del entretenimiento del meme comenzara a eclipsar nuestra humanidad. Con ánimos de calmar el creciente odio, publiqué un video recordando a los detectives que “no todo es una historia de crímenes reales”, lo que algunos comentaristas de la red consideraron un rotundo gaslighting. Los videos en los que Lauren pedía que se detuvieran las pesquisas de buró fueron desestimados como una evidencia más de mi éxito como manipulador, y las súplicas de mis amigos para que respetaran nuestra privacidad también cayeron en saco roto.

Es cierto que durante mucho tiempo las personas no famosas se han convertido en figuras públicas sin querer serlo. Por otro lado, las difamaciones digitales han existido de una forma u otra desde los albores de la era digital; pregúntenle si no a Monica Lewinsky. Pero en TikTok, los bucles de retroalimentación algorítmica y las recomendaciones personalizadas facilitan que la gente común sea puesta bajo los reflectores contra su voluntad. El alcance de nuestro poder colectivo es menos obvio en la red, donde los ataques se producen, como dijo el periodista Jon Ronson, “como ataques de drones operados a distancia”. Sin embargo, en el extremo receptor del bombardeo, cuando uno ve su reputación cuestionada, su lenguaje corporal hiper analizado y su intimidad invadida, la severidad de nuestro poder colectivo se hace demasiado evidente.

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

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es estudiante de la Universidad de Virginia.


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