La campaña electoral ha entrado en Brasil en su recta final rumbo a la primera vuelta que tendrá lugar el domingo 7 de octubre. En el panorama de incertidumbre que ha rodeado esta contienda algo, sin embargo, parece ya quedar en claro: ese día no se definirá el ganador ya que es casi imposible que un candidato alcance el 50% de los votos requeridos para tal fin. En el escenario anterior, los dos contendientes más votados deberán volver a medirse unas semanas después en una segunda vuelta. De acuerdo a los sondeos, todo parece indicar que Jair Bolsonaro, el candidato ultraderechista del Partido Social Liberal y Fernando Haddad, del izquierdista Partido de los Trabajadores serán quienes lleguen a dicha instancia.
Durante las últimas semanas dos eventos marcaron el pulso de la campaña y la vida política del país y probablemente estén en el centro de la agenda por el resto de la contienda. El jueves 6 de septiembre, mientras se encontraba participando en un acto en la localidad de Juiz de Fora, en el estado de Minas Gerais, Bolsonaro fue atacado y herido de gravedad. Su rápido traslado a un hospital cercano y la cirugía a la que fue sometido lograron salvarle la vida, pero probablemente deba pasar el resto del ciclo electoral convaleciente. Unos días después, el martes 11 el expresidente Lula anunció que desistía de su candidatura dado el impedimento decretado por la justicia electoral como resultado de la llamada Ley de Ficha limpia, que impide que pueda competir alguien que ha sido sentenciado en segunda instancia, tal como es el caso del antiguo líder del PT. Fue esta declinación la que llevó a que Haddad, hasta entonces candidato a vicepresidente, asumiera el liderazgo de la fórmula.
A pesar de que no vayan a estar presentes en mítines, recorridas por las ciudades del país o en los debates televisivos, las figuras de Bolsonaro y de Lula serán las que en espíritu dominen las discusiones, uno desde una habitación en un hospital de San Pablo, el otro desde su celda en la cárcel de Curitiba.
El ataque a Bolsonaro sin duda estremeció no sólo a Brasil sino al mundo. En la época de los teléfonos inteligentes y la instantaneidad, la imagen del candidato siendo acuchillado a la vista de todos, sus gritos de dolor y su traslado casi inconsciente a un vehículo que lo llevó de urgencia al hospital se volvieron virales a los pocos minutos de ocurrido el hecho. A pesar de la gravedad de la situación, y aún antes de que se tuvieran detalles de lo acontecido, no pocos empezaron a especular sobre el efecto electoral que podría derivarse de la situación. En las horas que siguieron la bolsa de San Pablo experimentó una subida inesperada, dada la percepción de algunos analistas de que Bolsonaro podría capitalizar la situación a su favor. El propio compañero de fórmula del político carioca deslizó, sin pruebas, el rumor de que el agresor era miembro del PT e insinúo de qué responderían con violencia a la violencia. En los días que siguieron el mismo Bolsonaro se encargó de poner paños fríos a la situación y quedó en claro que el responsable del atentado era alguien con problemas mentales antes que el engranaje de una conspiración política.
Por el otro lado, el PT perdió con la renuncia de Lula a su candidato más popular y quien hasta entonces lideraba las encuestas con casi el 40% de las preferencias. El gran desafío está ahora en cómo lograr transferir ese apoyo a un político poco conocido en muchas regiones del país y con un perfil académico que en principio dificulta su llegada a las bases del partido. El resto de la campaña del PT se concentrará en una frase que ya se convirtió en el centro del mensaje de un spot que comenzó a virilizarse: “Lula es Haddad, Haddad es Lula”.
Esta identificación es la que le ha dado tracción a la candidatura de Haddad y lo ha hecho multiplicar sus niveles de apoyo en pocos días, ubicándose según algunas encuestas en segundo lugar aunque todavía lejos del puntero Bolsonaro. Lo paradójico es que esta estrategia sobre la que inevitablemente deberá construir su crecimiento puede llegar a convertirse en un talón de Aquiles: en una sociedad que se ha ido polarizando en los últimos años la figura de Lula despierta tanto amor como odio y según un estudio de Datafolha era el político brasilero por el que mayor porcentaje de electores decían que nunca votarían en caso de que fuese candidato.
De pasar a la segunda vuelta Bolsonaro y Haddad, el voto de los brasileros se dará en un escenario de polarización como no se ha visto en las últimas décadas y los propios candidatos tendrán incentivos para exacerbar las diferencias contra su contrincante para atraer el voto útil. El problema es que gane quien gane deberá gobernar a ese país dividido en mitades y deberá hacerlo con un Congreso fragmentado. Como encarar ese día después será tanto más difícil como ganar la elección.
Profesor-Investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México y Director de la revista “Foro Internacional”