Circula en internet una imagen de Harlod Bloom en la que el crítico aparece de pie, con los brazos cruzados y en actitud altanera encima de varios libros. Evidentemente, la imagen está manipulada, pero es elocuente si la leemos en contexto: es la ilustración a una entrevista, es decir, está calculado que la imagen diga algo sobre la persona. Aquí hay dos posibilidades: se está reproduciendo el tópico de que somos enanos en hombros de gigantes, o se ha reformulado de manera que Bloom sea un gigante sobre hombros de enanos.
¿Qué significa cuando un crítico está por encima de los libros? ¿Qué mensaje se envía cuando un libro titulado Novelists and Novels aparece ilustrado con esta caricatura de su autor?
La preeminencia de la voz del crítico sobre su materia, la literatura, es algo atípico en el discurso académico. Salvo por algunas excepciones, la voz del autor se esconde tras citas textuales y nota a pie de página en aras de una asepsia pretendidamente objetiva y útil. Con la crítica literaria de revistas sucede lo contrario: es difícil encontrar textos en los que no prevalezca la primera persona. Si el mantra del discurso académico parte de la experiencia ajena –“Como dijo fulanito”–, en el caso de las revistas cada vez es más común privilegiar la experiencia propia: “La primera vez que leí Cien años de soledad…”, “Ayer mientras paseaba a mi perro en el parque recordé que Gabriel García Márquez…”, “Mi esposa dice que ya está bien de releer al Gabo…”.
(Entre paréntesis: resulta perturbadora la cantidad de tiempo que las secciones culturales y las revistas le dedican al Boom, como también lo es el hecho de que la imagen del crítico sea la de un sujeto masculino de clase media cuyas iluminaciones provienen de una vida cotidiana acomodada y feliz).
La experiencia de lectura –o de escritura– de alguien resulta atractiva cuando la persona tiene un valor agregado que usualmente tiene que ver con fama, de otra manera resulta inexplicable que haya gente interesada en preguntarle a todos los escritores idioteces del tipo: “¿Usted escribe a máquina o ya usa computadora?”. Cuando la persona no es famosa, se necesitan muchas cosas para que la insistencia en su primera persona interese: ingenio, articulación, coherencia, lucidez, pero en la mayoría de los casos el “yo” del crítico es el artificio perfecto para llenar las dos cuartillas semanales que tiene que entregar para cobrar su cheque, si es que le pagan.
Los gustos, experiencias, opiniones, fobias del crítico tendrían que estar en segundo plano, justificados por la lectura y no para justificar la interpretación o el análisis. De un crítico importan las maneras que propone para leer un texto, no si piensa que es bueno o malo, o si lo leyó a la sombra de un abeto ni si se lo regaló su mejor amigo. La anécdota es la lectura en sí, y lo particular que cada crítico ofrece no es su experiencia personal sino su estilo, su capacidad para entrar al texto y ampliarlo, su voluntad por empezar una conversación entre el texto y la tradición.
Hay una historia vieja que explica algo de todo esto
Acto I
Un poeta escribe unos versos y los inscribe a un concurso.
Acto II
El poeta gana, pero ahora todos los demás poetas están enojados porque piensan que esos versos son malos.
Acto III
El poeta escribe un texto en donde analiza sus propios versos y concluye que son una maravilla.
La obra se llama Grandeza mexicana, que incluye no sólo el famoso poema de Bernardo de Balbuena sino otros dos escritos de los que se habla poco aunque se trate del primer ejercicio de crítica literaria escrito en este continente – la “Carta al Arcediano de Nueva Galicia” – y de la primera defensa del oficio poético – “Compendio apologético en alabanza de la poesía”. En el folio 8 v. de la primera edición de 1604 aparece el retrato de Balbuena, algo atípico en la época, puesto que lo usual era honrar al mecenas con su imagen, y no al autor. Debajo de la imagen, una cita de Juvenal: “La única nobleza / la sola, es la virtud”.
Al situarse en el lugar central, Balbuena abogó por anteponer la virtud a la sangre, el mérito al valor heredado. La primera persona de la crítica actual no está en ninguno de estos extremos, más bien, si algo, apuesta por su mezcla: “yo hablo porque puedo y porque lo que yo pienso y siento debería guiar la lectura de los otros”. La imagen de Bloom expresa esa petulancia. La de Balbuena también, pero antes cuestiona y pone en crisis valores preestablecidos. Hay diferentes maneras de ser pedante: algunas son útiles pues dicen algo, otras se agotan en el puro gesto.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.