Al cerebral Nietzsche le interesaba tanto la alimentación que propuso que era de ella, mucho más que de la teología, que dependía la “salvación de la humanidad”. No es difícil alzar vuelo con él, o desplomarse, en reiteradas y escrupulosas derivas hacia el comedor.
Entre sus argumentos misóginos se halla el que sostiene que las mujeres no pueden ni deben cocinar: “Han sido las malas cocineras, su absoluta insensatez en la cocina es lo que más ha retrasado la evolución del ser humano y más lo ha perjudicado.”
“Definición del vegetariano: un ser que necesita una dieta que lo corrobore. Sentir lo perjudicial como perjudicial, poder prohibirse algo que sea perjudicial, es un signo de juventud y fuerza vital. Al cansado lo atrae lo perjudicial: al vegetariano, las verduras.”
Evoca el libro de un tal Luigi Cornaro, el primero en proponer que una dieta moderada es la clave para una vida larga y feliz. Según Cornaro, había que consumir trescientos cincuenta gramos de sólidos y medio litro de vino al día: como logró ser centenario, su libro fundó el arte editorial de vender dietas. A Nietzsche le parece que solo la Biblia ha hecho tanto daño “como este espécimen bien intencionado” que, al confundir “la consecuencia con la causa”, adjudica su longevidad a la frugalidad y no a los excesos que lo llevaron a ser frugal.
La cocina alemana carga crímenes atroces en su conciencia. “¡Comer sopa antes de la comida!, ¡la carne recocida y las verduras empanizadas y grasientas!, ¡convertir un pastel en un pisapapel! Si a eso se le suma el imperativo animal de beber después de comer, se comprenderá de dónde viene el espíritu alemán: de los intestinos indispuestos. El espíritu alemán es una indigestión que no se alivia con nada.”
Y sin embargo cree que comer pesado lleva al estómago a “entrar en actividad como un todo, primer requisito de una buena digestión”. Y cree que para entender ese todo, se impone primero “conocer el tamaño del estómago de uno”.
Cita a Aristófanes: “Vinagre, especias, cebollas, acelgas, palmito en hojas de parra, orégano: todo esto es una porquería frente a un buen trozo de carne.”
Desprecia los “banquetes sacrificiales” en los que hay que hacer una pausa entre un platillo y el siguiente.
Ordena desayunar no con café, que obnubila la razón, sino con “chocolate espeso y desgrasado”.
Prefiere el agua al vino, pues “para creer que el vino alegra, tendría yo que ser cristiano”. Abomina del vegetariano y encomia al abstemio: “no sabría recomendar con la suficiente seriedad la absoluta abstinencia de bebidas alcohólicas a todas las naturalezas de espiritualidad superior”.
Así como “no se debe dar crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre y moviéndose con libertad”, no se debe nunca comer sentado. Estar sentado anula la “fiesta de los músculos” y deja, por tanto, en libertad a los intestinos que “son el origen de todos los prejuicios”.
Juzga que “el cuerpo sedentario es un gran pecado”. Si Flaubert cree que la única manera de pensar y escribir es sentado, es porque es un “nihilista que ignora que las nalgas son un pecado contra el espíritu santo. Solo tienen valor los pensamientos que salen a pasear”.
“¡Qué asco las comidas que hace la gente en los restaurantes o en las casas de los ricos!” Su idea es “que haya de todo” y que “de todo haya demasiado”.
“Los más espirituales entre nosotros, aquellos que más cuesta alimentar, conocemos la peligrosa dyspepsia que surge de la desilusión repentina de nuestro platillo y de nuestros vecinos de mesa –la náusea del postre.”
Como “el pan neutraliza el sabor de los otros alimentos”, debería haber pan en las obras de arte, lo que colaboraría a producir “efectos diferentes” mientras se aprecia ese arte. Una “comida prolongada de arte sería imposible”.
En agosto de 1859, a los catorce años, apunta el menú semanal en el internado:
Lunes. Sopa, carne de ternera y verdura, fruta.
Martes. Sopa, carne de ternera y verdura, mantequilla.
Miércoles. Sopa, carne de ternera y verdura, fruta.
Jueves. Sopa, carne de ternera y verdura, asado de hígados y ensalada.
Viernes. Sopa, asado de cerdo, verdura y mantequilla o albóndigas de papa.
Sábado. Asado de cerdo y fruta o lentejas, salchichas asadas y mantequilla.
Domingo. Sopa, carne de ternera, verdura, fruta.
Y con cada comida, la doceava parte de un pan.
Zaratustra acepta que no solo de pan vive el hombre y dice que por eso tiene dos corderos: “la forma de prepararlos es con especias, en especial con salvia” (que es opiácea). “Alégrate como me alegro yo. ¡Permanece fiel a tu costumbre, buen hombre: muele tu grano, bebe tu agua, honra tu cocina si esas cosas te ponen alegre!”
“Mirando alrededor encontramos individuos que durante toda la vida han comido huevos sin darse cuenta de que los más oblongos son los más sabrosos; gente que no sabe que una tormenta es buena para la barriga, que los perfumes huelen con más intensidad en el frío y, claro, que nuestro sentido del gusto es diferente en los distintos sitios de la boca y que toda comida consumida mientras se oye o se habla de cosas interesantes perjudica al estómago.” ~
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.