Imagen: DAVID ILIFF. License: CC-BY-SA 3.0

Hechos, ficción y bibliotecas

Como parte de nuestra colaboración con Future Tense, ofrecemos un ensayo que responde a una ficción distópica que plantea un mundo en el que se ha quebrado el equilibrio entre hechos e imaginación.
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El bibliotecario Jim O’Donnell responde al cuento “The Arisen”, de Louisa Hall, publicado como parte de la serie Future Tense Fiction.  Lee la historia de ficción original en inglés aquí.

Lo entiendo: Acirema, un país normal donde todo está patas arriba. Es fácil reconocer esa sensación. Noticias falsas, hechos alternativos: estamos en el medio de un páramo desolado en el que las líneas de los caminos conocidos, de repente, se han vuelto muy difíciles de encontrar. Hay algo de ironía cósmica en esto. Desde hace una generación hemos internalizado el concepto de “posmodernidad”, con su relativismo y sus narrativas paralelas. Sin embargo, la crítica solía decir que se trataba de una “teoría” planteada por personas sin contacto con la realidad y ubicadas en uno de los extremos del espectro político. Es una ironía, entonces, que la “teoría” resulte ser una descripción empírica precisa de realidades y prácticas culturales y políticas llevadas al extremo de la efectividad por personas ubicadas en un punto muy diferente de ese espectro, personas que se jactan de su inflexible realismo. El dios muerto de Nietzsche debe estar revolcándose en su tumba.

Sí, es cierto que no existen las historias verdaderas. Los seres humanos somos criaturas que crean historias, pero ninguna puede ser mejor que una versión editada, resumida y reformulada de lo que seguimos llamando el mundo real. Los verdaderos fabricantes de historias, esos que nos brindan nuestras ficciones manifiestas, lo saben muy bien y aprovechan las técnicas y las ventajas de su oficio para dirigirnos hacia pensamientos que no habríamos tenido tan fácilmente de otra manera.

Eso es lo que sucede en el cuento “The Arisen”, de Louisa Hall, en el que los indicios de ambigüedad y tensión sexual nos avisan, desde el principio, que estamos en un espacio de desorientación. La historia que se desarrolla puede parecer simple y directa en un sentido; la inquietud surge a partir del contexto y nos prepara para un final que nos deja volteados de cabeza.

Y la creadora de la historia puede imaginar tanto como quiera de su mundo, así como usar tanto como le convenga del mundo “real”. Por eso, casi creemos en el mundo distópico de autoridad desplazada y los hechos, convertidos en armas e irritantemente fuera de nuestro alcance, nos confunden. Que cada lector interprete la historia como quiera.

* * *

Por supuesto, existen los hechos. El diario de Mary Bradford está lleno de hechos. Aunque, de todo lo que está escrito ahí, no estamos seguros cuáles son hechos y cuáles no. Sin embargo, es un hecho que todo eso está escrito en su diario.

Lo que quiero decir con esto es que los hechos son lo que nosotros hacemos de ellos. Así como fabricamos herramientas, los seremos humanos también fabricamos hechos. Los hechos son las herramientas del cerebro: útiles, destructivas, creativas, confiables, no confiables; todo depende de los seres humanos que las usen y del propósito con el que lo hagan.

“The Arisen” es un cuento fantástico ubicado en un mundo posible en el que, de manera siniestra, los seres humanos se han enamorado tanto de los “hechos como cosas” que olvidaron cómo crearlos y cómo usarlos. El cuento parece un fragmento de una historia épica de ciencia ficción como Dune o Fundación, y no estoy seguro de si necesito leer más de esos relatos. Ya sé que no va a terminar bien. Los hechos se volverán frágiles e inútiles, útiles solo para lastimar a otros.

Pero ahora pasemos a las bibliotecas. Las bibliotecas son, entre otras cosas, fábricas de hechos. Claro, también son fábricas de ilusiones, fuentes de inspiración y excelentes lugares —siempre y cuando estén bien amueblados— para dormir una siesta. Por ejemplo, conozco la biblioteca de una universidad que tiene una sala de lectura enorme, con grandes sofás de cuero verde sobre los cuales las mejores mentes de las últimas seis generaciones se echaron a descansar con sorprendente regularidad y confianza.

Pero también son fábricas de hechos. Son lugares donde los fundamentos del conocimiento están custodiados por guardianes astutos que se aseguran de recopilar y organizar lo correcto, el buen contenido, y se aseguran de que se posible encontrar ese contenido. Las personas a las que les importan los hechos van a las bibliotecas a fabricarlos por su cuenta. Si visitan una biblioteca, observen a todos a su alrededor, a los estudiantes nerviosos que postergan sus tareas o a los miembros de la comunidad local que caminan distraídos y con sueño. Incluso ellos saben qué es una biblioteca y cuál es su propósito, y aunque no la aprovechen como deberían, su presencia es una muestra del respeto que sienten. (Una de las cosas más notables de una biblioteca es lo sencillo que resulta mantener el orden, incluso con los peores visitantes, en el peor momento).

El cuento “The Arisen” y su universo paralelo ponen en evidencia todas estas verdades al mostrarnos cómo las personas se volvieron vulnerables intentando encontrar cierto equilibrio en un mundo que pretende estar basado en hechos, pero que, en realidad, destruye la capacidad de crear cualquier hecho. La historia es un reflejo (casi momentáneo) de la modernidad. La moraleja suena bastante familiar. Tengan cuidado con lo que piden, porque quizás lo consigan.

Cuiden sus bibliotecas.

 

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

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Profesor de estudios religiosos, filosóficos e históricos además de bibliotecario en Arizona State University. Su libro más reciente es Pagans (HarperCollins 2015).


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