“No puedes hacer del matrimonio el principio y el fin de todo. Porque si lo haces, el matrimonio no funcionará”. Es lo que dice la madre de Miranda a su hija cuando esta insiste en casarse con el chico con el que ha perdido la virginidad y que además la ha dejado embarazada. Está en el primer año de universidad.
El matrimonio y las relaciones de pareja, y sus pliegues y desgarros, es el tema que, salvo una excepción, atraviesa la colección de relatos de Andre Dubus (Luisiana, 1936-Massachusetts, 1999) titulada Adulterio (Gallo Nero, 2019). Son ocho cuentos –el último, que da título al libro, es más bien una novella y ha sido adaptado al cine– que con una prosa sencilla, directa, elegante retratan los lados oscuros de la juventud y la adultez, las dificultades y contradicciones de la vida, a veces hasta llegar a extremos impensables.
Dubus tenía debilidad por Chéjov, con el que ha sido comparado y al que decía admirar junto a Hemingway y Cheever. Fue por la influencia del escritor ruso por lo que decidió dedicarse al relato, aunque fue una novela lo primero que publicó (The Lieutenant, 1967). Sus cuentos aparecieron en prestigiosas revistas como The Paris Review, Harper’s o The New Yorker. A pesar de ello, tuvieron que pasar siete años hasta que consiguiera publicar su primer libro de historias cortas, gracias al apoyo de su agente literario, Philip G. Spitzer, y al editor David R. Godine. Este último ha dicho: “Había más punch en un cuento de Dubus que en el 99,98% de las novelas que se estaban publicando. Y todavía lo creo así”.
Efectivamente, son relatos que no dejan indiferente, no solo por lo que cuentan, sino por cómo están contados; en muchos de ellos lo inimaginable se convierte en lo normal. Son como una bofetada amortiguada. Por ejemplo, en “Lugareños”, una noche un fracasado que se aprovecha de las chicas ricas que van a la universidad de la ciudad se deja cegar por la ira, la del fracasado que afronta un rechazo: “Dejó de darle patadas. Supo que había muerto mientras la golpeaba. Lo supo por algo que notó en el silencio de la noche y la forma en que su cuerpo recibía la bota al golpearla”. Tendida sobre la nieve, la chica tenía el mismo aspecto que cuando se despertaban juntos en su habitación de la residencia, él resacoso y con la erección matutina.
Para mí uno de los relatos más impactantes es “La joven gorda”, que esconde una velada crítica a la sociedad de la apariencia. Su protagonista, Louise, esconde chocolate para que su madre no la vea comer. En la universidad hace el sacrificio de adelgazar más de quince kilos. Entonces su familia empieza a mirarla de otra manera, y ya puede pensar en el matrimonio. Se siente como las cigarras de cabo Cod, que pasan diecisiete años hibernando para luego aparearse, reproducirse y morir en un mes. A ella le ha pasado igual, solo que ha tardado veintiuno. Ya casada, piensa “en cómo, adelgazándose físicamente, había accedido a los placeres de la nación”.
Igual de desgarrador es “Adulterio”, la historia de un matrimonio (otro) que se resquebraja. Tanto Hank como Edith tienen relaciones fuera del hogar. Él es el primero en hacerlo, porque no cree en la monogamia (sí en la fidelidad); luego le sigue ella, al inicio por venganza y despecho, luego por amor. El foco está puesto en la mujer, que se enreda con un exsacerdote. Al poco de iniciar su affaire, a él le diagnostican un cáncer terminal.
Pero en estos relatos sobre las debilidades del ser humano también hay sitio para la ternura, especialmente cuando aparecen niños. Por ejemplo en “El padre de invierno”. Cuando el matrimonio Jackman decide separarse, Peter tiene que construir esa parte de su nueva vida que tendrá que compartir con sus hijos, solo. Organiza planes e intenta hacerlo lo mejor que puede, pero el día a día de padre soltero le supera: “Estaba empezando a manejar la paternidad igual que las armas; siempre como si estuvieran cargadas, cuando sabía que no lo estaban. Era una satisfacción prevenir incluso los peligros inexistentes”. Solo cuando lleva a los niños a ver tocar a Gerry Mulligan deja de sentirse “como un padre divorciado que busca algo que hacer”. No se siente así porque con ellos va también Mary Ann, una mujer que ha conocido y que parece llevarse bien con sus hijos. Entrar con ella en el local le hace sentirse menos observado y juzgado. En este relato, los espacios cerrados, obligatorios en un invierno gélido, son metáfora de la complejidad de adaptarse a nuevas rutinas familiares. En verano, en la playa, todo cambia.
“Me encantan los relatos porque creo que se parecen a la vida”, escribió Dubus. Los recogidos en este volumen son ventanas a las vidas de personas que podrían ser cualquiera de nosotros, porque nadie es infalible y todos tenemos secretos.
Es editora y miembro de la redacción de Letras Libres.