Exorcismos de esti(l)o, de Guillermo Cabrera Infante
Biblioteca Breve, Seix Barral, Barcelona, 1976. 304 pp.
Por los comienzos de su libro afirma Guillermo Cabrera Infante que “Literatura es todo lo que se lea como tal”. Profesión de fe, apotegma o epítome, esa línea define la línea del libro y de una vez por todas reivindica el juego literario, y aun silábico, y aun ortográfico, y aun tipográfico, no como menudencia o excrecencia de la Gran Literatura Que Cruza las edades, sino como un género (o conjunto de géneros) merecedor de tanto respeto como el que han merecido la Poesía, la Novela, la Dramaturgia, el Ensayo, la Máxima, la Crítica et al. Deberíamos ya saberlo desde el no sé qué que quedan balbuciendo las divinas criaturas de San Juan, desde la palabra portemanteau de Lewis Carroll, desde los grandes edificios paronómicos de Raymond Roussel, desde los caligramas de Apollinaire, y aun desde antes: desde los anagramas y palíndromos que se pierden en la Noche de los Tiempos y los grafitti que el ácido úrico lentamente borra en las paredes de los pissoirs. Ignoro si Cabrera Infante, al comenzar a prepararnos la fiesta de la Lengua, la Retórica, la Ortografía, la Escritura y la Tipografía, and more and more, que nos da como ejercicios de estío que también son exorcismos de estilo, tenía conocimiento de los trabajos de Ouvroir de Littérature Potentielle. No importa, porque no me interesa saludar conocidos en el libro de Cabrera Infante: no quiero ni puedo ser el Caín de Cabrera Infante. El honorable Ouvroir no ha inventado nada ex nihilo, según lo demuestran tanto los Archivos de la Noche de los Tiempos como el Florilegio literario de los Pissoirs: lo menciono porque dicho Ouvroir es tal vez la primera tentativa de analizar y sistematizar y dar de una vez títulos de nobleza a esos géneros considerados como naderías o divertimentos de la lengua, la escritura, la ortografía, la tipografía, es decir como hierbas locas y ociosas (¿odiosas?) crecidas en los resquicios que dejan, cuando los dejan, las Grandes Obras. Y bien, lo que todo el equipo del OuLiPo, encabezado por Raymond Queneau, ha hecho respecto a la literatura francesa, un solo hombre intenta hacerlo en la literatura de habla española. Y para darse una idea de lo que trae el libro quizá baste con decir que la meditación bíblica contenida en uno de sus textos es el producto de un “Ensayo en aliteración, anacronismo, ananimia, ananaclasis y braquiología” (más palindromía, aunque al autor no lo aclare, quizá por coquetería), que el texto “Laertes escucha en silencio los consejos de su padre, sentecioso” es el Hamlet de Shakespeare “traducido” a la gastronomología de Brillat-Savarin: que los “Idus de Marzo” pasan de la versión de Plutarco a la de Shakespeare a la del cine según Mankiewicz a la del habla cubana según un limpiabotas habanero; que hacia los finales del libro la forma de la ausencia de Cuba se dibuja sobre la reiterada palabra mar como la isla misma se dibuja sobre el mar mismo; etc.
Muchos de esos juegos estaban ya prefigurados en los libros anteriores de Cabrera Infante, y aun antes que en los libros: en las crónica de cine que con la máscara de Caín escribía en las revistas Carteles y Revolución: allí, entre brillantes retruécanos, pastiches, trabucaciones letrísticas, doblesentidos, erratas intencionales, podía leerse, p. ej., una película sobre el hampa parisina reseñada en el lenguaje del bajomundo habanero, un problema ontológico traducido a chiste o al revés, un incesante juego de vaivén entre citas y referencias y transferencias del Cine, las Letras y la Vida Cotidiana. Allí si, en Un oficio del siglo XX (que reúne aquellas críticas de cine que eran también críticas de las letras y de la vida cotidiana), Cabrera Infante había iniciado los que los editores de Exorcismos de estío y de estilo llaman “asedios, desde diversos frentes, a la estabilidad, antaño intangible, del texto literario” (e incluso a la intangibilidad del Texto único respecto al cual todos los textos en castellano son meros anagramas y juegos combinatorios: el Diccionario de la Real Academia). Y sin olvidar Tres tristes tigres, la obra magna de Cabrera Infante, puede decirse que toda la producción literaria de este autor es el curso de una recreación o re-creación retórica (entendiendo que tipografía y fonética son hechos retóricos también) emprendida a todo riesgo desde el momento en que se supo o intuyó que la Literatura había muerto y que había que recomenzar desde su grado cero, desde su letra muerta, desde su cuerpo presente.
¿Irrisión de la Literatura de sus Grandes Temas, de sus Dictados Celestes, de sus Mensajes Humanos, y aun de la Sublime Página en Blanco de Mallarmé?
¿Incendio de la Inmortal Biblioteca? Tal vez Cabrera Infante quema lo que adora y adora lo que quema. La Literatura, ave Fénix, surge de sus cenizas: muerta de risa, renacido por la risa. El número de circo de este Caín de las Letras es una lucha con el Ángel: lo que fue tragedia se repite como comedia. Y viceversa.
Este artículo se publicó por primera vez en enero de 1977 en el N° 2 de Vuelta.
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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.