¿Qué hay detrás de la disculpa pública de Karen Espíndola?

El doble estándar que le celebra a un hombre la misma conducta que es condenada en una mujer está presente todos los días, y el caso de Karen Espíndola lo ilustra de manera clarísima.
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El pasado miércoles 4 de diciembre, Ciro Gómez Leyva fue el primero en informar en redes sociales que Karen Espíndola, la mujer de 27 años reportada como desaparecida la noche anterior, no había sido secuestrada por un taxista. Llama la atención la prontitud con la que periodistas y medios que no se distinguen por atender casos relacionados con violencia de género difundieron el video en el que se muestra que Karen no estaba en peligro, como al parecer le hubiera correspondido, sino emborrachándose en un bar donde permaneció –información por demás relevante– diez horas ¡y del que salió acompañada de un hombre! ¡Cómo se atreve!

El tuit de Gómez Leyva deja claro, como señala Sofía Téllez, que los mecanismos de investigación a su alcance son más eficientes en demostrar que una mujer mintió que en obtener información equivalente sobre casos de desaparición de mujeres que no han sido resueltos.

A la mañana siguiente apareció otro video: en entrevista en Foro TV, Karen Espíndola admitió que se había equivocado al mentirle a su mamá para quedarse en el bar y declaró más de una vez que estaba enojada, sobre todo, “consigo misma” por haber dejado que las cosas se salieran de control. (En un país que ocupa el segundo lugar con más feminicidios en América Latina –casi 3 mil mujeres fueron asesinadas en México de enero a septiembre de 2019–, una mujer que resultó no estar secuestrada está enojada consigo misma.) Poco después Karen, visiblemente acongojada, le dijo a la entrevistadora que en el video del bar sólo se mostraron escenas en las que ella está “con puro hombre”, y no de cuando estaba con sus amigas, alimentando la narrativa de que haber estado con hombres –uno o veinte, da igual– aumenta su culpa y agrava la mentira.

¿Qué hay detrás de la disculpa pública de Karen Espíndola? Hace casi un par de años escribí en este mismo espacio un texto que viene al cuento recordar ahora. En él decía que existe la idea (equivocada, pero bastante común) de que para ser admitida al club del feminismo es necesario que una mujer viva alejada de cualquier acción considerada incongruente con la causa. A eso se refiere la filósofa española Amelia Valcárcel al hablar del derecho a la maldad, nuestro derecho a no ser excelentes, a equivocarnos y aún así conservar nuestros derechos humanos más básicos. En otras palabras, a tener el mismo nivel de tolerancia al error que tienen los hombres. En vez de eso, la misma conducta que se le celebra a un hombre es condenada en una mujer: mentir para evitar meterse en problemas, emborracharse sin medir las consecuencias, tener muchas parejas sexuales. Ese doble estándar está presente todos los días, y el caso de Karen Espíndola lo ilustra de manera clarísima.

¿Por qué mentimos las mujeres? En parte, porque el patriarcado, que se erige como juez de nuestras acciones, nos orilla a ello: es mejor decir que ya vamos rumbo a casa a confesar que llevamos cuatro horas en un bar bebiendo con hombres o que nos fuimos a comprar alcohol para seguir la fiesta en casa de algún amigo. Pero también mentimos por lo que mienten todas las personas: porque es más fácil, por miedo a las consecuencias, porque a veces calculamos mal lo que puede pasar. Mentimos porque somos seres humanos.

Me molestó ver a Karen Espíndola pidiéndole perdón al mundo. No porque no considere que se haya equivocado ni porque no entienda que este tipo de falsas alarmas lastiman mucho a un movimiento ya de por sí bajo ataque constante. Todo esto es cierto y es probable que Karen lo sepa. Me inquieta porque no veo a hombres que han cometido acciones similares bajo ese mismo nivel de escrutinio y mucho menos recuerdo un video de algún acosador o violador ofreciendo una disculpa pública en televisión nacional.

“Me gustaría que dejaran de atacar a mi familia. Yo tengo que aguantarlo y estoy dispuesta”, dijo Karen hacia el final de la entrevista. Ése es el mensaje que queda de estos días: te equivocaste, tienes que aguantarlo, vaya que son unas ridículas exageradas, por eso nadie les cree. Como si necesitaran un pretexto para no hacerlo.

Cuando la entrevistadora le pregunta a Karen sobre lo que su familia hizo cuando ella llegó a casa la mañana siguiente del incidente y se encerró en su cuarto, arrepentida, para no tener que hablar con nadie, ella contesta que estaban felices, a pesar de todo. Ojalá que todos los reportes de mujeres desaparecidas terminaran así y ojalá nosotros, al otro lado de la pantalla, pudiéramos compartir un poco de esa dicha en lugar de sentarnos a esperar su disculpa en televisión.

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(Ciudad de México, 1984). Estudió Ciencia Política en el ITAM y Filosofía en la New School for Social Research, en Nueva York. Es cofundadora de Ediciones Antílope y autora de los libros Las noches son así (Broken English, 2018), Alberca vacía (Argonáutica, 2019) y Una ballena es un país (Almadía, 2019).


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