Foto: Pedro Rances Mattey/DPA via ZUMA Press

Venezuela 2020: drama sin fin

La ya complicada situación de Venezuela, país donde desde el año pasado existen dos primeros mandatarios, se ha complicado más con la imposición, por medio de la violencia y la corrupción, de una directiva títere en la Asamblea Nacional.
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Venezuela es un Estado fallido donde el poder se ejerce de espaldas a la ley en nombre de la lucha contra el capitalismo neoliberal y el imperialismo norteamericano. Tal perversión ha permitido fenómenos difíciles de explicar ante el mundo, como la existencia de dos primeros mandatarios. Uno, Juan Guaidó, electo presidente encargado de Venezuela el 23 de enero de 2019 por la Asamblea Nacional, único poder en Venezuela que cuenta con el voto ciudadano en elecciones libres. El otro es Nicolás Maduro, cuyo gobierno perdió toda legitimidad a raíz de los comicios fraudulentos de mayo del 2018. La presión diplomática y las sanciones económicas, tanto a personeros oficialistas como a Petróleos de Venezuela, la devastada petrolera estatal, han afectado la disponibilidad financiera de unos de los gobiernos más corruptos e ineptos del planeta. No obstante, la explotación del oro, el narcotráfico y el apoyo de Rusia, Irán y China han bastado hasta ahora para mantener a la revolución en el poder.

 

Esta situación se ha complicado todavía más con la imposición de una directiva títere en el parlamento. Tal imposición tuvo lugar el pasado domingo 5 de enero, día en el cual Juan Guaidó y los parlamentarios de oposición se dirigieron al Capitolio Federal para renovar la directiva de la Asamblea Nacional. La sede del parlamento estaba rodeada por efectivos de la Policía Nacional Bolivariana y de la Guardia Nacional, quienes impidieron el paso de los diputados cuyos nombres no estuvieran en una lista confeccionada por representantes oficialistas. Tanto Guaidó como numerosos diputados y diputadas intentaron pasar, con empujones incluidos, pero no pudieron con la guardia pretoriana de la revolución. La escena era digna de la Uganda de Idi Amin Dada, el Zimbabwe de Robert Mugabe y la Alemania nazi una vez que Hitler se hizo con todo el poder. Los que no tuvieron ningún problema en entrar al Capitolio Federal fueron los diputados del Partido Socialista Unido de Venezuela y un grupo de parlamentarios “opositores” que se alinearon con la revolución para quitar del medio a Juan Guaidó, cuya reelección como presidente de la Asamblea nacional era segura.

Sin el quórum necesario para sesionar –la mitad más uno de los diputados– y sin los votos de las dos terceras partes del parlamento, se escogió una “directiva” conformada por diputados colaboracionistas y encabezada por Luis Parra, antes militante de Primero Justicia. El mismo día, Juan Guaidó y los diputados opositores sesionaron en la sede del diario El Nacional; Guaidó fue ratificado como presidente de la Asamblea Nacional y presidente interino de la república con cien votos, los cuales fueron emitidos a viva voz e individualmente por cien parlamentarios, cantidad que supera los apoyos necesarios que exige la Constitución vigente. Venezuela tiene dos presidentes de la república y dos presidentes de la Asamblea Nacional, pero –tal como lo han reconocido México y Argentina, actuales gobiernos insignia de la izquierda en la región–, esta situación absurda es producto de la actuación ilegal y autoritaria del régimen de Nicolás Maduro.

¿Por qué un grupo de diputados opositores, ahora colaboracionistas, le ha dado la espalda a sus compañeros de partido y a sus electores? La respuesta proviene de un mal endémico: la corrupción. En noviembre pasado, el diputado José Guerra advirtió sobre la operación “maletín verde” que implicaba nada menos que a los miembros de la Comisión Permanente de Contraloría de la Asamblea Nacional. Los parlamentarios oficialistas dejaron de ir a las sesiones (así de absurda es la política venezolana) hasta hace un par de meses, lo cual explica que la mencionada comisión estuviese en manos no chavistas-maduristas. Los diputados de Primero Justicia Conrado Pérez (vicepresidente de la comisión), Luis Parra y José Brito, además de los de Voluntad Popular, Guillermo Luces y Richard Arteaga, se involucraron en una trama con un tema tan delicado como la alimentación de los venezolanos. También se menciona a Adolfo Superlano, Chaim Bucaram y William Barrientos.

El portal informativo venezolano Armando.info refiere que el caso implica a empresarios colombianos que lucran con las humillantes cajas de alimentos suministradas por los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), alrededor de las cuales ha habido manejos de corrupción multimillonarios. Se supone que los diputados mencionados certificaron ante la Fiscalía de Colombia que los empresarios Alex Saab y Carlos Lizcano no tenían negocios ilegales con el régimen madurista. A cambio, los parlamentarios recibieron sus correspondientes recompensas, con viajes internacionales incluidos no autorizados por la Asamblea Nacional. Comenzaba la Operación Alacrán, con la cual la tiranía pensaba comprar a diputados de oposición con tal de que abandonaran a Guaidó. De esta manera, no solo se pondría fin al interinato sino, eventualmente, se podría negociar con los países que reconocen al líder opositor una suerte de “vuelta a la realidad”: el poder en Venezuela es de la revolución. Este parlamento títere puede escoger un nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE), capaz de convocar a elecciones para diputados en condiciones fraudulentas y abusivas que aniquilen a la oposición.

En definitiva, el interinato no ha logrado elecciones libres, pues las fuerzas armadas continúan fieles a Maduro (a pesar de numerosas deserciones) y la oposición no tiene el poder para promover un cambio ante una tiranía que no cede ni un milímetro pese al hambre, las muertes y el éxodo. Aunque han sido menos de veinte los diputados desertores, tal deserción indica que se están buscando formas de cohabitación por parte de sectores molestos por su poco peso específico dentro de la oposición y, hay que decirlo, molestos también porque el buen whisky no pasa por sus gargantas.

No hay razones para el optimismo en cuanto a un cambio democrático en Venezuela, pero la política siempre puede sorprendernos. ¿Qué harán Guaidó y la oposición? ¿Erigirse como una referencia ética y moral (sin poder real) al estilo de la disidencia de los países de Europa del este durante el comunismo? ¿Qué harán los Estados que apoyan a Guaidó, descartada como está la opción de una intervención militar? ¿Cuáles políticas asumirán los países que reciben a raudales al éxodo venezolano? Por las respuestas a estas preguntas habrá que esperar, pero es indispensable que el liderazgo venezolano hable con la verdad. Una cosa es mantener la esperanza y otra muy distinta crear falsas expectativas respecto a las fuerzas armadas venezolanas o una posible ayuda extranjera. Ya hay gente en Venezuela (y fuera de ella) que comenta en voz baja que se conforman con un cambio de la política económica, una suerte de Rusia, nada del otro mundo. Semejante fatiga es comprensible ante promesas una y otra vez incumplidas y renovadas. Si bien el liderazgo opositor ha logrado unificarse con los últimos acontecimientos, la política no puede convertirse en ejercicio de autoayuda y repetición de consignas. La verdad puede ser incómoda, pero siempre es un buen punto de partida en situaciones desesperadas.

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.


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