Para que no se oigan mis pasos, voy sin zapatos. Y para no coger frío en los pies, me pongo varios calcetines, a veces hasta tres pares. Hago seis rondas. Tres por cada escalera. Para cruzar de la Escalera A a la Escalera B tengo que atravesar el vestíbulo de la entrada. Lo hago corriendo.
Escalera A
En el primero hay una consultoría y un “Centro de Formación y Empleo Servicio Doméstico”, todo así junto. Está oscuro y cuando paso no enciendo la luz.
En el segundo a veces se oye música más o menos interesante. El otro día al pasar puse Shazam y estaban escuchando Cigarettes after sex. A veces la música está tan alta que hago Shazam desde el baño de casa y lo reconoce. No me importa que pongan la música alta. Me da carta blanca a mí para hacer lo mismo. No me preocupa que me pillen andando descalzo por las escaleras, porque a veces cuando paso por su puerta huele a porro. Hace un par de semanas coincidí con uno de ellos. Venía del supermercado con una pizza congelada y llevaba un porro en la mano.
En el tercero vivo yo. Enfrente hay una vecina anciana con tres perros pequeños. Cada vez que salgo a correr por las escaleras me ladran, pero ladran a cualquier cosa.
En el cuarto no hay nada interesante. Las puertas empiezan a ser más grandes y con cerraduras más sofisticadas.
En el quinto hay una planta de plástico en el rellano que siempre me asusta. Todas y cada una de las veces que paso por el quinto me asusto. Me pienso que es una persona plantada ahí, inmóvil, como esperando para echarme la bronca por hacer ejercicio en el rellano. En el quinto también empiezan las bolsas de basura a la puerta. Un breve ejercicio de sociología marxista de andar por el rellano: los pisos más altos son más luminosos y más caros, y en ellos por lo tanto vive gente que da por hecho que el portero saca su basura. Simplemente la dejan en la puerta. Otra teoría es más sencilla y quizá por eso más acertada: vive gente mayor que no puede bajarla.
En el sexto hay más bolsas de basura, muy bien anudadas. Apenas huele.
En el séptimo hay una bicicleta atada con candado en las escaleras. A veces hay un abrigo colgado encima de ella. Como abril es rarísimo y el tiempo cambia constantemente (¿A quién le gusta abril? A nadie le gusta abril, menos mal que ya es mayo), hay días que está el abrigo y otros que no.
En el octavo a veces hace mucho calor. Como es el último piso, el sol entra por la ventana del patio interior y calienta mucho el rellano. Las puertas de los ascensores están a menudo iluminadas por el sol. Debe de ser una sensación extraña salir de un ascensor y recibir un rayo de sol.
En el último tramo de escaleras, que va hacia el cuarto de los ascensores, hay varias plantas achicharradas por el calor.
Escalera B
En el primero hay notarías. No se permite tener notarías más allá de un segundo piso.
En el segundo hay un anciano que tarda mucho en salir de casa. Desde que abre la puerta hasta que la cierra pasan dos minutos. Más de una vez he esperado en el rellano, en el piso inferior o superior, jadeando. No me quiero topar con nadie. El miedo a encontrarme con alguien ayuda al ejercicio: cuando alguien sale de su casa, o cuando oigo un ascensor, corro escaleras arriba. Es lo que se recomienda para los entrenamientos de cardio: combinar un ritmo constante con explosiones de energía. El miedo adelgaza.
En el tercero hay vecinos muy ruidosos. Dos hombres de media edad se ríen a carcajadas. No oigo ninguna voz de mujer. Mi teoría es: Un hombre de unos 50 años vive con su padre de unos 70. Ambos son grandotes y se ríen de sus propias ocurrencias. Es una relación sana y bonita.
En el cuarto se oye un trombón. No sé muy bien si está en el cuarto o en el quinto. La música de mi infancia eran ensayos de trombón, con sus pausas y sus repeticiones. Papá tocaba en el ático y se oía en toda la casa.
En el quinto hay una familia asiática (creo que son chinos). Lo supe antes de oírles hablar por el ruido del wok. Yo también cocino a veces con wok pero no todos los días a las ocho tras los aplausos.
En el sexto hay gente que sube al séptimo a visitar a familiares.
En el séptimo hay gente que baja al sexto a visitar a familiares. Se despiden en el rellano que hay entre los dos pisos.
En el octavo no oigo nunca nada pero veo un poco la casa por el patio interior. Hay mucho sol, demasiado sol, parece un solarium. Entra tanto el sol, incluso por el patio interior, que tienen un toldo. Un toldo enorme en un patio interior. Oigo conversaciones telefónicas. Hay estanterías con muchos libros.
El gobierno ha iniciado la desescalada y ahora nos permite salir a correr a la calle. Echaré de menos mi rutina de escalera, siempre de puntillas (ahora tengo gemelos de ciclista) y con miedo a que me pillen.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).