Las expectativas eran muy bajas. Según una encuesta de Parametría, 78% de la gente pensaba que la reunión beneficiaría a Estados Unidos y solo 49% que beneficiaría a México. Un 35% pensaba que la reunión podría dañar a nuestro país. Exdiplomáticos, internacionalistas y analistas políticos coincidían con el público: el viaje era de alto riesgo para el presidente López Obrador y los beneficios para México eran, en el mejor de los casos, dudosos.
Lo que todos teníamos en mente como riesgo mayor era un Trump impredecible, que dijera algo ofensivo y que dejara humillado a AMLO, y con él al país. Pero esto no ocurrió. Ambos presidentes se apegaron disciplinadamente al guion. Los dos populistas, que llegaron al poder siendo “diferentes”, decidieron ser “normales”. A los dos les convenía salir bien librados de esto, por lo que siguieron al pie de la letra discursos que sustituyen la historia de humillaciones, imposiciones y tragos amargos con un relato que cuenta triunfos conjuntos y lunas de miel tan dulces como inexistentes.
Trump leyó su primer discurso a prisa, sin desviarse un ápice. Fue un texto breve e intrascendente, que repetía frases diplomáticas y corteses, seguramente redactadas en alguna oficina del Departamento de Estado:
- “Hemos tenido una gran relación desde el principio.”
- “Al pueblo de México y de Estados Unidos nos unen valores, fe y un futuro en común.”
- “Ambas somos naciones orgullosas y soberanas”
- “Las extraordinarias contribuciones de los mexicoamericanos se perciben en cada industria, en cada comunidad y en cada aspecto de nuestra nación”
Del lado de AMLO, tuvimos un discurso matrioshka, como esas muñecas rusas que tienen adentro otras más pequeñas. La primera parte parecía escrita por un economista. El mensaje llamaba a reposicionar a América del Norte como motor de la economía mundial mediante la reconfiguración de cadenas de valor globales. Cifras, porcentajes, datos; aburrido pero adecuado, porque el presidente dijo que iba a Washington a la ceremonia de firma del Tratado entre México Estados Unidos y Canadá, el TMEC. Si hubiera terminado ahí, nadie le hubiera reclamado.
Pero el discurso se abrió y apareció una segunda matrioshka. Aquí salió el verdadero AMLO, el que se siente a la vez historiador y protagonista de la historia. Nuestro presidente evocó la relación estrecha entre Lincoln y Juárez para luego estirar el argumento y trazar otro paralelismo histórico al citar la relación respetuosa entre Roosevelt y Cárdenas. En esa sección, la frase “hay agravios que todavía no se olvidan”, pronunciada en la Casa Blanca, marcará un hito en la relación bilateral.
Después, la tercera matrioshka apareció y, lejos de elevarse retóricamente a alturas de estadista, el presidente López Obrador entró de lleno en el terreno de la posverdad, con frases obsequiosas que reducen la relación bilateral entre dos naciones a la relación personal entre él y Trump. Son palabras escritas en un tono y lenguaje personal y político, no de Estado. Son palabras, además, que no se apegan a la verdad:
- “Hemos recibido de usted, comprensión y respeto”
- “Quise estar aquí para agradecerle […] por ser cada vez más respetuoso con nuestros paisanos mexicanos”
- “Usted nunca ha buscado imponernos nada que viole o vulnere nuestra soberanía”.
- “Se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto”
Y, en una frase insólita, que parece sacada de un discurso de Agustín de Iturbide:
- “Usted no ha pretendido tratarnos como colonia, sino que, por el contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente.”
Como vemos, AMLO hizo lo que ha hecho siempre: darle a cada quien un poco de lo que quería escuchar. Si usted quería un AMLO antiyanqui, el discurso tiene su toque de resentimiento. Si usted quería un AMLO pro libre comercio, ahí tiene el llamado a una mayor integración económica. Si a usted le interesaba que defendiera a los mexicanos, puede encontrar halagos a los migrantes. Si en cambio, usted lo quería cuidadoso de las formas, están los halagos que tanto complacieron a Trump. Como en la campaña del 2018, aquí también hubo un AMLO para cada quien, con frases que dicen sin decir, niegan para afirmar y construyen hábiles tangentes para responder a cada posible crítica. El aparato de propaganda del gobierno hará el resto: la ausencia de desastre será declarada todo un éxito.
En medio de esta diplomacia de humo y espejos, solo una cosa es segura: López Obrador y Trump se deben creer los manipuladores políticos más hábiles del mundo. Podría apostar que, al retirarse a su recámara uno, y al subir a su camioneta el otro, los dos pensaron sonrientes al mismo tiempo: “este pobre tipo se la creyó toda”.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.