Stefan Rinke
América Latina y la primera Guerra Mundial
Ciudad de México, FCE, 2019, 340 pp.
Stefan Rinke (Helmstedt, 1965) es uno de los más reconocidos latinoamericanistas europeos de la actualidad y uno de los historiadores alemanes mejor afincados en el estudio de la experiencia moderna de nuestra región. Tras un libro que abordó los procesos de independencia a principios del siglo XIX y otro que intentó una historia general del sur del continente desde sus comunidades originarias hasta el siglo XXI, Rinke se concentra ahora en los años de la Gran Guerra (1914-1918).
Aunque no participó directamente en aquel conflicto bélico, América Latina estuvo implicada en el trasfondo económico y cultural de ese choque bélico. Al momento del atentado contra el archiduque Francisco Fernando de Austria, en Sarajevo, la región llevaba varias décadas de aumento en las exportaciones del sector primario y de sostenido incremento de la inversión extranjera y pública en la industria, la minería, las comunicaciones y el transporte. Estados Unidos ganaba presencia en aquel intercambio, pero la relación con Europa, en comercio exterior, recepción de inversiones y origen de flujos migratorios, seguía siendo predominante.
El todavía lento ascenso de la hegemonía de Estados Unidos a nivel continental –no en el Caribe y Centroamérica, donde ya era ostensible para 1914– generaba identificaciones con el mundo europeo, que reafirmaban el componente hispano o portugués de las antiguas colonias e insinuaban juegos geopolíticos de cierta espectacularidad. Uno muy conocido fue la famosa trama del telegrama Zimmermann, descifrado por la inteligencia británica, que incluía un proyecto de acercamiento del imperio alemán al gobierno de Venustiano Carranza para que, en caso de que Estados Unidos entrara en la guerra, México se colocara del lado del káiser Guillermo II.
Al igual que Estados Unidos, los gobiernos latinoamericanos, inicialmente, se declararon neutrales. Pero, como observa Rinke, la guerra se vivió en las principales calles de Buenos Aires, Santiago de Chile, Valparaíso, São Paulo y Río de Janeiro, donde las colonias alemanas e italianas y la población afrancesada tomaban partido por uno u otro bando. Además del enrolamiento de migrantes europeos, la guerra demandaba un gran activismo diplomático de las legaciones, consulados y embajadas de las potencias enfrentadas.
En América Latina se vivían entonces procesos políticos de la mayor importancia. El más decisivo era, sin dudas, la Revolución mexicana que, como han estudiado Pablo Yankelevich y otros historiadores, suscitaba un enorme interés en las cancillerías de la región. El grupo abc (Argentina, Brasil y Chile) ofreció mediar entre Estados Unidos y México para poner fin a la ocupación del puerto de Veracruz. Las conferencias de Niagara Falls, en junio de 1914, buscaron un entendimiento entre Woodrow Wilson y Victoriano Huerta que facilitara el fin del régimen de facto que derrocó la presidencia de Francisco I. Madero.
Tanto ese conflicto como las fricciones entre Estados Unidos y diversos países centroamericanos y caribeños, sometidos a constantes intervenciones militares, en las primeras décadas del siglo xx, ofrecieron oportunidades para una diplomacia de contrapeso a la hegemonía norteamericana. Los alemanes avanzaron en sus vínculos comerciales con Haití, impulsaron la empresa radiotelegráfica Telefunken en Colombia, Venezuela, México y otros países latinoamericanos. Cuando no proyectaban alguna simpatía por Alemania y sus aliados, los gobiernos de la región traducían la neutralidad en diversos intentos de mediación para lograr la paz, que siempre chocaron con el rechazo de Estados Unidos.
Cuando Washington declaró la guerra a Alemania en abril de 1917 hubo reacciones latinoamericanas, a juicio de Rinke, inicialmente adversas. El gobierno de Wilson advirtió las simpatías proalemanas que había en la región y organizó una ofensiva propagandística contra el káiser a través del Creel Committee, que subvencionó publicaciones en diversas capitales del continente. Poco a poco la presión de Washington fue logrando que algunos países como Brasil, Cuba, Panamá, Haití, Nicaragua, Guatemala y Honduras entraran en la guerra y que otros rompieran relaciones con Alemania. Muy pocos países, como México, Argentina, Venezuela, Colombia y Chile, se negaron a abandonar la neutralidad y a suspender vínculos con Alemania.
La posición ante la Gran Guerra permitió constatar, como sugiere Rinke, el grado en que dependían de Estados Unidos los diversos gobiernos de la región. Cuba y Panamá, por ejemplo, declararon la guerra a Alemania al día siguiente de que lo hiciera la Casa Blanca. En el caso de Brasil, sin embargo, no descarta Rinke un antimperialismo republicano, dirigido contra el expansionismo alemán, que podría localizarse en la obra de Rui Barbosa y otros políticos brasileros. Barbosa fue un crítico de los imperios prusiano y austrohúngaro y defendió la independencia de pequeñas naciones de Europa del Este como Polonia.
Cita Rinke, entre otras piezas de propaganda antialemana en América Latina, el libro del cubano de ascendencia belga Fernando de Soignie, Crónicas de sangre (1919). Pero también habría que recordar que en Cuba y otros países latinoamericanos no faltaron voces germanófilas como la del diplomático y ensayista Luis Rodríguez-Émbil, quien en su libro El imperio mudo (1928) trasmitió una visión nostálgica de la cultura vienesa y la civilización austrohúngara.
Los nacionalismos europeos tuvieron, en ese sentido, una contraparte en el ascenso de un antimperialismo latinoamericano que se dirigía, fundamentalmente, a limitar la consolidación de la hegemonía hemisférica de Estados Unidos. La guerra contribuyó a reforzar la pertenencia de América Latina al mundo, por medio de la escenificación de un drama que estremecía a toda la humanidad. Pero aquella condición mundial de América Latina intensificaba, a la vez, los discursos nacionalistas y latinoamericanistas de la cultura regional.
Luego de la Gran Guerra, los tópicos de la mexicanidad y la argentinidad, de la peruanidad y la cubanidad se afincaron aún más en la esfera pública. El ascenso paralelo de los nacionalismos europeos y del internacionalismo socialista, en el periodo de entreguerras, tuvo un peso considerable en la reconfiguración ideológica de las izquierdas y las derechas latinoamericanas. Desde Wilson hasta Lenin, los grandes protagonistas de aquella conflagración dejaron su marca en un continente que aprendía a pensar globalmente sus opciones. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.