En estos días se hizo popular una de las piezas de mala prosa que suelen salir de las instituciones gubernamentales cuando la Suprema Corte de Justicia nos recetó un galimatías sin ton ni son.
Pensé en un personaje que hace ciento cincuenta años ocupó el puesto de presidente de esa misma corte y tenía mucho mejor pluma que los ministros actuales: Sebastián Lerdo de Tejada, que, además de llegar a la presidencia, fue también miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Quienes lo conocieron admiraron su “magno cerebro” y se refirieron a él como “el Benvenuto Cellini de la palabra”, la cual era “refinada, de cadenciosa estética”. Más allá de ser un jurista notable, leía en su lengua original a los poetas latinos, entre los que prefería al profano Catulo, ese de:
Pedicabo ego vos et irrumabo,
Aureli pathice et cinaede Furi,
qui me ex versiculis meis putastis,
quod sunt molliculi, parum pudicum.
Lo mismo hacía con los dramáticos griegos y era gran conocedor de la literatura francesa e inglesa porque sí, también leía en francés y en inglés. Entre los franceses, conocía al dedillo a Montaigne, Molière, Victor Hugo, Maupassant y se volvía loco de felicidad con Gargantúa y Pantagruel. Era buen conocedor de la filosofía.
Lerdo de Tejada también se vio en el deber de expresarse sobre la responsabilidad de ex jefes de Estado, o sea del emperador Maximiliano y del presidente Miguel Miramón, y fue elegante y decisivo al decir: “En el caso de que llegaren a ser capturadas personas sobre quienes pesase tal responsabilidad, no parece que se pudieran considerar como simples prisioneros de guerra, pues son responsabilidades definidas por el derecho de las naciones y por las leyes de la República. El gobierno, que ha dado numerosas pruebas de sus principios humanitarios y de sus sentimientos de generosidad, tiene también la obligación de considerar, según las circunstancias de los casos, lo que puedan exigir los principios de justicia y los deberes que tiene que cumplir para con el pueblo mexicano”.
Estos principios y deberes no fueron un juicio popular, sino un fusilamiento candorosamente pintado por Manet.
En fin, no sé qué pensaría Lerdo de Tejada del ya famoso revoltijo de palabras y del irrespetuoso tuteo de la actual corte suprema. De seguro recordaría a Cervantes, que en su Don Quijote hace burla de Feliciano de Silva por ese tipo de textos que no llegaría a entender ni desentrañarles el sentido “el mismo Aristóteles, si resucitara para solo ello”. Y nos cita Cervantes ese par de joyas que tanta fama han alcanzado: “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura” y “Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza”. Citas no textuales, pero el buen Feliciano de Silva sí embrollaba con frases así: “Ay de ti, Felides, que ni la grandeza de tu corazón te pone el esfuerzo, ni la sabiduría te pone consejo, ni la riqueza esperanza, para esperar en la razón que para amar tuviste, la que en tal razón se niega para esperar el remedio, por el merecimiento, el valor y hermosura de mi señora, porque cuanto por una parte pide la razón de amarse, por la otra niega en la razón de tal servicio la poca que para esperar remedio hay”.
También George Orwell recopiló algunas perlas de terrible e intrincada prosa, como ésta, sacada de Ensayo sobre la libertad de expresión, de Harold Laski: “No estoy, de hecho, seguro de si no sea verdad decir que el Milton que una vez pareció no distinto a un Shelley del siglo diecisiete no se haya vuelto, a través de una experiencia siempre más amarga cada año, más alejado del fundador de esa secta jesuita que nada le podía inducir a tolerar”.
Pero esto ocurre hasta en las mejores familias, Schopenhauer decía que Hegel era un charlatán que disfrazaba su falta de ideas con mala prosa. Mala o críptica, como cuando habla de la naturaleza: “La naturaleza es divina en sí, en la idea, pero tal como ella es, su ser no se corresponde con su concepto; es más bien la contradicción no resuelta. Lo que le es propio es el serpuesto, lo negativo, tal como los antiguos captaron la materia en general, como nonens. Así también la naturaleza ha sido enunciada como la caída de la idea desde sí misma, porque la idea bajo esta figura de la exterioridad es inadecuada a sí misma”.
Volviendo al México contemporáneo, lo de la corte suprema es un desliz que no tiene que pasar de ahí, y apenas se trata de un grupo del calibre de un equipo de futbol. Lo que debería preocupar es que la educación que reciben millones de mexicanos sirve apenas para balbucear.
Si alguien propusiera que la educación, desde la primaria hasta la universidad, incluyera griego, latín, retórica, lógica, una buena gramática y abundante lectura de clásicos, lo acusarían de que le falta un tornillo o de ser un maldito elitista.
Pero si se le dijera a Sebastián Lerdo de Tejada que en nuestra educación no se acostumbra el latín ni el griego ni la retórica ni la lógica ni una buena gramática ni la abundante lectura de clásicos, él preguntaría: “¿Y entonces para qué van los mexicanos a la escuela?”.
A ver quién le responde a don Sebastián.
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.