El joven sirio Ibtisam vive en un campo de refugiados en Jordania. Cuando un periodista del New York Times le preguntó por la situación en su país, le dijo: "Odio a los alauíes y a los chiíes. Vamos a matarles con nuestros cuchillos, igual que ellos nos han matado". Ibtisam tiene 11 años. Es la próxima generación de sirios.
El futuro de Siria es así de aterrador. La mayoría de sirios son suníes, con dos grandes minorías: alauíes –una pequeña corriente musulmana cercana al chiísmo– y cristianos. Históricamente, los alauíes han estado marginados en esa región de Oriente Medio. La llegada de los franceses les dio poder: igual que a los cristianos en Líbano o a los suníes en Irak. Francia optó aliarse a una minoría para gobernar. Cuando el poder colonial se fue, los alauíes dominaban el ejército. El golpe de estado de Hafez al-Asad –padre del actual presidente, Bashar– les dio todo el poder.
En marzo de 2011 la revuelta siria nació con las mismas aspiraciones que en otros países. Pero el régimen no iba a tomárselo igual. Junto a la represión brutal empezaron las acusaciones más o menos evidentes de que aquello era un golpe de la mayoría suní contra las minorías, sobre todo la alauí. A pesar de que en general no es una acusación cierta, es probable que en unas hipotéticas elecciones libres, los alauíes hubieran tenido poco que hacer. Aunque no todos los alauíes compraron la teoría del gobierno, muchos optaron por aliarse para luchar con el régimen hasta el final. Fuera verdad o no, tras unos meses, la profecía de la batalla entre confesiones se volvió cierta.
En mis viajes a Siria hace unos meses pude comprobar lo que entonces quizá no era odio pero ya era miedo. Las sospechas entre comunidades tenían una solución difícil. Ahora la vuelta atrás es casi imposible. El nuevo enviado especial de Naciones Unidas, Lakhdar Brahimi, buscará una solución política, pero es difícil imaginar cuál. El régimen no se irá y la oposición es imposible que acepte a un miembro del gobierno actual. Dar con un término medio que contente a todos supone un equilibrio casi irreal. El rencor dará paso a venganzas.
Los aliados internaciones de Siria tampoco están dispuestos a perder el enclave. Irán, sobre todo, y Rusia han hecho de todo para hacer llegar armas y formación militar al ejército. No solo eso, el peligro de que la tensión religiosa salpique a los vecinos es real: en Líbano ya ha habido conflictos, además de la implicación de la banda chií Hezbolá, y ahora se empieza a sospechar que miembros de bandas chiíes en Irak han cruzado la frontera para ayudar a sus aliados sirios. Ya hace meses que se sabe que militantes suníes de Al Qaeda luchan en Siria.
La solución del régimen y sus aliados ha sido terrible: antes el caos que perder. La herencia que dejarán no solo en Siria sino en la región será lamentable. El único futuro que se ve hoy en el conflicto sirio es más violencia.
(Barcelona, 1976) es periodista, licenciado en filología italiana. Su libro más reciente es 'Cómo escribir claro' (2011).