A mediados de los sesenta, Manuel Gómez Morin concedió una serie de entrevistas a los historiadores estadounidenses James y Edna Wilkie. En una de ellas, el fundador del PAN precisó su postura frente al improbable caso de una victoria de su partido en una campaña presidencial:
"… no hemos tenido mucha ansiedad de llegar a puestos de gobierno. Reconocemos inclusive que si mañana, por uno de esos trastornos públicos de fondo, Acción Nacional tuviera que hacerse cargo del gobierno, tendría que hacer un esfuerzo intenso para formar un equipo de gobierno. Tal vez un gobierno de unión nacional".
Gómez Morin reconocía la impreparación del PAN para ejercer el Poder Ejecutivo y la justificaba con cierta olímpica serenidad:
"Estamos todavía en la situación clásica de un partido de oposición. No de 'Her Majesty's loyal oposition', que puede ocupar los puestos al día siguiente que sale el gobierno, sino en la posición de la oposición latina: un partido que está señalando errores, que está indicando nuevos caminos, que está tratando de limpiar la administración, de mejorar las instituciones, de programar el esfuerzo colectivo de mejoramiento y de formar ciudadanos y personas capaces de ocupar con rectitud y eficacia los puestos públicos".
"Bregando eternidades" en el Congreso y en unos cuantos estados y municipios, siempre en condición minoritaria, el PAN tuvo el mérito histórico de mantener la alternativa democrática frente al PRI (que representaba la simulación democrática) y las diversas corrientes de izquierda, que despreciaban la democracia como un artificio burgués. Pero esa misma condición testimonial (un partido de profesionistas de clase media que hacían política de tiempo parcial) los privó de la experiencia directa del poder.
De pronto, la eternidad se adelantó unos cuantos milenos sin que el PAN hubiese formado aquellos "ciudadanos y personas capaces de ocupar con rectitud y eficacia los puestos públicos" que vislumbraba Gómez Morin. Para el año 2000, sus legendarios fundadores habían muerto; muchos de sus primeros cuadros -luchadores cívicos entusiastas- se habían desanimado de la "brega" o de las concesiones doctrinales y políticas al PRI, y prefirieron dispersarse; no pocos renunciaron a su filiación; y, por si fuera poco, la generación más joven tenía sólo dos cabezas visibles, un tribuno y un ideólogo: Diego Fernández de Cevallos y Carlos Castillo Peraza. Ninguno de los dos asimiló creativamente las respectivas derrotas electorales de 1994 y 1997. El primero tomó distancia de la política; el segundo, trágicamente, se hundió en una depresión que lo condujo a la muerte. Es verdad que para entonces una nueva corriente de "neo panistas" se había incorporado al viejo partido (el valeroso y malogrado Manuel Clouthier, Francisco Barrio, entre varios otros) pero no llegaron a integrar un grupo político profesional ni un proyecto coherente. En el umbral del siglo XXI, el vacío de experiencia y cuadros señalado por Gómez Morin se hizo más evidente, pero la crisis política y moral del PRI era aún mayor que la del PAN. Y así fue como por "uno de esos trastornos públicos de fondo", el PAN llegó al poder.
Al momento de "hacerse cargo", el PAN no sólo carecía de un equipo de gobierno sino de un líder propiamente político. Su caudillo fue un outsider que desde el inicio confundió la vida política con la empresarial y consideró normal acudir a una agencia de Head hunters para integrar su gabinete. Las expectativas del año 2000 reclamaban un liderazgo radicalmente distinto, que convocara -como había previsto Gómez Morin- a un gobierno de unión nacional. En aquel contexto era posible establecer una alianza con varios políticos experimentados de la izquierda, sobre la plataforma común de combatir los vastos intereses creados (públicos y privados) de la era del PRI. No se hizo, y la novatada política -en un contexto mundial favorable- costó al país seis años irrecuperables.
El diciembre de 2006 llegó al poder un joven parlamentario que por vocación y carácter se propuso trascender aquel concepto de "oposición latina". Quiso ejercer plenamente el poder pero en la gravísima crisis postelectoral de aquel año (y con un voto minoritario frente a sus dos adversarios combinados) parecía juicioso volver a la receta del fundador: la formación de un gobierno de (limitada) unidad nacional, esta vez con un sector del PRI. Si Gómez Morin (en el cenit autoritario del sistema) había considerado la posibilidad de un gobierno de unidad, ¿por qué el PRI del 2006 (relegado a la tercera fuerza, derrotado en dos elecciones sucesivas) habría de ser un socio inadmisible? Un gobierno de coalición hubiese fortalecido al Estado, pero el presidente optó por anclar su credibilidad en el ejército e integró un gabinete endogámico. Ambas decisiones -en un contexto internacional desfavorable- han implicado grandes costos.
Por seis décadas, las generaciones panistas jugaron al poder sin buscar el poder. Cuando el poder les cayó del cielo, ansiosamente quisieron ejercerlo con ejecutivos de negocios o con amigos fieles. El resultado está a la vista: el PAN carece de un elenco sólido para competir en las próximas elecciones. El manejo ineficaz de la precampaña, los desangelados debates, las propuestas tímidas y vagas son prueba de una impreparación que viene de muy atrás. Con todo, el PAN es el único partido que celebra comicios democráticos internos. Por eso sería muy lamentable que la elección del día de hoy se manchara, en la percepción pública, con sospechas de manipulación. El mermado capital moral del PAN se erosionaría definitivamente.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.