Es siempre difícil explicar los resortes que mueven la teoría y la praxis política de países tan antiguos y complejos como China. Desglosar esos mecanismos para un público tan ignorante como el norteamericano es una tarea de titanes. (Como botón de muestra: más del 40% de estadounidenses encuestados durante años cree, a pie juntillas, que la ayuda al exterior es el renglón de gasto más abultado del gobierno. La realidad es que Washington dedica apenas el 1.2 % de su presupuesto a la ayuda a otros países). Por ello, Henry Kissinger debe haber pensado mucho cuáles variables incluir en la breve introducción de su libro más reciente, On China, para jalar la atención del lector estadounidense y trazar un mapa prístino y sencillo de la toma de decisiones en China. Escogió básicamente dos: el pensamiento de filósofos/estrategas que han perfilado los quehaceres del país a través de milenos -Confucio y Sun Tzu- ,y el juego que todos los chinos juegan: el Wei-qi.
Mejor conocido en Occidente como Go, su nombre japonés, el Wei-qi es un juego de estrategias envolventes y mucha paciencia. Los contrincantes tienen que colocar las 180 piezas negras o blancas que les tocan sobre un amplio tablero, jugando de hecho, en innumerables tableros a la vez. Uno intenta controlar un sector colocando algunas piezas; el oponente tiene que rodearlo hasta inmovilizarlo, abriendo, a la vez, otro territorio para engañar o distraer al contrincante con frentes múltiples. El Go se trata de ocupar espacios minando, poco a poco, la capacidad estratégica del oponente. Un buen juego termina siempre dando una ventaja ínfima a uno de los contrincantes.
Nada más opuesto al ajedrez, la contraparte del Go que es el juego favorito de Occidente, pero que paradójicamente echó raíces en la extensa tierra que es el puente entre Asia y Europa: Rusia. El ajedrez busca la victoria total en el menor número de movimientos y termina cuando un jugador decapita al rey de su oponente. El ajedrez acepta enroques y permite cierta flexibilidad estratégica, pero todas las piezas y sus predecibles movimientos están en el tablero desde el principio: hay lugar para el engaño pero no para la sutileza.
La larga y compleja historia de China y de Rusia- y la relación entre ambas- ha sido un prolongado choque entre esas dos estrategias: el Wei-qi y el ajedrez. Rusia ha sido siempre una potencia expansionista, empeñada en jugar un papel protagónico en el mundo y dispuesta a someter a sangre y fuego a naciones o nacionalidades que disputen su hegemonía. En las últimas décadas,los hidrocarburos se han convertido en el arsenal ruso moderno para apuntalar su poderío como una potencia renaciente en un mundo multipolar.
China, un continente en sí misma, ha sido por el contrario y con contadas excepciones (como el triste caso del Tibet), una nación contenida. Obsesionada por la seguridad de sus fronteras, diseñó y aún practica, una diplomacia envolvente con base en acuerdos, ayuda económica, inversiones y, desde hace décadas, un comercio sostenido y creciente. Si la vieja China padecía un desinterés absoluto por lo que sucedía más allá de sus fronteras y el mar, la China actual mantiene una política internacional de bajo perfil, reconoce la supremacía de potencias como Estados Unidos, y se ha dedicado a construir un poderío económico que le permitirá a mediano o largo plazo colocar más piezas en el tablero e inmovilizar poco a poco a sus contendientes.
La diferencia estratégica que subyace en la política exterior de ambos ha sido evidente en los últimos contactos entre China y Rusia. Vladimir Putin, el hombre fuerte de Rusia, busca aceptación internacional al anuncio de que contenderá nuevamente por la presidencia, presencia en el mundo e inversiones chinas. Quiere asimismo avanzar sus piezas en el Medio Oriente y Asia ante la inminente retirada estadounidense de Iraq y Afganistán sin la oposición de China.
Para conseguir sus metas Rusia deberá pagar con la única moneda que le interesa a China: petróleo y gas. Beijing necesita que Rusia cubra, al menos parte de su inmenso apetito de hidrocarburos, para mantener una alta tasa de crecimiento. Busca, a su vez, apuntalar una relación cordial con Moscú que difiera el posible enfrentamiento entre las dos naciones hasta las calendas griegas. Aceptará avances rusos en el Medio Oriente, siempre y cuando Moscú permita que China establezca una relación más estrecha con los países de Asia Central -a los que Moscú denomina su “exterior cercano”-que poseen una enorme riqueza petrolera. Será interesante ver cómo avanzan chinos y rusos sus piezas. En este último choque de una confrontación centenaria, ¿ganará el Go o el ajedrez?
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.