Lo que la URSS vio en el golpe chileno

Los sucesos del 11 de septiembre de 1973 fueron seguidos con interés por la intelectualidad soviética que se empeñó en encontrar los “errores” de la vía pacífica al socialismo.
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La violencia y el alcance del golpe de Estado militar que acabó con el gobierno popular chileno dieron al fracaso de la Unidad Popular una resonancia múltiple. Para la Unión Soviética, varios de estos ecos deben haber sido sorpresivos e importantes. El impacto del 11 de septiembre de 1973 en la oleada militar cada vez más dominante en Latinoamérica hacía imposible despachar la caída de la Unidad Popular como “un periodo de declinación” o “un revés temporal” de “la lucha de liberación nacional” en Chile o en el continente. La desaparición virtual del más poderoso Partido Comunista latinoamericano, para no hablar del resto de la izquierda organizada en Chile, debió haber ido mucho más allá de los peores presagios soviéticos. El golpe chileno obligó al Kremlin a una revaloración doctrinal de “la lucha de liberación” en la región y lo enfrentó a una militarización más que temporal del Cono Sur.

Sin embargo, no fue sino hasta 1974, cuando los principales órganos de información soviéticos

{{Según Leon Guré y Morris Rothenberg, los principales artículos sobre Chile aparecieron en efecto en 74. Estos fueron, un comentario de A. I. Sobolev aparecido en The Working Class and the Contemporary World en marzo-abril de 1974. El siguiente artículo mayor fue escrito por el experto en América Latina del Comité Central del Partido Comunista M. F. Kudachkin en mayo en Questions of the CPSU History. Latinskaya Amerika no publicó nada hasta el primer aniversario de la caída de Allende.}}

 presentaron un análisis completo de la Unidad Popular y recogieron todas las lecciones del fracaso del “experimento chileno”. El análisis soviético giraba alrededor de tres preguntas clave: “¿Qué habían hecho el pueblo, los partidos y el gobierno de la Unidad Popular para prevenir el golpe militar?”, “¿pudieron haber obstruido la intervención militar fascista?” Y sobre todo: “¿la derrota de la Unidad Popular (UP) significaba que la idea de llegar al poder por medios pacíficos no tenía validez alguna?”

((V. Tkachenko, “The Chilean lessons”, en International Affairs, núm. 11, noviembre de 1974, p. 135.))

El caso chileno forzó a los soviéticos a revisar el problema de los medios violentos a través de los cuales una “revolución democrática” puede vencer la resistencia violenta de sus oponentes y encaminarse hacia el estadio socialista. Este punto se convirtió automáticamente en el eje del debate sobre las lecciones de Chile. La conclusión soviética sobre la “violencia revolucionaria” contenía una crítica apenas disimulada al Partido Comunista de Chile (PCCH) y a la UP. Nunca antes había sido expuesta públicamente. El impacto de estas críticas en los partidos de la Unidad Popular en el exilio fue inmediato. El énfasis soviético en la necesidad de diseñar “formas de lucha adecuadas para los fines estratégicos propuestos” y, en consecuencia, la conveniencia de estar preparados para cambiar de formas de lucha, dio coherencia a la visión de esos partidos sobre la “violencia revolucionaria”.

El PCCH fue el primero en emprender la autocrítica. Como lo había hecho Moscú, los comunistas chilenos defendieron la “vía pacífica” como un camino adecuado hacia el socialismo. “Creemos –escribió el exsenador comunista Volodia Teitelboim– que la caída del gobierno popular no elimina (la posibilidad de una revolución pacífica) a la que Lenin denominó rara, pero extremadamente valiosa.”

{{Volodia Teitelboim, “For the complete independence of our America”, en World Marxist Review, vol. 18, núm. 9, septiembre de 1975, pp. 11-12.}}

 Reconoció, sin embargo, que la UP había descuidado el factor fuerza entendido como la fuerza material y capacidad de movilización de las masas. Teitelboim afirmó: “la experiencia de la Unidad Popular […] mostró que un gobierno revolucionario no puede consolidarse si carece de los medios para repeler ataques armados contrarrevolucionarios”. Haber “absolutizado” la validez de la “vía pacífica” había impedido a la UP llegar a controlar el poder. La conclusión final fue que “la experiencia de Chile es un recordatorio de la importancia de defender las ganancias revolucionarias, de la necesidad de cambios rápidos en las formas de lucha, de la habilidad de enfrentar a la presión reaccionaria con la revolucionaria”.

La conclusión de Moscú sobre el problema de la “violencia revolucionaria” en un proceso de transición pacífica al socialismo fue, en consecuencia, que la Revolución chilena había sido derrotada porque no contó “con fuerzas armadas del pueblo verdaderamente revolucionarias”: milicias obreras y grupos de combate armados de socialistas y comunistas.

((V. Kudachkin, en Voprosy Istorii KPSS, núm. 5, mayo de 1974, p. 115.))

El cambio doctrinal había sido notable. Entre 1970 y 1973, Moscú había aconsejado a los comunistas chilenos aplicar una estrategia conciliatoria y oponerse a aquellas organizaciones en las que se sustentaba el “poder popular”. Para mediados de la década el énfasis cayó, por el contrario, en la necesidad de fortalecer ese poder popular para defender con las armas los “triunfos revolucionarios”.

El problema de la ausencia de capacidad defensiva del “experimento chileno” estaba naturalmente ligado al marco que la Unidad Popular había elegido. Los analistas soviéticos comentaron ampliamente este punto. Para ellos, el gobierno de Allende había cometido “uno de los errores más graves al sobrestimar la naturaleza democrática del sistema estatal chileno y al fallar para tomar a tiempo medidas para transformarlo. El movimiento revolucionario no puede tomarse el riesgo de perder de vista el hecho de que las instituciones herederas del viejo régimen tienen un carácter de clase […] y que el desarrollo de la democracia inevitablemente implica una lucha para cambiar la naturaleza de clase del Estado”.

((Ibidem, p. 135.))

Parecía evidente, aun a publicaciones extranjeras, que, para 1974, la URSS estaba convencida de que Allende había contemporizado con “los procesos constitucionales, cuando debió haberlos hecho a un lado”.

{{“The CIA: Time to come in from the cold”, en Time, vol. 104, núm. 14, 30 de septiembre de 1974, p. 17.}}

 En suma, que “la creatividad revolucionaria de las masas –y sin ella una revolución real es impensable– no puede ser ‘asimilada’ deliberadamente a la legalidad burguesa”.

((Kiva L. Maidánik, en Leon Gouré y Morris Rothenberg, Soviet penetration of Latin America, University of Miami, Center for Advanced International Studies, 1975, p. 115.))

El haber convertido la legalidad “en un fetiche” había permitido a la oposición frenar el programa popular. El Parlamento saboteó al gobierno ayudado por los órganos judiciales de tal forma que, para junio de 1973, “la coalición de la Unidad Popular estaba paralizada”.

((V. Tkachenko, op. cit., p. 135.))

La crítica soviética al “experimento chileno” profundizó en consecuencia, hasta sus raíces, al poner en duda los supuestos mismos del programa de la Unidad Popular. En este sentido, su postura coincidió con la de los detractores más radicales entre los excomponentes de la UP que cuestionaron la posibilidad de la vía pacífica al socialismo dentro del marco legal burgués a principios de los setenta. Para ellos, la izquierda chilena se había equivocado al interpretar el triunfo de Salvador Allende como una prueba de la fuerza del Estado democrático burgués que había permitido la llegada al poder de quien quería destruirlo. A su parecer, la elección de Allende y el golpe de septiembre eran en realidad una prueba del “estado comatoso del régimen chileno” y de que la creencia en la flexibilidad del marco burgués era un mito.

Para los soviéticos el primer y más grave error de Allende fue no haber demolido el viejo aparato estatal lo más velozmente posible. Por el contrario, la Unidad Popular “había creído tontamente que todas las clases y los elementos del Estado observarían las normas constitucionales: debió haber destruido las instituciones existentes y no esperar a ser destruida por su lealtad hacia ellas”

{{R. Legvold, “The nature of Soviet power”, en Foreign Affairs, vol. 56, núm. 1, octubre de 1977, p. 333.}}

 Chile confirmó la doctrina comunista esencial de que el asunto clave en cualquier revolución es “el control completo del poder”.

((M. Cantero, “The role and character of external factors”, en World Marxist Review, vol. 20, núm. 8, agosto de 1977, p. 31.))

En contraste con los eurocomunistas, que habían tomado a Chile como un modelo posible de pluralismo político en un Estado comunista, los comentaristas soviéticos visualizaron al pluralismo que la UP había mantenido como un obstáculo a vencer. El marco pluralista del “experimento chileno” había obstruido la labor del gobierno en dos sentidos. En primer término, el respeto del gobierno por el pluralismo resultó en el fortalecimiento continuado de la oposición. En segundo lugar, el pluralismo dentro de la UP había bloqueado el diseño y aplicación de una estrategia coherente y unificada. A diferencia de los eurocomunistas, los observadores soviéticos resaltaron, como una lección más de Chile, la inconveniencia de construir alianzas de organizaciones con visiones políticas tanto a la derecha como a la izquierda de los comunistas. Pero el problema clave había sido el papel menor que habían jugado los comunistas chilenos. El Partido Comunista de Chile no había podido convertirse en “la vanguardia revolucionaria” y había sido culpable en gran parte “del daño que había causado a la Unidad Popular la falta de una dirección unitaria”.

((A. Atroshenko, “The socio-economic model of Chilean fascism”, en International Affairs, núm. 2, febrero de 1978, p. 51.))

El pobre desempeño de los comunistas chilenos reforzó la tendencia en la doctrina soviética a revaluar el papel de los partidos comunistas en “las luchas de liberación nacional” en los países en desarrollo. A mediados de los setenta, parecía ya claro que el sacrificio de los partidos comunistas locales para conseguir favores de los gobiernos respectivos, como había sucedido en Egipto, era una política equivocada. Para fines de 1974, el consenso aparente entre los observadores soviéticos era que Chile era una prueba de la necesidad de que los partidos comunistas jugaran un papel más importante en los procesos revolucionarios. Los partidos comunistas debían volver a ser la “vanguardia revolucionaria”. El experimento chileno había mostrado que, “cualquiera que sea la dirección que tome el proceso, la hegemonía del proletariado y el liderazgo de su vanguardia son los factores cruciales”.

((M. Cantero, op. cit., p. 31.))

Los analistas soviéticos y sus discípulos del PCCH resaltaron “el aislamiento de la clase obrera” como “una de las principales causas de la derrota del gobierno popular”.

{{ V. Tkachenko, op. cit., p. 136.}}

 El gobierno popular había aplicado una política errónea respecto a los obreros: Allende había sido incapaz “de explicar a su base trabajadora que la revolución significaba no solo logros sino también dificultades”.

{{R. Lavretsky, citado en Roger Hamburg, “The lessons of Allende”, en Problems of Communism, vol. xxvii, núm. 1, enero-febrero de 1978, p. 75.}}

 No era difícil inferir las implicaciones de estas críticas. El economicismo y las divisiones del proletariado chileno habrían podido ser evitados si el gobierno hubiera mostrado mayor fuerza y decisión en la orientación del proletariado.

Sin embargo, el factor más importante en el fracaso del “experimento chileno” había sido, a fin de cuentas, el ejército. El golpe modificó la visión de Moscú sobre las fuerzas armadas latinoamericanas. La URSS dejó de enfatizar la importancia de los “sectores patrióticos” dentro de ellas.

Frente a Chile, la posición soviética osciló entre el optimismo con que Moscú recibió la colaboración del ejército con el gobierno entre 1970 y 1972, y el pesimismo posterior a marzo de 1973. El golpe de septiembre dio un carácter “urgente” al análisis del desempeño de las fuerzas armadas frente a Salvador Allende.

{{S. Gonionsky, “Latin America and the Chilean tragedy”, en Izvestia, 5 de diciembre de 1973. The CD of the SP, vol. XXV, núm. 49, 2 de enero de 1974, p. 20.}}

 Los soviéticos extrajeron una primera lección: la Unidad Popular había cometido un grave error al permitir que el ejército mantuviera lazos estrechos con Estados Unidos. Los eventos chilenos eran una demostración elocuente “de la forma determinante en que los enemigos de la independencia latinoamericana se (estaban) apoyando en el militarismo”,

{{Idem.}}

 así como de los peligros de la actividad del Pentágono en la región. “La práctica ha demostrado –escribió un articulista de Soviet Military Review– que, para asegurar el apoyo del ejército para las ideas y metas del movimiento de liberación nacional, es importante eliminar las consecuencias del pasado colonial y acabar con la dependencia de los imperialistas en los terrenos de armamentos, especialistas militares y entrenamiento de oficiales.”

((Capt. A. Skrylnik, “A Revolution must be able to defend itself”, en Soviet Military Review, núm. 10, octubre de 1973, p. 6.))

El consenso general era que el gobierno chileno había mantenido una actitud pasiva, casi una no política frente a las fuerzas armadas. La Unidad Popular no tenía ningún programa para incorporar a los militares con “inclinaciones democráticas” a las reformas sociales y “el trabajo en las filas del ejército” fue “extremadamente débil”.

{{I. N. Zorina y I. F. Kariakin, “A political chronicle of the Chilean revolution”, en Latinskaya Amerika, núm. 5, sept.-oct. de 1974, p. 53.}}

 Los comentaristas soviéticos tenían, no obstante, todavía en 1974, pocas recetas concretas sobre qué pudo hacer la UP en este campo. El asunto era muy complejo, porque, como apuntó un comentarista de la URSS, el problema central no era el ejército per se sino la cuestión de los estratos medios que formaban la base social de la oficialía chilena. El fracaso en atraerse a las clases medias como un todo significó igualmente la derrota de Allende para constituir un centro de poder real en el ejército.

((A. F. Shul’govskii, “The Armed Forces of Chile: From apoliticism to counter revolution”, en Latinskaya Amerika, nov.-dic. de 1974, pp. 39-42.))

En suma, el problema de las relaciones entre el ejército y un gobierno determinado a avanzar por la vía pacífica al socialismo dentro del marco de la legalidad burguesa y respetando sus instituciones demostró ser muy complejo. En la visión soviética, esta problemática quedó ligada a la cuestión de la “violencia revolucionaria”, porque Chile había demostrado “que la reacción utiliza sin titubear a las fuerzas armadas cuando ve amenazado su dominio sobre la sociedad”.

{{B. Ponomarev, “The world situation and the revolutionary process”, citado por L. Gouré y M. Rothenberg, p. 117.}}

 Los revolucionarios no deben contar con el apoyo automático de los militares, sino ganarlos para su causa. A los ojos de Moscú la UP había “inventado la ilusión de que elementos clave como las fuerzas armadas eran neutrales y apolíticos, se encontraban por encima de la lucha de clases y comprometidos a defender la Constitución por más intensas que fueran las contradicciones sociales”.

((R. Legvold, op. cit., pp. 333-334.))

Cinco años después del golpe, la Unión Soviética había recogido todas las lecciones que podían extraerse del fracaso del “experimento chileno” y que fueron resumidas elocuentemente por la revista moscovita International Affairs: “Los desarrollos en Chile testifican, primero y antes que nada, la validez de los principios marxistas-leninistas de que las clases explotadoras no ceden su poder voluntariamente, sino que, por el contrario, luchan por todos los medios para mantenerlo. También confirman el papel dirigente de la clase obrera y la necesidad de implementar una política de uniones amplias y flexibles, y demuestran que un liderazgo homogéneo, firme y unificado de las fuerzas de la coalición antiimperialista es esencial. Los eventos en Chile comprueban claramente que los movimientos revolucionarios no rechazan ninguno de los caminos democráticos al poder, pero que deben al mismo tiempo estar plenamente preparados para defender las ganancias democráticas con las armas.”

{{A. Atroshenko, op. cit., p. 51 [subrayados míos].}}

 Para Moscú, las “fuerzas revolucionarias” en Chile habían sufrido una derrota, pero, como Lenin había escrito alguna vez, esta había enseñado “una lección de dialéctica histórica en el entendimiento de la lucha política y en el arte y la ciencia de lanzar y desarrollar la lucha”.

((V. Tkachenko, op. cit., p. 136.))

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Fragmento editado de La Unión Soviética en América Latina. El caso de la Unidad Popular chilena, 1970-1973, publicado en 1984 por El Colegio de México.

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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