Me avisaron de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara que había sido elegido para recibir el “Homenaje nacional de periodismo cultural Fernando Benítez”. La elección la hacen quienes lo han recibido con anterioridad.
Quizás sea en reprimenda por haber escrito alguna vez una burla contra la adicción que tiene México a los homenajes. Algo abochornado (y guardando las proporciones) opté por seguir el consejo que le dio Ananda Mai a Octavio Paz cuando le preguntó si debía aceptar un premio. Como respuesta, la sabia le lanzó una naranja que Paz atrapó al vuelo. Luego le dijo: “Sea humilde y acepte ese premio. Pero acéptelo sabiendo que vale poco o nada, como todos los premios. No aceptarlo es sobrevalorarlo, darle una importancia que no tiene… El verdadero desinterés es aceptarlo con una sonrisa, como recibió la naranja que le lancé… El desinterés es lo único que vale”.
Los organizadores me preguntaron:
¿Qué significa para usted recibir este homenaje que lleva el nombre de Fernando Benítez?
Bueno, pues significa que mi fantasía de ser escritor marginal fue derrotada. También es la prueba de que en México el mérito se está democratizando. Homenaje es una palabra que ha logrado vaciarse de significado en México, ¿no?, o llenarse de tantos que ya se colapsó en ruido. En fin, teahorro los lugares comunes sobre mi estupefacción, mi agradecimiento o, peor aún, sobre mi modestia, esa virtud hecha de pecados. Que se llame “Fernando Benítez” me cae bien, porque Fernando fue mi cuate y nos divertimos mucho.
¿Cuál fue su primer acercamiento con el periodismo cultural y cómo fue que decidió dedicarse a él?
Empecé haciendo reseñas, como todo mundo, hace mil años, en la Revista de la Universidad de México y otras revistas y suplementos, Nexos, el suplemento de Siempre! de Monsiváis. Luego Fernando y Huberto Batis me encargaron una columna en el suplemento sábado del unomásuno. Tenía que escribir sobre teatro, lo que era terrible, pues había que ir al teatro. A veces inventaba obras y hasta teatros que no existían. Fernando declaraba solemnemente “¡Iré a ver esa esencial puesta en escena, hermano!” y me pagaba y ya. Porque no es que me haya decidido a nada: necesitaba ganar dinero. Ya después Fernando me dejó escribir sobre lo que me diera la gana. Y luego estuve a cargo de la Revista de la Universidad unos años, y fundé Pauta con Mario Lavista, y luego publiqué en más y más revistas y, sobre todo, en Vuelta, la revista de Octavio Paz y ahora en Letras Libres.
¿Cómo ha combinado su carrera en el periodismo cultural con su trayectoria como escritor?
Bueno, más que a periodista cultural o a escritor, yo en realidad me dedico a realizar investigación académica. Estudio y escribo sobre historia de la poesía mexicana en la UNAM, y dirijo un proyecto y hago libros académicos muy serios y sesudos. Mi carrera es esa. Y en mis ratos libres he seguido escribiendo crónicas y crítica. En fin, que el hábito hizo un monje.
Inteligencia y humor están presentes en sus colaboraciones periodísticas. ¿Cómo se llevan el humor y el periodismo cultural?
Siento que estás definiendo a Mark Twain o a Tom Wolfe, no a mí. Pero en fin, reconozco que escribo con excesivo mal humor. Por otro lado, el humor y el periodismo, y no sólo el cultural, se llevan muy bien. Tengo debilidad por el humor en el periodismo, sobre todo el involuntario. El humor involuntario en México es parte de la canasta básica, y no excluye al periodismo. Por otro lado, supongo que estoy condenado a arrastrar esta etiqueta del humor, pero dudo que me sometan a este homenaje por su culpa, o sólo por eso. También hago comentarios periodísticos serios sobre asuntos serios.
¿Cuál considera que es el estado actual del periodismo cultural en México?
En México ha habido buen periodismo cultural porque, como en todo el mundo, fueron los grandes escritores quienes inventaron el periodismo, de Lizardi a Octavio Paz. Claro que a Jorge Cuesta, por ejemplo, la catalogación le habría parecido rara, y habría dicho que no era periodista cultural sino un escritor que publicaba en diarios o revistas. Me imagino que muchos escritores de hoy dirían lo mismo. Por lo que me toca, y guardando las proporciones, me siento incómodo con ese saco de mangas muy largas y cuello muy ancho y que no sé quién me puso. Quizás tiene que ver con que, como ha explicado Gabriel Zaid, los que construyeron la casa de la cultura la perdieron al periodismo, que es como el okupa de esa casa en la que ahora la cultura vive arrimada. Y al periodismo lo mueven intereses diferentes a los que mueven la inabarcable cantidad de productos que hoy se agrupan bajo el rubro “cultura”. Creo que fue Wilde el que dijo que la tarea principal del periodismo es preservar la ignorancia de sus lectores. Yo aprecio a un puñado de articulistas y reseñistas, pero las secciones culturales no me interesan: son superficiales, no hay escritura, es un desfile de modas para las buenas conciencias, la pasarela de los plagiarios, el escándalo o el sentimentalismo, en fin. Sobre el cine y la tele y el internet y eso, lamento no decir nada porque no sé nada.
En su opinión, ¿para qué sirve el periodismo cultural en un país como el nuestro?
Ya sé que, en teoría, el periodismo cultural sirve para atraerle consumidores a los productos de la cultura. Pero los índices de lectura en México dirían que, por lo que atañe a los libros, que es lo que me interesa, esa tarea no funciona. Es una pena, pero no hay indicios que permitan una respuesta más optimista. La idea de que la clase media iba a leer y a demandar cultura y a ilustrarse y a refinarse críticamente se estrelló en el puesto de dividís de la esquina. ¿Y si en lugar de respuesta te doy bibliografía? El ensayo de Zaid que ya te mencioné, que se titula “Periodismo cultural” y que está en línea. Luego, un cuento de Alejandro Rossi que se llama “El botón de oro” que forma parte de su libro Un café con Gorrondona. Es genial, e ilustra mejor que nada las complicidades que rigen el asunto. Y por último, el ensayo de Monsiváis, “Del periodismo cultural”, que también estará en línea. Monsiváis observa el pacto de mutua necesidad entre la cultura y su burocratización. Porque hoy en día no hay municipio en México, ni dependencia oficial de cualquier orden de gobierno, ni dependencia universitaria, que carezca de oficina de difusión cultural. Y entonces, claro, se necesita que la prensa divulgue su labor y genere réditos para los funcionarios.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.