Todo iba muy bien, o por lo menos bien. En fin, que no iba mal, o por lo menos no tan mal… Marcelo Ebrard, a pesar de todo –del clientelismo desaforado, de sus nulas posibilidades de triunfo–, me parecía una alternativa de izquierda para las elecciones de 2012.
Pero… ¿cómo podría votar por alguien que revive el desfile posterior al informe de gobierno? ¿Ese desfile que, durante décadas, fue la imagen más hipócrita del autoritarismo?
¿Cómo se le ocurrió resucitar ese narcisista estilo tlatoani, con todo y Marcha de Zacatecas? ¿La lenta caravana triunfal del Mandón bajo el estúpido confetti que –se supone– arroja espontáneamente el pueblo entusiasmado? ¿La mano que significa Todo es por y para ustedes? ¿Los guaruras chambelanes que cuidan al Gran Guía de los excesos cariñosos de los acarreados que dicen no ser acarreados?
¿Qué acaso no vivió Ebrard durante décadas ese insulto ritual al republicanismo? ¿No vio durante décadas en ese desfile la ilustración de la idea enervante que masculla
este pueblo no sabe
México ciego sordo y tiene hambre
la gente es ignorante pobre y estúpida
necesita obispos diputados toreros
y cantares que le digan:
canta vota reza grita,
necesita
un hombre fuerte…,
como escribe Jorge Hernández Campos en “El Presidente”?
¿Qué acaso no escuchó Ebrard la frase final de su propio informe: “la izquierda es otro rumbo para México”?
No me lo explico.
Aunque supongo que él sí…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.