1.
La prensa estadounidense se refiere a BP como una “compañía petrolera con sede en Londres”. No sólo no se le identifica como una compañía extranjera, sino que ni siquiera se refieren a ella como una empresa “británica” (algo que evidentemente es). A Transocean, en contraste, se refieren como una “compañía suiza”. (Transocean es una compañía estadounidense cuya base principal está en Ginebra por razones fiscales.)
Este trato mediático dice mucho acerca de lo que yo llamaría la narrativa petrolera de un país; en este caso, de los Estados Unidos. El público en Estados Unidos es indiferente a la nacionalidad de las compañías petroleras que operan en sus aguas del Golfo de México (hay ahí compañías de unos veinte países). El público exige, tan sólo, que sean empresas competentes, productivas, seguras y que protejan el medioambiente.
Tras el derrame, el público estadounidense y el Congreso están a disgusto por varias razones: Primero, porque el operador de la plataforma no añadió tecnologías extra de seguridad a sus medidas estándar; segundo, porque la compañía no pidió esas tecnologías; tercero, porque el Servicio de Administración de Minerales (Minerals Management Service) fue influido por BP y otras empresas para que no exigiera de ellas el uso de un equipo de medio millón de dólares como parte del paquete de seguridad estándar; y por último, por el daño ecológico masivo y las pérdidas comerciales que este derrame entrañan.
En México existe una narrativa petrolera muy distinta. Uno puede imaginar que la plataforma sufriera el mismo accidente pero en aguas territoriales mexicanas. Entonces el público diría que esas compañías “extranjeras” siempre buscan atajos legales cuando se trata de reglamentos de seguridad y protección al ambiente.
2.
La prensa estadounidense llama a este “el peor en la derrame en la historia de la industria petrolera” y lo compara con el derrame del Exxon Valdez en 1989.
El mote de “peor derrame petrolero” no puede medirse solamente a partir de la cantidad de petróleo vertido, sino que también hay que tener en cuenta los costos más amplios. Por costos más amplios me refiero al efecto en el medio ambiente y en la economía.
Es muy posible entonces que, bajo estos parámetros, el derrame actual de BP/Transocean tenga un impacto económico mayor que el derrame del IXTOC I [1], aun cuando el número de barriles perdidos sea menor.
Además, quizá podamos sacar algún aprendizaje de este accidente, de la misma forma que en México se aprendió del IXTOC I. ¿Será sólo por azar que no ha habido un derrame de esa magnitud en aguas territoriales mexicanas desde hace treinta años? ¿O será más bien que se han implementado reglamentos de seguridad, revisiones técnicas y protocolos de protección ambiental con mucha mayor acuciosidad?
De hecho, el récord ambiental de Pemex siempre ha sido mejor en sus plataformas que en tierra, donde las fugas y los derrames de las tuberías son una constante.
Un resultado positivo de todo esto puede ser que se establezca un requerimiento que añada otro nivel de redundancia al control de la válvula BOP (encargada de prevenir estallidos).
Una observación de carácter distinto concierne al éxito de BP al hallar ese yacimiento en un principio. Era un pozo exploratorio en el que se hallaron volúmenes comerciales. BP estaba en el proceso de cerrar el pozo con vistas a un desarrollo futuro: estaba ya establecido que la plataforma dejaría el sitio en unos días.
En el Golfo de México, Pemex ha perforado ocho o nueve pozos de aguas profundas sin encontrar ningún manto de volúmenes comerciales. ¿Qué nos dice este hecho? No hay una única respuesta:
a) ¿No existen estos volúmenes en áreas profundas mexicanas?
b) ¿Pemex carece de tecnologías de las que BP y otras compañías sí disponen?
c) ¿BP y sus socios (Anadarko y Mitusui) entienden mejor la geología regional del Golfo de lo que Pemex lo hace?
Lo único claro en lo referente a este último punto es que el entendimiento de la geología regional mexicana sufre debido al ritmo tan lento de perforación exploratoria practicado en el país. México requeriría veinte pozos en aguas profundas en un año, no ocho o nueve pozos a lo largo de ocho o nueve años. Por esto, otro de los beneficios –indirecto, sin duda– de este derrame puede ser que el gobierno mexicano decida tomarse en serio el proceso de cambio de la narrativa petrolera, que sólo mira hacia dentro.
3.
El derrame también sugiere que la lentísima interacción de diez años que ha caracterizado a la diplomacia y las iniciativas del Departamento de Energía de Estados Unidos, la SRE y la Secretaría de Energía Mexicana debe cambiar. Supongamos que los vientos y las corrientes lleven el petróleo a aguas mexicanas, ¿hay un plan bilateral de emergencia establecido? ¿La marina estadounidense tendría permiso de entrar en aguas mexicanas para ayudar con las labores de contención del derrame? ¿La marina mexicana tendría el mismo permiso en el caso contrario?
Lo que sabemos es que no hay un tratado bilateral para la explotación de los mantos que rebasan las fronteras, y ni siquiera se ha hecho público un borrador de tal tratado.
Sabemos también que, en enero de 2011, la moratoria de diez años impuesta a la perforación petrolera en la frontera marítima entre Estados Unidos y México expirará. Cuando llegue esa fecha no se habrá logrado nada sustancial que prepare a Pemex –ni legal, ni administrativamente– para emprender proyectos con empresas internacionales.
– George Baker
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[1] El derrame del IXTOC I sucedió en junio de 1979, duró nueve meses hasta que fue controlado en Marzo de 1980. La profundidad del agua era de 200 pies y el ritmo de desperdicio fue 30,000 barriles diarios, en una mancha que empezó en Campeche y terminó en la costa de Texas. Al final, se estima que se perdieron unos 3.5 millones de barriles (el equivalente a 10,000 barriles diarios).