En las gradas de un estadio de futbol hay una obvia necesidad de confiar, de creer, de atreverse a caer de espaldas con la certeza de que alguien estará ahí para sostenernos.
Y en la cancha, hasta antes del sábado 5 de septiembre en Costa Rica, había la sensación de que no confiábamos más que en lo imposible, de que no creíamos más que en lo que no estaba, de que nos lanzaríamos de espaldas y nos golpearíamos otra vez. Pero igual nos lanzábamos, creíamos, confiábamos en la selección mexicana de futbol aunque los argumentos no lo recomendaran.
Decía el pensador italiano Antonio Gramsci que “el pesimismo es un asunto de la inteligencia; el optimismo, de la voluntad” y no resulta casual que este intelectual marxista haya descrito al futbol como el “reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”. Esa lealtad humana, ese afán de pertenencia a una tribu, esa devoción por unos colores es quizá lo que nos hace llegar al estadio vestidos de verde, algunos con la cara pintada, y reemplazar por completo el juicio racional por la emoción: basta de razonar, porque eso conlleva pesimismo; limitémonos a creer y en noventa minutos ya se verá.
Durante el cotejo contra Costa Rica, por primera vez en mucho tiempo, disfrutamos de esa confianza. Hasta antes, era más amor que fe: el equipo generaba pocas ocasiones de gol y no aprovechaba casi ninguna; al jugar de visita, la mejor de las apuestas era el empate; sin personalidad, perdíamos también la dignidad deportiva.
Javier Aguirre tiene gran parte del mérito de que se haya recuperado el aplomo, la vergüenza, el carácter, la coherencia. Cuauhtémoc Blanco posee otro tanto al erigirse en jefe de una banda de adolescentes descarados como Giovani, Guardado y Juárez.
Cuesta creer que tres años atrás un fundamentalista de los banquillos se atrevió a catalogar a Blanco como decrépito, como sustancia caduca e inútil; quien fuera visto como viejo para Alemania 2006 hoy es contemplado como indispensable rumbo a Sudáfrica 2010.
No más esperar que una genialidad salve la causa, no más suplicar que una circunstancia del partido genere el gol, no más depender de milagros que casi nunca llegan. Hoy, inteligencia y voluntad parecen marchar, mano a mano, rumbo al optimismo; en las gradas, donde tanta necesidad hay de creer, resurge la confianza que de momento no encuentran argentinos y franceses, por citar dos selecciones que se han complicado mucho su pase al Mundial.
Sin embargo, cuando más creemos es cuando debemos guardar mayor prudencia: no olvidemos que el Tri ha goleado a un rival que siempre ha sido más débil y que todavía son muchos los demonios que exorcizar, empezando por el sueño de llegar a cuartos de final en un Mundial disputado fuera de casa.
– Alberto Lati
Corresponsal que intenta usar el deporte como metáfora para explicarse temas más complejos.