Del Salon du livre en París saco el siguiente balance. México se midió con el baremo público de una cultura no hispanohablante. El resultado es positivo, tanto en términos económicos como en la aceptación de los lectores franceses. En la historia del Salon, México ha sido el país que más ha vendido después de Israel, la edición anterior. Habría que medir la afluencia de turistas franceses este año en tierra nacional, e investigar qué impacto pudo haber tenido el Salon en ellos.
El nombre de México se propagó los días pasados febrilmente en la prensa, la publicidad, los quioscos, noticieros y en las conversaciones cotidianas. Algunas publicaciones tiraron suplementos especiales sobre nuestro país. La visita previa de Sarkozy y Carla Bruni había atrapado de antemano la atención pública y mediática. Incluso la polémica alrededor del caso de Florence Cassez quedó entre paréntesis estos días, aunque por todos lados se veía un semanario con su foto en la portada.
A los autores invitados se les presentó la oportunidad de dialogar con sus lectores franceses y mexicanos residentes allá. Fue también ocasión para volver los ojos hacia sí mismos y reflexionar sobre su trabajo, método, alcance y sobre la repercusión de sus letras en un contexto –insisto– no cotidiano, internacional. El Salon fue una oportunidad momentánea para hablar acerca de la literatura mexicana en una geografía y lengua extranjeras, y para medir las traducciones a dicha lengua.
Sin embargo, el formato elegido por los organizadores de charlar con cada autor convierte expresiones del tipo “En mi obra”, “En mi novela”, “En mi libro” en muletillas que, aderezadas con un mínimo de fatuidad, cansan. El Salon fue, por tanto, también una feria de vanidades. Porque no se está de balde en París. Acá un autógrafo, allá unas fotos, aquí la adulación, acullá el vítor que se antoja exagerado… Río entre dientes cuando, cerca de mí, un autor que quiere pasar desapercibido desentierra su propia novela de entre otras para que al frente se vea mejor…
Intenté resolver una duda que me asaltó desde el principio. Aceptada la atención francesa por la literatura mexicana, quise saber si provenía de la literatura misma –por su calidad, por sus autores, por sus temas y manejo del lenguaje, por su innovación– o si, por el contrario, era una traslación del folclor y exotismo generales que tiene el concepto México en el imaginario francés. Según conté ya, me dijeron que se trata de un interés por la literatura en sí; pero me temo que habrá que analizar la cuestión con mayor detenimiento, pues no estoy tan seguro.
Por lo demás, el Salon parisino da la impresión de ser revisionista y con ello quiero decir que le interesa mucho más –por no decir casi exclusivamente– lo hasta entonces conseguido y lo ya impreso, a diferencia, por ejemplo, de la Feria de Londres o la de Frankfurt, que tienden a ser más propositivas, diseñando tendencias, abriendo nichos nuevos, presentando nuevos panoramas. Dos ejemplos. Primero: el Sony Reader, recientemente presentado, pasó sin pena ni gloria, creo que con justicia, porque no ofrece algo convincente, pero incluso faltó esa crítica. Segundo: eché de menos ¡en el país del mismo Diderot! la discusión acerca de los proyectos omnívoros de Google, Book Search y News Archive Search, y su intención de convertirse, también, en editorial. El Salon du livre está decididamente vertido hacia atrás, no volcado hacia adelante.
– Enrique G de la G
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Corrigenda:
1. Se trató del 29º Salon du livre, no del 30º.
2. México fue el primer país latinoamericano invitado al Salon, no el primero hispanohablante. En 1992 fue España.
Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.