El Madrid de las estrellas

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     Enclavada en un sitio privilegiado de la ciudad, se eleva majestuosa una suerte de ave colosal diseñada para albergar, en un futuro cercano, la presencia de verdaderas estrellas mediáticas del firmamento internacional. La cantera española no se queda atrás y podrá también exponer su valía, siendo arte y parte del gran espectáculo ofrecido por la ciudad a sus habitantes. Gracias a la venta de camisetas y demás objetos de merchandising firmados por los galácticos las ganancias están aseguradas, y se da casi por sentada su inserción en los mercados de Asia y Estados Unidos, donde la pasión por tan excepcionales figuras no deja de crecer día tras día. Si bien estos eventos no son aún televisados en directo, debido a pequeños flecos que se solucionarán más temprano que tarde, es posible presagiar que esta magnífica obra de la arquitectura contemporánea será inaugurada por su majestad la reina Sofía.
      
     El museo como parque temático
     ¿Florentino Pérez ha decidido trasladar el Santiago Bernabéu unas calles más allá de Chamartín? ¿La Paramount Pictures deja Hollywood y se instala definitivamente en Madrid? Por supuesto que no. En la Ronda de Atocha lo que se eleva con forma de pájaro gigante es el faraónico proyecto de ampliación del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, obra del arquitecto Jean Nouvel.
     Como subraya Vicente Verdú en El estilo del mundo, en el capitalismo de ficción —fase del sistema capitalista en la que nos toca vivir una vez desechadas las de producción y consumo— la ciudad ha dejado de ser contenedor para convertirse, ella misma, en objeto de la producción y el consumo, desplegándose a la manera de un escenario teatral urbano, con su escenografía iconoclasta, sus actores de reparto y sus detrás de bambalinas. Porque tú lo vales, entonces, ¿qué mejor forma de autopromoción y exaltación de las virtudes de Madrid que la ambiciosa ampliación de uno de sus centros de arte más emblemáticos y representativos?
     Y es que la construcción de un nuevo museo o la ampliación de uno antiguo supone grandes ventajas a la hora de consolidar la marca publicitaria de una ciudad. Aprovechando entre otras cosas que la idea de museo nunca ha remitido a lo comercial, por lo que resultará imposible tachar de especulador o tránsfuga al ayuntamiento contratante ya que de amor al arte se trata, la construcción se utiliza a modo de impacto promocional de la ciudad, a modo de suceso para llamar la atención de sus ciudadanos y visitantes.
     A través de este efecto especial el museo se transforma en marca publicitaria de la ciudad que lo cobija —el caso más paradigmático es tal vez el Guggenheim de Bilbao—. Pero el museo también transforma su propio valor de uso. En efecto, sin ir más lejos las obras de ampliación del Reina Sofía están pensadas sobre todo para facilitar el paseo de sus visitantes, para orientar su errante deambular, con una gran plaza abierta semejando un inmenso meeting point de 3.500 m2 en su centro de gravedad, síntomas evidentes de que el museo actual se retracta de su vieja función pedagógica e instructiva y pasa a convertirse en un parque temático o en un centro comercial más, doble transformación de su valor acorde con los trepidantes tiempos que corren hacia ninguna parte.
     Ya no importa tanto el valor patrimonial de su fondo de arte, o que en sus paredes se exponga una pintura inédita de Dalí, Miró o Juan Gris. Lo que ahora mide la categoría universal de un museo es el número de personas que lo visitan por segundo, la presencia de un pintor del siglo xix cuya obra Christie’s o Sotheby’s ha valuado en millones de dólares convirtiéndolo en multimillonario retirado, o la cantidad de tazas de té que vende con el toro del Guernica que Alejandro Sanz se tatuó en el brazo para inspirarse mejor.

La insoportable levedad de la arquitectura
     Organizada en torno a la plaza central, a la vez espacio privado del museo y espacio apto para todo público, panóptico desde donde pueden verse las tres salas acristaladas que lo componen —biblioteca, sala de exposiciones temporales y auditorio— y en la que confluyen todas las miradas posibles, la ampliación del Reina Sofía supone una apuesta por la arquitectura liviana y transparente, marca de la casa Jean Nouvel.
     A los pesados teléfonos o paraguas negros del capitalismo de producción siguieron las superficies de acero inoxidable y brillante del capitalismo de consumo, pero ahora la realidad se refleja a sí misma en la transparencia de los ordenadores sin cables, las guerras preventivas, los tirantes del sujetador… y los edificios de vanguardia.
     La utilización del acero como columna vertebral de la obra de ampliación del Reina Sofía no implica sólo una cuestión de resistencia de materiales: se trata también de una elección estética. A pesar de lo que pueda pensarse, el acero ofrece una sensación de levedad y movimiento, más aún si se combina con cristales y aluminio en sus acabados. Sin embargo, el material más sofisticado que formará parte de su estructura transparente sale gratis. La luz del sol se incorpora como un elemento vital que modifica el espacio sobre el que se posa, permitiendo sugerentes interpretaciones a medida que nuestro planeta va dando tumbos sobre sí mismo.
     Fomentando la ambigüedad en la milenaria relación público/privado, Nouvel intenta que los espacios diferenciales se diluyan hasta casi desaparecer por completo. Así, por ejemplo, el lector ensimismado puede llegar a verse sorprendido un día por una corte de espectadores curiosos, que desde el otro lado del cristal le animen a pasar página o le aplaudan cuando, ya era hora, termina el capítulo tres. El estudiolo del Renacimiento, ese sitio oculto a los impúdicos ruidos de la transparencia presente, y al que acudía un hombre preocupado por encontrar, en los libros y en el silencio, alguna respuesta a las preguntas más urgentes de su tiempo, ha sido borrado de la faz de la tierra. Y uno de sus enterradores más petulantes es la arquitectura contemporánea.
     Ninguna metáfora podría ser tan indicada, a la hora de describir la sociedad en la que vivimos, como aquella leyenda china en la que el emperador pide al primer pintor de su corte que elimine la cascada que había pintado al fresco en la pared de su habitación, porque el ruido del agua le impedía dormir. Actuando a modo de símbolo de la ciudad, la ampliación del Reina Sofía expulsa de nuestro cuerpo el diablo del malestar y de la cultura, invitándonos a pasear por su recinto artístico-ferial mientras comemos palomitas o compramos la camiseta con el dorsal 23 de Picasso grabado en la espalda blanca.
     Iguales ante la ley, dicen que sí. Pero idénticos ante la arquitectura, eso está claro. –

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