Al primero que conocí fue a Eduardo de Gortari. Me habló con entusiasmo de nombres que en aquel momento no me significaron nada: Luis Arce, Eliud Delgado, Daniel Malpica, Yaxkin Melchy, Aurelio Meza, Iván Ortega López, José Manuel Serrano. Me dijo que junto con ellos formaba parte de un colectivo poético llamado Devrayativa: ¡Santo cielo! Me pasó la dirección de su blog. Me propuse olvidarla de inmediato. Aún la recuerdo: devrayativa.blogspot.com. Luego me tocó escucharlos en alguna lectura. Es decir, verlos echar desmadre (medio ñoño como corresponde a los poetas, pero desmadre al fin y al cabo): chistes privados entre poema y poema, poemas leídos a dos voces, poemas leídos a una voz pero escritos entre dos. Me dieron pena ajena, me dieron ternura, me dieron envidia. Los devras, como se autodenominan en plan cariñoso, se estaban divirtiendo.
Devras, devras, devras… ¿A qué me suena? ¡Ah, sí! ¡Exacto! ¡A infras! La sospecha de un pretendido linaje infrarrealista (o, más bien, realviceralista) se me fue confirmando a medida que los leía. Conseguir sus textos resultó bastante sencillo pues todos ellos tienen blogs. Existe, además, una página del sello editorial que algunos de ellos han creado donde sus libros pueden descargarse en pdf. Esta editorial se llama, oh sorpresa, Red de los poetas salvajes. ¿A qué me suena? ¿Alguien dijo Los detectives salvajes? Entre los libros que descargué hay una suerte de antología de poesía devra, donde en un gesto de apuesta por lo colectivo, ninguno de los poemas está firmado. La muestra se titula Poemas hechos por chicos mexicanos para almas imaginarias. Algo tiene ese título del de la ya mítica antología infra Muchachos desnudos bajo el arco iris de fuego, preparada por Bolaño y Mario Santiago. La antología devra concluye, oh sorpresa (otra vez), con una cita de un manifiesto infrarrealista firmado por Roberto Bolaño. En la misma página puede descargarse también, además de los libros de Malpica, Melchy y de Gortari, un libro del poeta peruano Enrique Verástegui, uno de los fundadores de Hora Zero, un movimiento muy cercano a Mario Santiago y al infrarrealismo.
Creo entender que de los infras, más que una labor de terrorismo cultural, los devras quieren retomar un malestar frente a la poesía “institucionalizada”, una especie de coartada que les permita soñar la posibilidad de una poesía “otra” en México. Pero no, los devras no sabotean lecturas ajenas. Son tímidos, educados y saludan con amabilidad. De Bolaño, más que una escritura, retoman una mirada: la visión nostálgica y poética de la juventud perdida. Lo curioso es que los devras parecen sentir nostalgia de su propia juventud en el preciso momento de su juventud. Porque son jovencísimos. Todos ellos nacidos entre 1984 y 1990 y ya se miran a la distancia. Tal vez todo movimiento poético que tome la bandera de la juventud esté condenado a saberse perdido de antemano, tal y como lo canoniza Ginsberg desde el primer verso de “Howl”: “I saw the best minds of my generation destroyed…” Así, en pasado desde el comienzo. O quién sabe. Tal vez sea cierto aquello de que lo que aparece dentro de un poema, desaparece fuera. Juventud dicha: juventud perdida.
El hecho es que los devras andan en eso. Construyendo una retórica juvenil (con los lugares comunes que ésta conlleva pero también con sus hallazgos) que oscila entre la esperanza y la nostalgia (ah, y también hacen esténciles poéticos), cosa que por otra parte me parece de lo más saludable en un contexto literario donde, salvo excepciones, los poemas suelen parecer escritos por viejitos franceses. Uno de sus mejores frutos es El nuevo mundo de Yaxkin Melchy (quien, junto con Iván Ortega López, me parece de los poetas jóvenes más interesantes) donde retoma los apuntes de clase de la secundaria y los hace delirar. Los devras juegan también con el asunto de la música pop (uno de sus blog se llama, precisamente, Yesterday pop) y sus poemas tienen mucho de canciones y sus libros tienen mucho de discos (Singles se titula el primer libro de Eduardo de Gortari). Hay, de hecho, hasta un par de poemas devras en torno a ese objeto arqueológico llamado casete: no se me ocurre nada más juvenilmente nostálgico.
No es difícil deducir de sus poemas la imagen de unos adolescentes melancólicos. Tengo la sospecha de que estos jóvenes tan sensibles tenían vocación de emos, pero en vez de dejarse crecer el fleco, leyeron a Bolaño y a los infras y se volvieron devras. Es por eso que se les puede ver, al menos por el momento, en La Casa del Lago leyendo poesía y no en la glorieta de Insurgentes correteados por los punks. En fin, en fin. A ver qué pasa.
– Luis Felipe Fabre