Taurus acaba de publicar en español las memorias de André Glucksmann, Una rabieta infantil. ¿Será necesario señalar que no son unas memorias convencionales? Heterodoxo e incómodo, André Glucksmann, verdadero pensador a contracorriente, lleva décadas en el ojo del huracán intelectual francés y europeo, sorteando con ironía descalificativos a diestra y siniestra. Hijo de judíos austriacos, sus padres, pioneros del sueño sionista, emigraron a la Palestina británica, donde se conocieron, enamoraron y casaron. Contra el sentido común, decidieron regresar a Europa en los años treinta. Dejaron Viena ante la inminencia del Anschluss, para refugiarse en Francia. Ahí nace André, en 1937, tercer hijo del matrimonio y único francés de la familia. Tras la invasión nazi, el padre es deportado y muere en un campo de concentración, y la madre se unirá a la resistencia, sorteando la guerra de manera milagrosa. Con la paz, la madre decide emigrar de nuevo y Glucksmann, todavía un niño, dirá su primer “no” al decidir quedarse en Francia.
Muerte, desarraigo, experiencia del mal absoluto, son las marcas de una infancia a salto de mata. Comunista temprano, anarco-maoísta (sí, era posible en aquellos años de sonido y furia vivir dentro de tal oxímoron) en el mayo del 68, rompe con la URSS tras la entrada de la tropas del pacto de Varsovia en Praga, e inicia su travesía en el desierto. Testigo del reecuentro de Jean-Paul Sartre con Raymond Aron, del que es discípulo, al apoyar ambos la petición al gobierno de Valéry Giscard d’Estaing de la concesión urgente de visados para los vietnamitas que huían del vietcong, su empeño central ha sido mirar el mundo sin anteojeras ideológicas, denunciar la fascinación intelectual por los autoritarismos y luchar contra el doble rasero moral. Apologista de la intervención militar en Bosnia para salvar a sus pobladores de la limpieza étnica de Slobodan Milosevic, denunciante de las silenciadas guerras de Darfur y Chechenia, firme luchador contra el antisemitismo, que campa a sus anchas por el mundo entero y que incluye muchas de las críticas de la izquierda europea a Israel, su último empeño ha sido alertar al mundo del riesgo de obviar la dimensión de la amenaza terrorista del islamismo y sus aliados tácitos dentro de occidente.
Una rabieta infantil es un libro escrito desde el presente, que usa la biografía para apuntalar y apoyar tomas de postura incómodas sobre el mundo de hoy. Además, es la crónica de una experiencia vital, desde luego, pero también la bitácora de una vida lectora, sobre todo a través de tres modelos: Baudelaire, Victor Hugo y Mallarmé, cruciales en distintas etapas de su vida.
Una incómoda y provocadora delicia al alcance ya de los lectores mexicanos.
Algunas perlas:
“Rubín, mi padre, creció en los tugurios de un barrio judío, en el seno de una familia que se ganaba la vida recogiendo trapos en los cubos de basura de los barrios buenos y revendiéndolos en los mercados. Sus padres eran tan pobres que se robaban los billetes de tranvía y recorrían barrios elegantes y barrios pobres a pie en incansables recorridos puerta a puerta con grandes hatillos a la espalda.”
“Robert Musil había huido a Suiza del nazismo para morir allí de hambre en 1942. Sus amables colegas helvéticos, preocupados por conservar empleos que el inmenso novelista hubiera podido rapiñarles, habían hecho una solicitud para prohibir al ilustre inmigrante que publicase donde fuera, en editoriales o periódicos, cualquier escrito, y por lo tanto, comer. La mansedumbre se detenía en la competencia.”
“Las guerras en nombre de los recuerdos sacralizados han ensangrentado la tierra, de los Balcanes a Ruanda. En cuanto a los lugares de historia se transfiguran en lugares de memoria, es decir, en lugares de culto, acechan las guerras de religión: ¡a cada uno su culto, mi memoria o la tuya!.”
“La autodestrucción se autodefine como la forma eminente de la coincidencia con uno mismo: en un único y mismo impulso yo me hago y me deshago. Mejor aún, yo soy lo que yo deshago. Momento por excelencia en el que el acto coincide con el enunciado del acto.”
“¿Dónde se encuentra hoy un conocimiento de uno mismo de trazas socráticas? ¿Dónde encontrar el espejo al que hay que interrogar? ¿Existe una adversidad con respecto a la cual deberíamos reunir las ideas desperdigadas y hacerle frente? ¿O bien no nos queda más que recorrer los paisajes tranquilos de una historia reconciliada, donde se promete la felicidad al que no se hace mala sangre? Se dice que la guerra ha acabado. ¿Para todos? ¿Para siempre? Desde mi cólera de niño judío hasta la infelicidad solitaria de los chechenos estos últimos años, el consejo reiterado de mirar hacia otra parte (wegschauen en alemán) me subleva.”
“He aprendido más en algunos reportajes, cuya lucidez, escrupulosa honestidad y empatía he podido edificar, que en muchos tratados eruditos demasiado pretenciosos. Los periodistas tienen dos antepasados que yo pongo por encima de todo, dos superreporteros que quisieron descubrir al siglo XIX dos regiones decisivas: Norteamérica y Eurasia. Menos célebre que su rival, Alexis de Tocqueville, puesto que más trágico, el marqués de Custine en su Viaje a Rusia anunciaba los futuros tifones.”
“Desde grupúsculos terroristas infraestatales a pequeños Estados piratas, a las potencias medianas en busca de momento nuclear hasta ‘Grandes’ que lo patrocinan todo, cada Estado mayor nihilista afirma, en proporción a su facultad de hacer daño: destruyo, virtualmente o no, luego existo.”
“Hablar de uno mismo es muchas veces como desenrollar una alfombra roja bajo los pies del que hubiéramos sido y que avanza pasito a paso para imponer su personaje posfabricado. Yo no escapo más que otros a la pretensión retrospectiva de haber vivido una sola pieza, mientras que las múltiples colisiones y los cambios de agujas que componen una vida hubieran podido embarcarme sobre rieles que ni siquiera imagino. Me vacuno voluntariamente contra la ilusión de haber seguido el hilo de alguna necesidad cualquiera. Fatalidad familiar, social, histórica, de carácter, que sé yo. No dejo entrever más que briznas sueltas de una existencia olvidada en parte.”
– Ricardo Cayuela Gally
(ciudad de México, 1969) ensayista.