Claudio LĆ³pez Lamadrid tenĆa el fuste de los grandes editores de Barcelona. El catĆ”logo que construyĆ³ es una suerte de biografĆa. EditĆ³ a algunas de las mejores voces de la literatura (Coetzee, Naipaul, Rusdhdie, GarcĆa MĆ”rquez, Pamuk), descubriĆ³ para el mundo en espaƱol a grandes escritores (David Vann, David Foster Wallace, Virginie Despentes, Donald Ray Pollock, Philipp Meyerā¦), apostĆ³ por una grupo de novelistas brillantes que siempre publicĆ³ y defendiĆ³ a capa y espada (Rafael Gumucio, Patricio Pron, Rodrigo FresĆ”nā¦) e ideĆ³ grandes proyectos editoriales (por ejemplo, el sello Caballo de Troya, para dar espacio a las primeras novelas de jĆ³venes autores, o el Mapa de las Lenguas, para hacer que los libros en espaƱol viajaran fuera de las frontera de cada paĆs). Pero su verdadera pasiĆ³n era LatinoamĆ©rica, que conocĆa como ningĆŗn otro espaƱol. PublicĆ³ a CĆ©sar Aira, Samanta Schweblin, Alma Guillermoprieto, Emiliano Monge, Giuseppe Caputo, Mariana EnrĆquez, Gabriela AlemĆ”n, Santiago Gamboa, Mauro Libertella, Maurico Bonnett, Pablo Montoya, Diego ZĆŗƱigaā¦
Es imposible entender la literatura escrita en espaƱol del Ćŗltimo cuarto de siglo sin el trabajo de Claudio. Su conocimiento de nuestros atribulados paĆses no era libresco, sin embargo. Era vivencial y gozoso. Si el martes de fin de mes estaba en Buenos Aires, ponĆa un billete bajo el plato de Ʊoquis para que la suerte le sonriera, y entre colombianos conocĆa todos los matices del tĆ©rmino āverracoā. A todos nos hizo creer que su paĆs preferido era el nuestro. Pero no tengo duda de que MĆ©xico le encantaba y lo ponĆa de buen humor. Disfrutaba mucho el cĆ³digo popular, fiestero y dicharachero de MĆ©xico, pero conocĆa como nadie su mejor literatura. En una frase: pedĆa Don Julio en bandera, le echaba salsa picante a los huevos revueltos y leĆa a Fernanda Melchor. En su departamento de Barcelona tenĆa un librero especial, casi un altar, dedicado a MĆ©xico, con grandes obras pero tambiĆ©n con objetos-fetiche. Nadie hizo mĆ”s que Ć©l por el diĆ”logo editorial entre EspaƱa y AmĆ©rica Latina, en plena igualdad. Los editores que coordinaba con enorme mano izquierda lo llamĆ”bamos El Gran Timonel, en pĆ”lida respuesta por su genio a la hora de ponernos motes amables a todos. SabĆamos que mĆ”s que un jefe tenĆamos en Travesera de GrĆ cia a un aliado.
Pero su biografĆa no se agota en su catĆ”logo o en su amor por AmĆ©rica Latina. TenĆa la elegancia de los marqueses de Comillas: a los meseros los llamaba āvailetā y en el restaurante frente a su oficina sĆ³lo Ć©l merecĆa el don: āseƱor don Claudioā. TambiĆ©n tenĆa la enjundia de los periquitos, los sufridos aficionados del EspaƱol de Barcelona: nunca daba nada por perdido. Era pĆcaro y muy gracioso. Algunas de sus bromas son legendarias. Le importaba mĆ”s la vida que el trabajo, y mĆ”s los amigos que el escalafĆ³n jerĆ”rquico. Era un trabajador exigente y un colega solidario. Amaba los perros, la comida coreana y los viajes, salvo en verano, que se encerraba con la familia en Comillas. TenĆa un pizarrĆ³n con las frases mĆ”s hilarantes, ocurrentes o brillantes que iba captando. Lo desesperaba la tonterĆa de la gente y la falta de generosidad, quizĆ” porque Ć©l era esplĆ©ndido y todo luz. Tuve el privilegio de ser su colega. RecorrĆ una feria de Frankfurt de su brazo: todos lo querĆan: editores de casa, lĆ³gico, pero tambiĆ©n de la competencia, agentes, autoresā¦ Era una leyenda de la ediciĆ³n, pero Ć©l no se lo tomaba en serio. TenĆa tanto por hacer, leer y dar.
TambiĆ©n tuve la suerte de ser su amigo. Si yo siento en el pecho un hueco del tamaƱo de una montaƱa, cĆ³mo estarĆ”n sus mĆ”s Ćntimos: sus hijos, Jimena y Jacobo; Ćngeles, su compaƱera; CristĆ³bal Pera e Ignacio EcheverrĆa, sus amigos desde la mili; Juan Ignacio Boido y Miguel Aguilar, sus compinches en el trabajo. Pienso en su equipo, en Conxita Estruga, Gabriela Ellena, Albert Puigdueta y Jaume Bonfill. Pienso en Melanie Jƶsch, Gabriel Iriarte, JerĆ³nimo Pimentel, Rita Jaramillo y JuliĆ”n UbirĆa. En realidad pienso en toda la familia āpingĆ¼inaā, donde partĆa plaza con seƱorĆo, y se me cae el alma a los pies.
Un dĆa antes de morir subiĆ³ a las redes un premonitorio poema de RaĆŗl Zurita, āGuĆ”rdame en tiā:
Y luego, cuando las grandes aves se derrumben
Y las nubes nos indiquen
Que se nos fue la vida entre los dedos
GuĆ”rdame todavĆa en ti
Por supuesto, querido Claudio, te guardaremos entre nosotros hasta el Ćŗltimo dĆa.
Este texto fue publicado originalmente en la cuenta de Facebook del autor y es reproducido con su autorizaciĆ³n.
(ciudad de MĆ©xico, 1969) ensayista.