El gobierno de Hugo Chávez es una suerte de manual público para construir una dictadura. Lleva en el empeño casi una década y paso a pasito lo va logrando, para pasmo y asombro de la sociedad venezolana, una de las más dinámicas y complejas de América Latina. Su plan, minuciosamente orquestado, consiste en clausurar los espacios de la sociedad civil, en todos los ámbitos, y sustituirlos por instancias oficiales. Así, se ha ido adueñando del poder judicial, los órganos electorales, el poder legislativo, mientras prosigue en la tarea de construir un partido único que aglutine los diversos grupos que lo apoyan. ¿A qué les suena? No en balde los cubanos cuentan el chiste de querer mudarse a Caracas para descubrir cómo empezó la película.
Amparado en el descrédito por corrupción de los partidos firmantes del llamado “Pacto de Punto Fijo”, de 1958, y de un auge imparable de los precios del petróleo, este general golpista está en posición de convertirse en uno más de los tiranuelos que han azotado a Latinoamérica a lo largo de su increíble y triste historia. Las únicas válvulas de escape que la sociedad tiene hoy son la autonomía universitaria –como se ha visto en las manifestaciones estudiantiles recientes–, la economía de mercado –contra la que lucha Chávez afanosamente con nacionalizaciones arbitrarias, control de cambios y amenazas a la propiedad privada–, y la opinión pública, a la que ha maniatado con una ley, bautizada popularmente como “ley mordaza”, que ha implicado un inevitable proceso de autocensura en los medios privados.
Todo esto desemboca en el cierre de Radio Caracas Televisión, ante cuyo fin la otra cadena privada del país con cobertura nacional, Venevisión, de Gustavo Cisneros, ese humanista, ha guardado un ignominioso silencio. Sólo Globovisión, un canal de noticias 24 horas, privado y de nula cobertura fuera de Caracas, ha mantenido el listón crítico y dado la noticia de las protestas, lo que le ha valido amenazas explícitas del gobierno.
Si el cierre de RCTV fuera simplemente un legítimo litigio entre una concesionaria incumplida y el gobierno de la nación, podría discutirse sensatamente el caso. El problema es que se trata de una clara censura política, de una acción extrema, dentro de la lógica de un gobierno autoritario en tránsito hacia la dictadura. La democracia tiene en la libertad de prensa a uno de sus pilares, mismo que hoy en día corre peligro de muerte en Venezuela, país que se resiste a ser la finca del señor Chávez, análoga a la finca caribeña del señor Castro.
Mark Lilla, que ha estudiado el nuevo rostro de las tiranías, advierte de la perversión del lenguaje para asumir el poder sin contrapesos ni críticas, travistiéndolo en una defensa del pueblo y la democracia. Hugo Chávez ha entrado en esta espiral, y los augurios a corto plazo no son alentadores, pese al creciente malestar de una sociedad que no está dispuesta a dejar a su maravilloso y variopinto país en manos de un gorila que ve la realidad en blanco y negro.
De las reacciones del PRD ya ha escrito en este blog con ironía León Krauze. Yo me limito a constatar que nuestra izquierda dogmática nunca pierde una oportunidad de perder una oportunidad y que está confundiendo la gimnasia de la injusta “ley Televisa” con la magnesia de la censura.
– Ricardo Cayuela Gally
(ciudad de México, 1969) ensayista.