Con bombo y asombro, la prensa avisa en estos días que Carlos Fuentes hizo una “crucial” o por lo menos “importante” donación a la UNAM. De hecho, la página oficial de la universidad anuncia como un hecho que Fuentes le donó “su acervo personal”, como se lee aquí.
Bueno hubiera sido: Fuentes no donó ningún acervo a la UNAM. Le donó trescientos ejemplares de sus propios libros y una colección de revistas. En un arrebato de sinceridad, el director de la Biblioteca Nacional Vicente Quirarte declaró que “los volúmenes no tienen anotaciones ni dedicatorias, porque son libros que, supongo, llegaron de la editorial; de hecho están nuevos, porque son libros que él tenía”.
Así pues, parece que la idea de “acervo” que funciona en la UNAM es, por lo menos, enclenque. Lo importante es la ceremonia que genera prensa, relaciones públicas, discursos, abrazos y espaldarazos. Así, el rector Juan Ramón de la Fuente declaró al plural Fuentes “el más universal de los escritores mexicanos vivos”, lo que el escritor reciprocó –con mayor veracidad- llamándolo el rector “que le devolvió su prestigio a la UNAM”.
Fue curioso que nadie recordase que la verdadera donación del verdadero acervo de Fuentes sucedió hace muchos años, en 1995, y no a su alma mater sino a Princeton University. Y para el caso no fue donado, sino vendido en dólares en un negocio vigilado por la firma legal Brandt & Brandt, como se lee en la página de las bibliotecas de esa universidad. En esa página también se lee que “los Carlos Fuentes Papers reúnen los archivos personales y de trabajo de Carlos Fuentes (1928-), escritor, editor y diplomático mexicano: cuadernos de notas, manuscritos de novelas y novelas breves, cuentos cortos, obras teatrales, guiones cinematográficos, escritos, discursos, entrevistas, traducciones, correspondencia, juvenilia, dibujos, documentos, fotografías, casettes de audio y video, papeles de otras personas, cuadernos de recortes y material impreso”.
Eso, eso es un acervo, no un “notable acervo” como el donado a la UNAM. No obstante, el “notable acervo se denominará Fondo Carlos Fuentes” y será ubicado en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional.
Me queda muy claro que Carlos Fuentes le puede vender su archivo a quien se le pegue la gana; no así que la UNAM haga la celebración que correspondía a Princeton (donde quizás la ceremonia consistió en un intercambio de cheques). Tampoco me queda claro que un autor tan ufano de su mexicanidad y tan crítico de la globalización haya decidido globalizar su archivo entregándolo a una universidad extranjera; ni que su alma mater, a la que dona las migajas, lo celebre declarándolo poseedor “de los más altos ideales de cuanto significa ser universitario y las mejores características de lo que implica ser intelectual”.
Pero claro, mientras en México no seamos capaces de crear una institución sólida, seria, segura y productiva para albergar y cuidar archivos de escritores, deberemos bajar la cabeza. Que la UNAM haya recibido en donación el archivo de Cardoza y Aragón o el de Celestino Gorostiza es ya un pequeño avance, pero falta mucho por hacer. Mientras no podamos atraer el interés de los escritores vivos, mientras no podamos crear el equivalente mexicano de la Residencia de Estudiantes de Madrid, o el IMEC de Francia, o los fondos reservados de las bibliotecas norteamericanas, los archivos mexicanos seguirán emigrando a los Estados Unidos (sin la amenaza de la migra, claro).
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.